Hacerse a un lado

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Cuán aplacadas se miran las caras de los castrados en la tele: recuerdo la nauseabunda paz que simulaban los miembros de Heaven’s Gate en las entrevistas que pasaron al aire tras sus muertes en Marzo de 1997. Repaso la perpleja molestia que me causaba ver sus gestos infantilizados, rebosantes de convencimiento kamikaze platónico. La explicación que ofrecían para sus actos es la siguiente: Detrás del cometa Hale Bopp se desplazaba una nave espacial (como cuando un auto sigue de cerca una ambulancia para evitar tránsito en el Viaducto), la cual abordarían para al fin regresar a casa. Esto, claro, porque eran almas alienígenas (alienados, diría Marx), provenientes de un sitio al que escuetamente llamaban El Siguiente Nivel. Su procedimiento para agarrar aventón intergaláctico no involucraría ninguno de los trabajosos, costosos y primitivos métodos usados por la NASA, sino que tras mutilarse los genitales humanoides en Tijuana, adquirieron pastillas para dormir (también en Tijuana) que ingirieron con pudín (de chocolate, supongo) y unos tragos de vodka, se recostaron con una bolsa en la cabeza para así dejar sus “vehículos” (no los llamaban Cuerpos, claro). Pero hay otro dato, de tantos, que cabe agregar en este recuento: para su “ascensión” (no lo llamaban Muerte o Suicidio Colectivo) todos —37 miembros— estrenaban unos Nike negros. La cuestión es: ¿si creían que alguna suerte de esencia singular transmaterial iba a eludir la muerte para abordar una nave extraterrestre, para qué los Nike nuevos?

Parece —y bien puede que lo sea— una pregunta sobrada y burlona, pero es un ejemplo que exhibe algunas de las contradicciones fundamentales de tantos credos oficiales y extraoficiales. Resulta interesante observar las operaciones del pensamiento religioso (religiosón, para ser precisos), ya que despliegan algunas de las lógicas fundamentales mediante las cuales imponemos sentido a nuestras vivencias para eludir ciertas angustias existenciales. El que la vida, como tal, no requiera explicación no necesariamente implica que es un sinsentido, como el nihilismo sugiere. La vida en su tragicómico resplandor inmediato rebasa cualquier noción de sentido. Pero asumir esta terrible libertad y su espacio creativo, en vez de creer en un hoyo negro ante el cual el vértigo exige una definición, es un acto de sensatez personal que requiere valentía y curiosidad. Lo curioso es que tantos de los credos que abundan en el panorama globalizado son, en su núcleo, nihilistas; es decir, están tan convencidos de que la nada es un algo y el sinsentido un sentido, que se esmeran por embutir, agüebo, la experiencia viva dentro un marco teórico (gelatinoso, por cierto). Pero la experiencia viviente en su inefable dinamismo jamás acaba de encajar del todo al molde del dogma.

El recién inaugurado Magnocentro (¿bunker?) de Cienciología en plena Alameda Central me ha llevado a cavilar sobre estas cuestiones, ya que al igual que Heaven’s Gate, se trata de una secta Marcianocristianona que busca pasar al Siguiente Nivel, (como una suerte de Mario Bros bioenergético). Buscan la garantía de una especie de pureza ontológica, ensuciada por Marcianos Luciferinos, repudiando el caos del mundo con diagnósticos semiclínicos, para así liberarse de tendencias habituales o cualquier forma de contradicción. ¿Pero qué no era el exceso de libertad lo que les molestaba? La Dianética promete la omnipotencia, a cambio de un sin fin de costosos exámenes y de firmar un contrato por —literalmente— un billón de años al servicio de su organización. Al igual que tantos otros dogmas, no se limitan a intimidar a sus miembros con las premisas de la salvación y la condena, sino que promueven, y en ocasiones exigen, el distanciamiento (“desconexión”) completo con cualquier persona crítica a su organización. Menudo gesto, encontrar ahora como huéspedes VIP, en el corazón de la ciudad, a una secta con prácticas de reclutamiento despiadadas; una corporación multinacional con políticas de terror para con sus críticos (llegan a amenazar y sembrar evidencia falsa); una organización multimillonaria con un récord criminal internacional que incluye conspiración, espionaje, chantaje, robo, evasión fiscal, abuso…

De poco sirve la indignación en estos casos (¿cuándo sí?); ojalá, de menos, se les continúe negando el estatus como religión, obligándoles a rigurosos impuestos y revisiones sobre la validez de sus “productos”. Pero, para no caer en diatribas moralinas, argumentemos, sencillamente, que su fundador era un escritor de ciencia ficción venido a menos, cuya mitología ni siquiera es tan original o estrafalaria, habiendo autores de Sci-Fi mucho más hábiles, entretenidos, sensibles y delirantes incluso. Puede ser que lo más perturbador (y provechoso) de sectas como estas sea no su poder adquisitivo o la insípida enajenación de sus miembros, sino que exhiben los argumentos de fondo de tantas religiones oficiales, transparentando, por instantes, los febriles nudos en sus constructos de significado. Digo, ¿de qué credo religioso (incluido el cinismo quesque empírico) no puede decirse que es una colección de vagos postulados de algún autor de Sci-Fi chafa?

La paradoja es que los miembros de Heaven’s Gate creyeron que matándose evitarían el “Reciclaje del Planeta”; es decir que se mataron para no morir. Pienso que tiende a ser mala idea dejar que algún credo dicte el sentido que otorgamos a la muerte, siendo que se muere en primera persona y jamás se ha oído hablar a un muerto sobre su muerte (o sobre cualquier otro tema). Es tan mala idea como perder todo sesgo de humor ante estos temas. Pero ahí está Tom Cruise, cienciólogo-celebridad, como caricatura híbrida de sus personajes en Magnolia y Mission Impossible, decretando la defensa totalitaria de su doctrina: “O estás con nosotros, o hazte a un lado”. ¿Acaso se debe responder a un argumento así con la condescendencia de la tolerancia? No, la réplica adecuada es aquella que le remata el Coronel Jessep (Jack Nicholson) al Teniente Kaffee (Cruise) en A Few Good Men: “You want the truth?; you can’t handle the truth” (“¿Quieres la verdad?; tú no puedes soportar la verdad”). Si no, pregúntenle al Pulpo Paul.

– Fausto Alzati Fernández

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(ciudad de México, 1979) Filósofo, ensayista y traductor, dedicado al análisis de la cultura. Autor de Inmanencia viral (FETA, 2009).


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