Nuestro paรญs es excรฉntrico: el mรกs รกlgido debate pรบblico de fechas recientes ha sido sobre la gordura. Las canallas estadรญsticas, los costos perentorios, escaramuzas entre nutriรณlogos, exhibiciรณn de mรบsculo en inserciones pagadas, que si el azรบcar, que si la fructosa y la galactosa. Desigual batalla que tiene como arena la esponjada lonja patria.
Nuestro paรญs es esfรฉrico. El/la mexicano/a promedio es un pequeรฑo planetoide en รณrbita alrededor de la torta de tamal. Baรฑado en la fritanga crepitante, sobresaturado de colesteroles tricolores, entona su denodado himno a la calorรญa: Escucha hermano: hay tamales oaxaqueรฑos.
Quiรฉn iba a pensar que la noble raza mexicana acabarรญa de rodillas ante el benzoato de sodio. Quiรฉn, que iba a terminar prendido de la ubre panzona que retaca epiglotis con grasa malsana. El musculoso indรญgena, lleno de bรญceps, que fantasearon los muralistas, culminรณ en un realismo socialista: el globo de manteca. La grandeza mexicana acabรณ en gordura mexicana.
¿Serรฉ el primero en evocar –en el actual debate de la calorรญa– aquel remoto ensayo de Salvador Novo: “Los mexicanos las prefieren gordas”? A fines de la dรฉcada de los treintas ya habรญa un primer round sobre este asunto de la obesidad que ahora hemos perdido por nocaut. Eran tiempos en que llegaba a Mรฉxico el culto moderno de la esbeltez, se explicaban las ventajas psicomotrices del “corpore sano”, la gimnasia y la eugenesia diseรฑaban a la raza del futuro.
Mรฉxico se vio en el espejo, y vio que era convexo (no el espejo: รฉl). “En pocos paรญses asume la lucha femenina contra la obesidad caracteres mas angustiosos, ni tan estรฉriles, como en Mรฉxico,” escribe Novo. Lo atribuyรณ a que el cine norteamericano, con su “avasalladora fuerza”, promovรญa como ideal a las flacas. El mexicano miraba a esas diosas mientras rumiaba cacahuates (que era la idea que tenรญa Novo de la comida chatarra).
Convocaba a la mujer a no que no traicionase “su idiosincracia latina por adquirir una sajona” y a que persistiera gorda, pues era un hecho histรณricamente demostrado que al macho de la especie le gustan “las camaradas rollizas y muelles” (las llama “camaradas” porque escribe cuando Mรฉxico fue “dizque socialista”). Evoca a รngela Peralta, que trinaba como pajarito pero era tan rechoncha que se casรณ tres veces. En su opiniรณn, a la emperatriz Carlota nadie la quiso porque sustituyรณ el cachondo chocolate calรณrico de la tarde por un tecito escuรกlido. Y piensa que “Maximiliano se mexicanizรณ en tal forma que se enamorรณ de una rolliza campesina, y a tal grado se mexicanizรณ que lo mataron los mexicanos. Y Carlota adelgazรณ tanto que, ya lo vimos, se volviรณ loca.”
Evoca luego a Samuel Ramos y descalifica su entonces debatida hipรณtesis sobre el complejo de inferioridad del mexicano: el complejo mexicano por excelencia es el de Edipo. El mexicano venera los “caracteres mixedematosos” como una especie de condena hereditaria pues, por lo general, en la madre mexicana “los oleajes adiposos reanudan su pleamar”.
Su argumento final es incontestable: en las carpas populares sale una chica que canta y baila bien: nadie la aplaude. “Sigue luego la apariciรณn de una sirena cuarentona, verdadera ballena de gelatina. El auditorio enloquece. Su canto es una canciรณn de cuna morbosa para todos. Los jovencitos piensan en su mamรก, los polรญticos prรณsperos la miran como la cima de sus abundantes aspiraciones. Y de sus alaridos podemos concluir que mediante anticipaciones indefinibles, pero no irrazonables, los mexicanos las prefieren gordas”.
La idea se confirma hoy. Detrรกs de la fritura y el buรฑuelo, del churrumรกis y la quesadilla, hay un enamoramiento de las formas esponjosas. Una secreta aspiraciรณn de que todo cuerpo –empezando por el propio— sea tan redondo como una opulenta teta nutritiva.
(Publicado previamente en el periรณdico El Universal)
Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.
