Francia

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Francia. Hacia 1920 André Gide le confiaba a Francis de Miomandre, traductor de Alfonso Reyes, sus dudas (o su ignorancia) acerca de la literatura latinoamericana: “¿Qué quiere esperar de gente para quien el ideal es parecerse a nosotros?” Pese a que no se refería específicamente al regiomontano, Gide no dejaba de tener algo de razón en su caso. Adolfo Castañón recuerda al respecto: “Era francés el cocinero bajo cuyos cuidados estuvo la dieta doméstica del Reyes infante; francesas las figuras tutelares y emblemáticas que presiden sus años pueriles, franceses los libros de texto y francesas las estampas para los niños; francés el mercader y francesa, en fin, la cultura que era pan de todos los días.” No obstante, al igual que Octavio Paz años después, Alfonso Reyes nunca dejó de ser mexicano casi por antonomasia, tanto en el horizonte nacional como a los ojos del mundo entero. Quizá sus lazos con España o su fascinación por la Antigüedad fuesen tan fuertes como sus raíces galas o simples antídotos a un prematuro afrancesamiento de la sangre. Lo cierto es que, gracias a sus misiones diplomáticas, Reyes fue un verdadero trait d’union entre sendas culturas, como se llama al go-between cuyo movimiento pendular no registra tan bien como la denominación francesa la pertenencia a las dos orillas a un mismo tiempo.

Se antoja que no habría gran cosa que añadir a la exhaustiva contabilidad de las actividades de Reyes en Francia que realizó Paulette Patout en el estudio: Alfonso Reyes y Francia (El Colegio de México, 1990). Sin embargo, una correspondencia recientemente editada por Martí Soler entre Alfonso Reyes y Émilie Noulet –Journée poétique o historia de una traducción (El Colegio Nacional, 2008)– podría asombrar a más de un conocedor del consagrado poeta. Reconstruye la historia de la traducción de algunos poemas y de El deslinde por la estudiosa belga, de quien Paul Valéry aseguró que era la única crítica que había entendido su obra. También da cuenta de las empecinadas pero vanas batallas de Émilie Noulet por encontrar a un editor. A mediados de los años cincuenta, a raíz de la Antología de la poesía hispánica patrocinada por la UNESCO, que sólo incluye un poema de Reyes, este, algo deprimido, le confía a su traductora: “No me extraña que sólo hayan escogido un poema mío para la Antología de la UNESCO. Mucho es que se hayan acordado de mí como poeta. Mis versos no le gustan a nadie. He marcado el año pitagórico de 2000 para que empiecen a ser apreciados. Por desgracia, para entonces, serán ya cosa de museo.” A un lector actual le parecerá increíble (e injusto) que las obras de Alfonso Reyes tengan una presencia tan discreta en el mercado francés. Si en los años veinte sus traductores se llamaban, entre otros, Valery Larbaud, Jules Supervielle o Jean Cassou, y sus poemas circulaban en las vivas revistas de la época, en cambio hoy Alfonso Reyes parece efectivamente condenado a los museos literarios que son las antologías y las cátedras universitarias. ~

 

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