Diario de enero

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Leo Journal extime, el último libro de Tournier, hermosa colección de chispas sacadas al pedernal cotidiano. Un diario éxtimo es lo contrario a uno íntimo. Lo mejor que le he leído últimamente. Cita una reflexión del siempre sabio Alphonse Allais: “La forma misma de las pirámides demuestra que desde la antigüedad hay en los obreros una tendencia a trabajar cada vez menos.”

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Vamos a al acuario. En ningún aspecto de la realidad Dios se puso más pueril que a la hora de diseñar pecesitos tropicales. Son como el postre de la creación. Al salir, cae una fuerte nevada: entre los flotantes copos, lentos y obesos, la ciudad es también una pecera, monocroma.

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Termino Koba the Dread de Martin Amis, minucioso libro de odio a Stalin, fallida reflexión sobre la mueca de la historia. No es gran cosa. Del inventario de horrores, se me queda una imagen terrible: en las atestadas celdas del gulag, los muertos se quedan días enteros sin tocar tierra, sostenidos por los cuerpos de los demás prisioneros.

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Al vecino cementerio de Montparnasse. Quiero ver si es cierto lo que dice Villaurrutia: que un “Cementerio en la nieve” es como un sueño sin sueños, como unos ojos en blanco. Pero a pesar de ser domingo, está cerrado. Quizá sea una disposición de las autoridades para impedir un riesgoso aumento en el índice metropolitano de melancolía ambiental.

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Sobre la plasta homogénea de sus crímenes, cada dictador aporta el detalle de sus excentricidades, babosas o atroces. Es como un concurso para ver quién decora de manera más llamativa su tiara de gargajos. Este gordito atómico norcoreano, Kim Jong Il, no va mal. Cuando el Amado Líder (su apelativo oficial) viaja en su tren, le gusta que las cuatro damas que siempre lo acompañan se disfracen de maquinistas y lo arrullen a la hora de dormir. También diseña las coreografías multitudinarias que ejércitos y escolapios (muertos de hambre) realizan en su honor en el estadio.

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En la exposición abcDF en el Instituto de México en París veo una foto que muestra a una señorita cachetona, forrada en una tela que seguro se llama moiré, sentada en un comedor de ensueño. Obligatorio gobelino con última cena y espesa alfombra roja protegida con plástico. Un Versalles de pacota: satines y chiffones, lladrós y candiles. El lujo vulgar es como un estornudo de Churriguera solidificado. Alguien me dice que es el comedor de Roberto Cantoral. Como su bolero “Reloj no marques las horas” es su gran opus, en un muro hay un reloj de dos metros de diámetro. Sus florituras doradas y numerales romanos reproducen a gran escala el culo de Luis xv. Este señor Camptotal es el dictador de la Sociedad de Compositores de México. Cuando hay elecciones, cada compositor tiene tantos votos como éxito popular tiene su música. Como este Líder decidió que su canción es la de mayor éxito en la historia de la humanidad, se ha otorgado doscientos nueve mil millones de votos y lleva lustros votando por sí mismo. Siempre gana. Es una de las pequeñas dictaduras mexicanas que han sobrevivido, y sobrevivirán, al cambio.

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No empezó mal, pero cuando llego a este párrafo, abandono Les Ombres errantes, libro de Pascal Quignard que ganó el Prix Goncourt:

Les actes brûlent. Les sexes brûlent. Tout est en feu, tout est désir. Tout est soif de l’ersatz et de la mort qui en lui attire, toute est servilité et sommeil. La conscience des hommes peut être comparée à la flamme d’une lampe allumée dans la nuit…

Vulgata filosofrasta, la sentencia sutil, la delicatessen de intensidades, la puntuación como profundidad, el ronroneo sexy, la conciencia como sedoso pañuelo volandero. ¡Qué pereza!

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Los conciertos de otoño de Marcos evidencian que los años no pasan en balde. Sus letras envejecen y su tonada es demodé: pataletas de crío, fanfarronadas, candy-cursilería. Bullanguera materia prima para confeccionar baladitas del cantautor europeo que querría ser en el fondo. Y, para terminar, su transformación en una Miss eta que nadie sacó a bailar. En su escenario aburrido, el Zapatismo se convierte en zapatazos.

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Me divierto en grande leyendo a Marcial. Qué exactitud en el insulto, qué registro exacto del tonto apetito, qué gran talento, qué gran hijo de puta:

Zoila: infectas el agua de la piscina
metiendo en ella el ano.
¿Quieres ensuciarla aún más?
Mete la cabeza.

Creo que yo sería un buen dictador. Publicaría ipsofacto decretos que prohibirían persécula las motocicletas, ese licor de genciana que se llama Suze, los betabeles, las olimpiadas, la canción “Carnavalito” y la palabra “vivencia”. Y organizaría hermosos desayunos campestres nudistas en mi honor para que mis amigos poetas me recitasen odas. Y me diseñaría un uniforme espectacular, una mezcla de hábito de dominico y húsar húngaro. Y el himno nacional sería “Reloj no marques las horas”. Y luego, me exiliaba a la Toscana. ~

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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