i.m. Octavio Paz¿Recuerdas aquel pueblo en las Alpujarras,
el vaho pertinaz de la retama y luego el garabato
árabe de la breña quemada entre las piedras?
¿El hostal vacío donde velamos
hasta el alba, mientras una lluvia largo tiempo esperada
envolvía las calles, los jardines anclados en el humo,
las plazas arboladas?
¿Recuerdas la huraña
música de las cigarras, el miedo repentino
en la quietud de la tarde? Y el modo
en que casi aprendimos a tropezar en el aire
con la mancha de algo más denso, cómo la permanencia
del terror es el premio a un miedo más pequeño:
la bestia que invocamos en el día indistinto:
del tamaño de un hombre; inerte; un fantasma con pelo y dientes.
un modo de decirlo
quizás
o también: cómo
al dejar Frankfurt
el avión ascendió lentamente hasta un muro
de nubes tormentosas
y sus huesos se estremecieron
una pausa fugaz antes de la quietud
de la caída
luego el relámpago sobre campos que sangraban
como las ceras en la caja de colores
de un niño: amarillo colza
verde trébol
ocre y siena terrosos.
Cómo el terror alterna siempre
entre el brillo
del hogar
y el frío de la partida
Yo atravesé los arcos y los puentes
Yo estaba vivo, en busca de la vida
y el amor es un aprendizaje,
como un baile:
conocidos los pasos
se gira sin deseo
en los brazos de un acompañante
Yo estaba vivo y vi muchos fantasmas,
Todos de carne y hueso y todos ávidos
cómo una vida
no es del todo visible
tras sus dosis de lluvia
su confusión de besos
que descienden al hueso
y allí florecen
en forma de palabra
Tigre, novilla, pulpo, yedra en llamas
elijas lo que elijas
tanto da:
llegada; fin; hibisco; carbón; piedra. –
Versión de Jordi Doce