Grafiteros del teatro

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Cada dรญa es mรกs difรญcil ver montajes de los clรกsicos donde el texto original sea respetado y la acciรณn transcurra en la รฉpoca indicada por el autor, porque el ego insatisfecho y depredador de los “creadores escรฉnicos”, una mafia en expansiรณn que amenaza con ocupar todos los espacios teatrales, ha impuesto desde hace dรฉcadas la moda de modernizar las obras maestras, ya sea adaptรกndolas a nuestra รฉpoca o introduciendo anacronismos deliberados en el vestuario, la mรบsica o la escenografรญa, bajo la excusa de acercar la pieza a la sensibilidad contemporรกnea. Los paladines del vanguardismo flรกcido alegan en su favor que esas obras ya se han puesto mil veces de manera convencional y cada รฉpoca debe reinterpretar a su modo la tradiciรณn. De acuerdo, nadie les pide un regreso al realismo declamatorio y estรกtico del siglo XIX. Pero al huir por sistema de los montajes “arqueolรณgicos” han convertido la experimentaciรณn en rutina y la irreverencia en bostezo. A fuerza de repetir las mismas provocaciones inocuas, mรกs previsibles incluso que los recursos del teatro convencional, exhiben un lastimoso afรกn de notoriedad a costa del pรบblico atraรญdo por el fulgor de los clรกsicos, y a costa del dramaturgo desollado que ya no puede reclamarles sus tropelรญas.

A finales de junio vi en el Teatro Pavรณn del barrio de Lavapiรฉs el espectรกculo Entremeses barrocos, dirigido por cuatro jรณvenes iconoclastas, forjados al parecer en la estรฉtica del videoclip, que se tomaron la libertad de hilvanar algunas piezas cortas de Calderรณn de la Barca, Bernardo de Quirรณs y Agustรญn Moreto, modernizรกndolas con un vestuario punk y varios nรบmeros musicales de rock pesado, algunos cantados en inglรฉs. Al parecer, el objetivo del cuarteto profanador era tender un puente hacia el pasado para facilitar la comprensiรณn de los textos antiguos, pero al poner en primer plano su show de terror de Rocky, sabotearon el propรณsito divulgador del montaje, pues la acumulaciรณn de grafitis dejรณ irreconocible la fachada del palacio barroco. Aรฑos atrรกs vi en el mismo teatro Las bizarrรญas de Belisa  de Lope de Vega, dirigida por Eduardo Vasco, el actual director de la compaรฑรญa espaรฑola de teatro clรกsico. Menos rรญspido, pero igualmente protagรณnico, Vasco tuvo la veleidad de colocar en el centro del escenario un piano de cola que dificultaba los movimientos de los actores, y cercenรณ la acciรณn dramรกtica de la pieza con nรบmeros de musicales de los aรฑos veinte. Su forzada analogรญa entre la comedia de Lope y los antiguos musicales de Broadway dio como resultado un revoltijo indigesto. En Mรฉxico, Juan Josรฉ Gurrola hizo travesuras idรฉnticas desde los aรฑos sesenta y en su รบltima puesta en escena, el Hamlet que montรณ en el teatro de Arquitectura, introdujo en los aposentos de la familia real a una puta que oรญa el radio con audรญfonos, por el simple gusto de orinarse en un monumento. Pero Gurrola era un grafitero light  comparado con Luis de Tavira, el exรฉgeta con borla doctoral que nos asestรณ una soporรญfera parรกfrasis de El caballero de Olmedo, en donde el drama de Lope, sobrecargado de glosas pedantes y cuadros plรกsticos, era un mero pretexto para rendirse homenaje a sรญ mismo.

De entrada, los modernizadores oficiosos de los clรกsicos menosprecian la inteligencia del pรบblico, porque ni siquiera le conceden la capacidad imaginativa de transportarse al pasado. El espectador necesita entrar en el contexto histรณrico del drama para entender conflictos que ya no existen en nuestra รฉpoca y puede hacerlo con relativa facilidad, como lo prueba el auge de la novela histรณrica. Pero su evasiรณn educativa queda frustrada cuando el director irrumpe en el escenario como burro en cristalerรญa. La profanaciรณn de los clรกsicos podrรญa tener algรบn sentido si el pรบblico ya hubiera visto las piezas parodiadas en montajes tradicionales, pero, como la propia mafia teatral lo impide, su afรกn de garabatear textos venerables se ha convertido en un costoso placer narcisista con cargo al erario pรบblico. No es fรกcil intercalar un elemento extraรฑo en los dramas de Calderรณn o Lope de Vega sin romper un delicado equilibrio estructural que garantiza la vigencia de la pieza. Como los poetas dramรกticos del Siglo de Oro eran muy parcos en sus acotaciones, los directores contemporรกneos tienen un amplio margen de libertad para renovar el lenguaje escรฉnico sin necesidad de alterar el texto. Los montajes de Adolfo Marsillach, el fundador de la compaรฑรญa espaรฑola de teatro clรกsico, eran sutiles y modernos a la vez, porque la escenografรญa expresionista y la estilizaciรณn del trabajo actoral envolvรญan los dramas en una atmรณsfera contemporรกnea, sin sacrificar su sabor arcaico. Apenas se notaba la mano del director, porque ponรญa su talento al servicio del espectรกculo. ¿Serรก por eso que no hizo escuela? En Mรฉxico, Josรฉ Luis Ibรกรฑez alcanzรณ la misma altura poรฉtica en su memorable montaje de La vida es sueรฑo, una puesta en escena sobria, con sugestivas insinuaciones que iluminaban el andamiaje simbรณlico de la pieza. Los grandes maestros de la escena saben que los clรกsicos son novedades de siempre y no necesitan disfraces de carnaval para recobrar una actualidad que nunca perdieron. ~

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(ciudad de Mรฉxico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mรกs reciente, El vendedor de silencio.ย 


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