Historia de dos mujeres (y una más)

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El Uruguay y la Argentina de las posguerras europeas fueron países prósperos, ricos y modernos. Al primero se lo conoció como ¡la Suiza de América! (por su legislación social, vanguardia de un Estado de bienestar latinoamericano) y al segundo como ¡el granero del mundo! (por su fecundidad en granos y cereales y su hacienda ganadera). Se cuenta que los millonarios nativos de la época viajaban en transatlánticos lujosos, incluían en su equipaje alguna vaca lechera con la que alimentar a su prole en el trayecto y ocupaban en las ciudades que visitaban las suites de los hoteles de primera clase. Ese momento políticamente fundador y económicamente fulgurante del Cono Sur, elevado desde hace años a categoría mítica que ahora mucho añora un imaginario colectivo muy castigado, se canceló de modo brusco con la turbamulta peronista de los cuarenta y con la difusión de la aventura revolucionaria de los setenta.

Una exposición que se inauguró a comienzos de mayo en Montevideo, en las salas de la Alianza Francesa, algo restituye de aquella época de oro. El modesto milagro, que se produce gracias a tres o cuatro vitrinas que guardan documentos y manuscritos originales y a una veintena corta de fotografías, puede leerse como un homenaje directo a dos mujeres: Gisèle Freund (1908-2000), la autora de la secuencia fotográfica que se exhibe, y Susana Soca (1906-1959), de prosapia patricia uruguaya (que no oligárquica, como gusta subrayar cierta sociología vulgar); y también, en una ampliación pertinente de este contexto, como un homenaje indirecto a la argentina Victoria Ocampo. O quizás habría que decir, para respetar la exactitud de los hechos, que la exposición, titulada acaso de modo abusivo Susana Soca y sus constelaciones vista por Gisèle Freund, es el homenaje evocador, rutilante y nostálgico a un tiempo, de un mundo muy distinto al de hoy, un mundo prestigioso y un mundo extinto. El mundo, justamente, fértil y opulento, de positiva andadura progresista, que en tan buena medida encarnaron el Uruguay y la Argentina de la tercera y cuarta partes del siglo que se nos fue.

El centro de tal mundo, cabe aclararlo de inmediato, estaba en Francia, y más concretamente en París, y no en Buenos Aires o Montevideo. Hacia 1938, allí, en esa capital europea, Gisèle Freund y Susana Soca se conocen y anudan una amistad perdurable. Una y otra personifican figuras sociales opuestas y difieren en sus respectivos destinos. La alemana, que se educó en Fráncfort con Karl Mannheim y Theodor Adorno, y cuya vocación fotográfica fue alentada por Norbert Elias, es una víctima de la adversidad que por el ascenso del nazismo huye de su país en 1933, que estudia en la Sorbona y que a consecuencia de la ocupación de 1940 es obligada a abandonar Francia y entonces recala primero en Buenos Aires (donde hace un reportaje fotográfico exaltando a Eva Perón que publica Life en 1946) y algo más tarde en México (donde se unirá a la sagrada familia inevitable: Frida Khalo, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros). La uruguaya procede de una región rioplatense pacífica y es heredera de una fortuna inmensa; como típica representante de su clase social, fue educada en francés, lengua que domina y en la que se expresa mayormente. ¡Yo escribía en una lengua y hablaba en otra y la separación entre las dos adquiría tintes angustiosos!, confesará en algún momento.

Ambas mujeres (y, con ellas, Victoria Ocampo) coinciden en un rasgo principal: sensibles y curiosas, desarrollan una pasión por la tradición cultural francesa, frecuentan sus círculos intelectuales y buscan integrarse activamente a ellos. Son herederas tardías y cosmopolitas de aquellas señoras de cuna noble y de nacionalidad a veces incierta que discurrían por los salones literarios del xviii. Así, una y otra hacen amistades intelectuales comunes: Henri Michaux, Émile Cioran, Pierre Drieu La Rochelle, Jean Cocteau, Roger Caillois, Jules Supervielle y los hispanoamericanos José Bergamín, Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Joaquín Torres García, Rafael Alberti, Silvina Ocampo, Ricardo Paseyro. La galería de retratos que esta muestra montevideana recoge son los de la casi totalidad de esa ¡constelación!, y llevan la marca de su autora: una mirada fotográfica directa y limpia, de agudeza psicológica y reverberaciones dramáticas, que desde ángulos en sí mismos convencionales revela, aquí y allá, aspectos oscuros o escondidos o inesperados de una personalidad situada en su entorno iconográfico cotidiano.

Como hace Victoria Ocampo (que por cierto será la responsable de que Gisèle Freund se traslade a la Argentina y allí quede hechizada por las pampas), Susana Soca decide emplear su riqueza en una empresa cultural: la fundación de una revista. La publicación se llamará La Licorne en su edición francesa y Cuadernos de La Licorne en su esporádica versión uruguaya: ¡el nombre francés del unicornio fue dado a la revista pensando en la Licorne hissante et non passante, es decir en la figura astronómica que representa una constelación pequeña y discreta perteneciente al cielo del Norte y vista desde el Sur!. La revista de Victoria Ocampo, como se recordará, llevó el nombre de Sur.

Tanto La Licorne como Sur comparten características principales: el deseo de convertirse en ejes de un intercambio intelectual entre dos lenguas y sus literaturas respectivas y, también, en un foco de irradiación de lo francés entendido aún en esas fechas como el summum de una tradición. La Licorne tuvo una existencia compartida entre Francia y el Uruguay y duró poco porque Susana Soca murió al estrellarse un avión de los precisamente bautizados Constellations en un viaje de regreso a su país. Fue una revista de amigos, hecha entre amigos y para amigos. Sur, por el contrario, dilató añares su existencia y en los mejores y muy abundantes tramos de ese trayecto se constituyó en una gran revista de incidencia decisiva en la creación de un gusto literario latinoamericano. Si Victoria Ocampo fue una mujer de mando y a veces autoritaria, Susana Soca fue una mujer apocada y tolerante, volcada a ayudar a los desheredados y a la exilada cofradía artística española. Si Victoria tuvo una vida amorosa agitada y se vistió con Chanel, Susana llevó una vida morigerada y se vistió con Lacroix. Si la argentina arropó a José Ortega y Gasset y a Rabindranath Tagore en su casona del barrio porteño de San Isidro, la uruguaya se aventuró en tierras de la Rusia soviética y de allí trasladó clandestinamente a Occidente el original -nada más, nada menos– del Dr. Zhivago de Boris Pasternak. El gesto de la argentina testimonia una cortesía hospitalaria y el acto de la uruguaya fue una manifestación de heroísmo.

Como casi siempre, más que siempre ahora que ninguno de los nombres que se entrelazan en esta historia remota y tan memorable sobreviven, fue la voz de Jorge Luis Borges la que con mayor talante elegíaco expresó las dimensiones de la figura de Susana Soca. En 1961, en Montevideo, y en el último número de La Licorne, dio a conocer este poema a ella dedicado:

Con lento amor miraba los

/ dispersos

colores de la tarde. Le placía

perderse en la compleja melodía,

en la curiosa vida de los versos.

No el rojo elemental sino los grises

hilaron su destino delicado,

hecho a discriminar y ejercitado

en la vacilación y en los matices.

Sin atreverse a hollar este perplejo

laberinto, atisbaba desde afuera

las formas, el tumulto y la carrera,

como aquella otra dama del espejo.

Dioses que moran más allá

/ del ruego

la abandonaron a ese tigre,

/ el Fuego. ~

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(Rocha, Uruguay, 1947) es escritor y fue redactor de Plural. En 2007 publicó la antología Octavio Paz en España, 1937 (FCE).


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