Haciendo agua

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Hace unos cinco años publiqué un comentario en Letras Libres que se tituló “Tsunamierda”. Dice así:

La ciudad de México se encuentra peligrosamente próxima a convertirse en un gran lago de mierda. Esto no está dicho en el sentido figurado ni es metáfora de la atmósfera desaseada que se respira en la política y en la moral del país. Es un hecho científico (en serio).

Según la prensa del naciente abril (de 2005) —que cita a varios técnicos—, los veinte millones de habitantes de la ciudad generan DOS MILLONES Y MEDIO DE LITROS POR MINUTO de “aguas residuales”, para emplear ese púdico eufemismo. Ese turbulento horror, en principio, es evacuado por un río llamado (enigmáticamente) de Los Remedios, y por el vetusto Gran Canal, y por el “Drenaje Profundo”, de cuya desembocadura sólo se informa que se ubica en el gracioso cuanto próspero vecino estado de Hidalgo.


Pues resulta que se ha averiado la necesaria pendiente que debe existir para que todo sistema de desagüe (trátese de río, canal o tubo) opere con eficacia. Esto obedece a la calidad del suelo, o mejor dicho, a su falta de calidad. Elástico, chicloso, inestable, inescrutable, sísmico y, en suma, dado al berrinche, nuestro suelo es reflejo de la psique nacional. A eso se agrega, claro, la sobreexplotación de los mantos acuíferos, que hunde al Zócalo cinco centímetros al año, y treinta a Chalco. Esa sobreexplotación, claro, a su vez obedece a la explosión demográfica y al aumento de la migración a la capital de miles de personas que, claro, se enteraron de que en la ciudad de la esperanza se regala dinero. También se debe a que, en legítimo ejercicio de sus usos y costumbres, a los esperanzados les gusta echar basura, tapar alcantarillas y provocar inundaciones. Resultado: la basura redujo el drenaje profundo al 50% de su capacidad. Por si fuera poco, es imposible desazolvarlo o darle mantenimiento, pues a nadie se le ocurrió que iba a ser necesario hacerlo (supongamos que se pudiera limpiar en veinticuatro horas: ¿dónde se esperan los 3,600,000,000 de litros de un día?).

El suelo inestable y la basura han acabado con la necesaria pendiente para que fluya el drenaje, y el talud comienza a invertirse y a devolver las aguas negras a la ciudad. Eso explica los espesos hedores que emanan de las alcantarillas y hacen ya irrespirable el centro de la urbe. Esta “contrapendiente” delata el esencial error de los ingenieros que, hace unos años, supusieron que el Valle de México siempre estaría más elevado que el Estado de Hidalgo, y gastaron miles de millones en una obra que debutó como salvación y acabó como amenaza (como tantas instituciones nacionales). Cuando el “agua” se comenzó a regresar a la ciudad, en 2002, los gobiernos de la urbe injertaron un sistema de bombeo (cuarenta millones de dólares) para revertir la corriente. Fue pronto rebasado, y el regüeldo se repite con mayor fuerza desde entonces. Cada temporada de lluvias se agrava el problema, pues sus aguas también viajan por el drenaje profundo, toda vez que (como es uso y costumbre) secamos los lagos, entubamos los ríos y los no entubados sólo sirven para echarles perros muertos.

En resumen, según la asambleísta Marta Delgado (Reforma, 10 de abril de 2005) “un colapso del Emisor Central, columna vertebral del Drenaje Profundo, puede ser inminente. Las consecuencias podrían ser graves para cerca de diez millones de personas del oriente y centro de la ciudad.” Tal cual. Como el Sistema de Drenaje Profundo carece de presupuesto, la Asamblea del DF ha propuesto a Protección Civil que diseñe un “programa de emergencia” para cuando suceda lo que desde ahora podemos llamar el tsunamierda.

El Sr. López Obrador prefirió gastarse miles de millones en otro tipo de vialidades. Son obras que se ven y se sienten, aéreas y monumentales, inaugurables y esplendentes. Pedantería de riquillo, optó por ponerle balcones de marmolina a la casa mientras los baños se desbordan. Se entiende: ¿cómo hacer campaña con un lago de mierda? Bien mirado, es hasta una inversión: cuando llegue la catástrofe, el Presidente se pondrá un traje de buzo, visitará el desastre, girará instrucciones, dirá que se trató de un complot y, entre la ovación popular, repartirá papel higiénico (con logo).

Luego, en este blog, el 20 de julio de 2007, redacté este agregado:

Desde que asumieron el control del DF hace diez años, las autoridades perredistas ignoraron el gravísimo problema del drenaje profundo.

Los llamados del presidente Calderón a enfrentar ese problema han sido interpretado airadamente por el jefe de gobierno Ebrard y sus bejaranos como una intrusión a un territorio, el DF, del que se asumen propietarios (y en el que los ciudadanos son apenas inquilinos).

Hay una idea de la territorialidad muy curiosa: que el PRD gobierne la capital se entiende no como una convivencia de poderes al interior de una federación, sino a) como una expropiación justiciera, y b) como una anticipación del porvenir nacional. De ahí a que el DF sea declarado “territorio libre de México” sólo falta un pálpito cursilón, semejante al que cometía el CEU cuando por apoderarse de los edificios de la UNAM se sentía concesionario de su espíritu. Es lo mismo que hay también detrás de esas “pintas” que llenan la aguerrida delegación Tlalpan: “Calderón espurio, Tlalpan te repudia”, como si Tlalpan y sus tlalpeños fueran tan unánimes como para ya no distinguir entre continente y contenido.

Volviendo al tema: el interés del presidente Calderón porque la ciudad de México no haga agua –ni realidad la pequeña ficción cataclísmica que aventuré hace unos días– ha sido traducida con la extraña máquina monolingüe del PRD como “injerencia” y “falta de respeto”.

La culpa, como siempre, es de “los otros”: hace años que el gobierno federal –chillan los bejaranos— no aporta dinero para realizar obra hidráulica en el DF. Callan que el legítimo Obrador haya preferido durante su gestión gastar billones en que avanzaran los automóviles aéreos a que corriese la baja mierda: el Legítimo siempre fue hombre de elevadas miras.

Detrás de las ofensas que percibe Ebrard en el interés del presidente, palpita la convicción perredista de que las urnas no eligen autoridades responsables, sino que otorgan certificados de licitud y títulos de propiedad. Se nota en su hoja parroquial, que declara: “La Presidencia de la República tendría que estar consciente de que en la elección del año pasado su titular obtuvo 27 por ciento de los votos en el Distrito Federal, frente al 58 por ciento logrado por López Obrador.”

¿Qué tiene que ver eso con la inminencia de la mierda? Cuando el canal del desagüe decida hacer turismo ecológico y viaje al centro de la ciudad de México, espero que el 58 por ciento de sus votos se dirijan a la urna que les corresponde.

Foto tomada de: La crónica de hoy

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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