Quien conoce las fotografías de Daniel Mordzinski, que ha ido por el mundo retratando escritores, desde Borges, Sabato, Bioy Casares, Paz, Vargas Llosa, García Márquez, Vila-Matas, Le Clézio, Naipaul, Eco, Rushdie (en una bañera de hotel, llevándose un racimo de uvas a la boca), Tabucchi y un largo, interminable y original etcétera por su audaz propuesta estética y habilidad para sacar lo mejor de esos egocéntricos, geniales y a veces locos escritores, no puede sino quedar estupefacto del delito que a principios de marzo cometió el diario francés Le Monde: quemar todo el archivo del fotógrafo.
Ha sido el propio Mordzinski, compungido y apenado, quien ha escrito en su página web apenas hace dos días el acto de barbarie del diario: “Necesito de vuestra ayuda, aunque no haya nada que recuperar me gustaría que al menos quede constancia de que lo sucedido en Le Monde es más que una negligencia: es un profundo desprecio por un trabajo que forma parte de la memoria de nuestra cultura contemporánea, al menos en la medida en que sus protagonistas son los escritores que le dan naturaleza y dignidad a nuestra lengua y a nuestro mundo”.
Cuenta Mordzinski que el despacho que compartía en Le Monde con Miguel Mora, corresponsal de El País en París, en virtud de la alianza profesional que ambos diarios europeos acordaron hace más de una década fue vaciado sin que los contactaran siquiera, sin que les pidieran permiso para abrirlo, sin que nadie se preguntara quién lo ocupaba (¿acaso un diario puede tener rentado una oficina a una hamburguesería, a un salón de belleza o un taller mecánico?), sin que el (o la) que haya dado la orden y el (o la) que la haya ejecutado se hubiese preguntado si lo que había dentro del despacho de un periodista y un fotógrafo en un periódico no podría tener al menos una ligera importancia; siquiera documental. No. Nadie se lo preguntó. Los archivos de ambos simplemente desaparecieron.
Escribe el fotógrafo: “Nos pusimos a buscar y encontramos en un sótano el gran archivador (…) Miles de fotos tomadas a lo largo de veintisiete años. Veintisiete años de esperas, nudos en la garganta, noches en vela, revelados angustiosos… Más allá de la injusticia y del absurdo, me encuentro con la gran paradoja de que Le Monde brinda sus mejores titulares (…) para defender la libertad de expresión en Asia, el respeto por las tradiciones cuando hay una guerra o una catástrofe en exóticos lugares como Afganistán, Bosnia o Mali, pero miles de fotografías, centenares de dossiers con la leyenda “Cortázar”, “Israel”, “Escritores latinoamericanos”, “semana Negra de Gijón”, “Carrefour de littératures”, “Saint Malo”, “Mercedes Sosa”, “Astor Piazzola” (…), no les dicen nada y tiran todo a la basura sin consultar nada a nadie”. No lo tiran; en realidad, lo incineran.
Lo que no menciona Mordzinski, ni los pocos medios que han hecho eco del suceso, entre ellos Página/12, de Argentina, con una hermosa nota de Silvina Friera que comienza así: “Primero quemar, después una espiral de silencio. La piel se eriza, los párpados tiemblan”, es que siete días antes de que Mordzinski y Mora se enteran del atentado contra su trabajo, inaugurando el mes de marzo había ocupado la silla de la dirección del diario, en una encarnizada lucha por obtenerla, Natalie Nougayrède, la primera mujer en hacerlo en la historia del periódico, y que en los pasillos políticamente correctos en los que vivimos todos hoy, su elección fue saludada, más que por su competencia, por esa siniestra ecuación de igualdad o cuotas de género: ¡Por fin, una mujer!, saludaron la elección lectores y lectoras. De momento, la mujer ha callado el “desaguisado” del diario que dirige tras la muerte de su antiguo director, Erik Izraelewicz, quien falleció el pasado 27 de noviembre de 2012 en el mismo edificio de donde sacaron los archivos de Mordzinski y los quemaron.
En este espacio he escrito sobre la decadencia que ha sufrido el diario El País, capaz de publicar en portada la foto falsa de un moribundo Hugo Chávez y minimizar su infracción ética e informativa; toca el turno al diario Le Monde. Lo triste de noticias como esta es que los que nos dedicamos y trabajamos para los medios de comunicación, encontramos cada vez más el desprecio de los propios jefes, de los dueños, al trabajo de los periodistas.
Lo grave es que, en efecto, lo diarios hoy parecen estar dirigidos y administrados como si fueran hamburgueserías, salones de belleza, talleres mecánicos, donde lo importante no son los archivos ni las noticias ni las fotografías que han desvelado a sus autores, buscando el mejor ángulo, la mejor línea, la mejor versión de un acontecimiento, sino la visión de “empresa”, “el esquema de negocio”, “los ratings”, “los clic”, y toda esa parafernalia adecuada “al contexto global y moderno” del siglo XXI que está matando incluso a los que fueron los diarios más prestigiosos del mundo; a los diarios que, hace tiempo de aquello, les preocupaba serlo.
Periodista y escritor, autor de la novela "La vida frágil de Annette Blanche", y del libro de relatos "Alguien se lo tiene que decir".