¿Hay que facilitar los divorcios políticos?

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El artículo de Jesús Silva-Herzog Márquez de este lunes augura un debate interesante. Reconstruyo, con cuatro retazos, el tren de su argumento:

La legislación electoral mexicana prohíbe el divorcio. Las consecuencias de la separación política son tan costosas que, quien se animara a dejar el domicilio conyugal para romper con la antigua alianza, quedaría a la intemperie y en el desamparo más absoluto. No es que esté formalmente penada la ruptura, pero en los hechos es prohibitiva […] De ahí que los matrimonios partidistas sean nefastos pero eternos. No lo lamento. De hecho me parece sensato que se reduzca el espacio del transfuguismo y que se aliente la estabilidad de las formaciones políticas […] Sigo pensando que todos los males de los partidos fuertes son preferibles a cualquiera de los males que provocaría el debilitamiento de los partidos. […] No estaría el país en mejores condiciones de gobernabilidad si los partidos tuvieran una puerta más ancha de salida. Si las condiciones para la migración partidista fueran más alentadoras, el país tendría una vida política aún más inestable.

La discusión viene a cuento por lo sucedido recientemente en el PRD. Tras un proceso de renovación de la dirigencia lleno de “irregularidades”, y en donde las corrientes en pugna no escatimaron en muy duras acusaciones mutuas, el partido estuvo al borde de escindirse. Una de las corrientes, la encabezada por Jesús Ortega, decidió recurrir al Tribunal Electoral, que le dio la razón y validó su triunfo. La corriente derrotada, encabezada por Alejandro Encinas (que en realidad es el personero de Andrés Manuel López Obrador), desconoció la decisión del Tribunal. Hubo, entonces, incesantes rumores sobre una inminente fractura. Al final, sin embargo, Encinas anunció que su corriente no se va del partido: no reconocen a la nueva dirigencia pero darán la “pelea desde dentro”.

Silva-Herzog acusa recibo, en su blog, de varios desacuerdos con su artículo: los de Pedro Aguirre, los de Andrés Lajous, los míos. En su réplica, sin embargo, insiste en que la permanencia de los encinistas en el PRD es una buena noticia:

Necesitamos partidos fuertes […] que sean estables referentes del debate político y de la competencia electoral […] ¿Sería bueno que las reglas electorales alentaran la escisión de la corriente de Encinas, que el PRD se rompiera y se formara de ahí un grupo de cuatro partidos de izquierda? ¿Sería ventajoso para la democracia que PRI se fracturara en diez pedazos y que cada grupo regional priísta armara su propia base de apoyo?.

Ignoremos las preguntas retóricas que reducen la discusión al absurdo. Insistamos, en cambio, en lo concreto: ¿Qué es exactamente lo que hace de un partido quebrado internamente, como hoy está el PRD, un “estable referente”? ¿De que le sirven a los ciudadanos reglas que protegen a los “partidos fuertes” a costa de una competencia electoral más abierta? ¿Robustece a la democracia una legislación que constriñe a vivir bajo un mismo techo partidista a grupos que se han revelado irreconciliables, y cuya constante bronca termina contaminando buena parte de la vida política? ¿Cómo contribuye a la lucha contra la desigualdad una izquierda que consume casi todas sus energías en pelearse consigo misma?

¿De veras es una buena noticia? ¿Para quién?

– Carlos Bravo Regidor

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es historiador y analista político.


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