FIL 2009: Las varias ferias

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Porque hay leguas de pasillos atestados con libros, uno pensaría que la FIL de Guadalajara tiene como uno de sus principales propósitos el de funcionar como la librería más grande del ámbito hispanoamericano (cosa curiosa: la única librería del mundo que cobra por entrar, pese a que la organice una universidad pública y buena parte de sus recursos procedan del patrocinio gubernamental). Esa ilusión se desvanece al constatar que lo menos que vienen a hacer sus visitantes —lo menos que pueden hacer— es comprar libros. Una alta proporción de los miles de títulos que llegan a la feria son desempacados, exhibidos durante nueve días a precios ridículamente caros, y al final empacados de nuevo, pues los editores y los libreros son alérgicos a los descuentos, y misteriosamente prefieren que sus mercancías se limiten a ver pasar con desdén a los lectores que no tendrán. Para la noche de este viernes, sin embargo, se ha previsto abrir la entrada libre, y se ha acordado con las editoriales una “venta nocturna”, ampliando el horario hasta las 23:00 horas para que —aseguran los organizadores— haya rebajas por todos lados. Habrá que verificarlo calculadora en mano, porque —otro enigma de la FIL— lo que suele suceder es que los libros tengan aquí un sobreprecio que luego se busca diluir con un supuesto “precio de feria”, de manera que quedamos en las mismas. La gemebunda industria editorial despliega en Guadalajara su incapacidad creativa para encarar los tiempos difíciles.

Por otro lado, es claro que en realidad son varias ferias las que tienen lugar simultáneamente, y que son recíprocamente indiferentes. Una es la que hacen quienes tienen en Expo Guadalajara el espacio para sus comercios, sobre todo las mañanas de lunes a miércoles, cuando el público debe quedarse afuera con tal de que estos Profesionales del Libro negocien a sus anchas; en el programa de esta feria están contempladas numerosas actividades: conferencias, mesas de discusión, un Encuentro de Promotores de Lectura, un Coloquio Internacional de Bibliotecarios, el Congreso de Traducción en Interpretación San Jerónimo, talleres varios (uno se titula “El futuro del mundo del libro. ¿Debería yo estar asustado?”)… Otra feria es la protagonizada por los Autores que, por una razón u otra (básicamente porque presentan libros aquí), se reparten las decenas de micrófonos de las tres áreas de salones del recinto, salones que son asignados según sus aforos y en función de las ligas a que pertenezca cada Autor: Yordi Rosado estuvo en el más grande, Eduardo Lizalde en uno chiquito. La feria de los Autores también comprende los cocteles y las fiestas a donde éstos acuden, a veces en compañía de los Profesionales o donde incluso condescienden a rozarse con la Prensa —que tiene su feria aparte: los diarios locales editan suplementos dedicados a la FIL, la radio y las televisoras destinan tiempo y transmiten desde ahí. Y, por último, está la feria del Público en General: una masa ingente que sólo por accidente o por distracción tiene acceso a las otras ferias, y que atesta los pasillos, asiste a los espectáculos, va a ver a sus ídolos (Yordi Rosado) y, cuando mucho, compra en promedio alguna libretita, un juguete didáctico y acaso alguna baguette, para salir apenas con varios folletos y volantes que serán todo el material de lectura que se lleve de la FIL. (Mucho de esta masa proviene de las decenas de autobuses que descargan en los ingresos de Expo Guadalajara a miles de estudiantes de primaria, secundaria y prepa que corretean, juegan futbol —les regalan pelotas— y gritan y sudan y acaso garrapatean en sus libretas lo que se les haya ocurrido a sus profesores que les lleven de tarea).

En la feria de los Autores menudean las curiosidades: ha sido posible ver cómo Juan Villoro se clona para estar en tantas presentaciones; cómo Benito Taibo y otros más lucieron rápidas playeras impresas con la leyenda “Todos somos Pacheco“s””; cómo Richard Ford se autoinvitó y metió en apuros a los organizadores para que le hicieran algún hueco en alguna actividad (estuvo en la celebración por los 40 años de Anagrama), y cómo, este jueves, Larry Niven, al lado de otros autores de ciencia ficción —de los que es, con Ray Bradbury, el más respetado entre los vivos, y por ello uno de los escritores más notables entre los que se han contado en esta edición de la FIL—, habló en dos salones a medio llenar (mientras cientos de almas ya no cupieron en el salón gigantesco donde estuvo Yordi Rosado). Por la noche, Mario Vargas Llosa platicó su libro sobre Juan Carlos Onetti, El viaje a la ficción: quien ya lo hubiera leído, entre los presentes, pudo dedicarse a cabecear con toda tranquilidad, porque nada nuevo se pudo oír. Y, por último, ya desalojada la feria de la presencia de Carlos Fuentes y José Emilio Pacheco, en este sexto día la figura más ovacionada y admirada fue la de El Hijo del Santo, que incluso firmó libros. Es decir: para cosechar el contento de la gente, tanto da pasear por la feria a los primeros como al enmascarado —que además es simpático.

José Israel Carranza

Foto: © Cortesía FIL Guadalajara / Pedro Andrés

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