Irán ida y vuelta

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DE VIENA A TEHERÁN

El año de Mozart en Viena admite todas las variedades del arte pop. Jamás tantos grafitis del “genio de Salzburgo” se habían pintado en una ciudad. El aeropuerto de Viena no era una excepción. Por un momento pensé que viajaría en Amadeus Airlines rumbo a Teherán. Desde el 11 de Septiembre los aeropuertos ya no son lo que eran antes. El área de revisión de maletas parece un homenaje al mejor cine surrealista: un guardia intentando abrir la espalda de una muñeca Barbie en busca de un improbable explosivo. Mientras contemplaba esta escena, digna de una parodia de David Letterman, un mullah me hizo la plática. Su barba estaba recortada con cuidado y sus ropas lucían nuevas. Al ver el fajo de periódicos que yo llevaba bajo el brazo, me preguntó si era periodista. Lo negué con cierto nerviosismo –alguien me había desaconsejado mostrar el menor indicio de politización– y en cambio murmuré que sólo era un interesado en los asuntos de la aldea global. Seguramente no me creyó, pero sonrió despacio e intentó practicar su español conmigo. Detrás de él, había una mujer con un chador negro –el cuerpo entero cubierto, exceptuando el rostro– cuidando un recién nacido. Ese fue mi primer encuentro con ese “mundo raro”, donde el erotismo femenino es objeto de la mayor represión y escarnio público.

La verdad sea dicha, las aeronaves de la República Islámica de Irán no pasarían un mínimo examen de derechos humanos realizado por Amnistía Internacional o Human Rights Watch. Desde que están en el avión, las mujeres tienen que someterse al estricto código de vestimenta que ha impuesto el régimen de los clérigos: las aeromozas parecen sacadas de un set de una película de Batman donde todas quisieran ser batichica.

Mientras escuchaba que alguien desde la cabina nos daba la bienvenida a bordo –“In the name of Alah, the compassionate, the merciful”– yo no dejaba de pensar en un nombre cuyas letras deben estar grabadas con fuego en el infierno: Abu Nidal. En diciembre de 1985, el terrorista alguna vez más temido del mundo, incluso por la olp, ordenó el lanzamiento de granadas a turistas que pretendían viajar a Tel Aviv en el aeropuerto de Viena. La perspectiva de una muerte por un ataque terrorista me hizo fijar la vista en los dulces de pistache –uno de los principales productos de exportación de Irán– mientras reconstruía las escenas de una vida dedicada a la molicie, la desesperación y el absurdo. Luego me di cuenta que esa no era mi vida pero para entonces ya era muy tarde: sudaba en frío.

Antes de llegar a Teherán sólo sabía que un joven rollizo llamado Saeed me estaría esperando en el aeropuerto. Al pasar el área de revisión de pasaportes, vi a una rubicunda figura sosteniendo una cartulina que decía “Anjel”. Me gustó esa jota intermedia puesta como un palo de golf hecho de letras. Llevamos mis maletas al auto de Saeed y emprendimos la marcha hacia el centro de Teherán. “Me gustaría poner música pero está prohibido escucharla en estos días en un coche”, me comentó Saeed. Mientras pensaba en esta forma de la represión, nos acercamos a un automóvil que la policía especial de los mullahs tiene para lidiar con grupos terroristas. En este caso revisaban a un grupo perteneciente a Hezbollah. Me sorprendió que Hezbollah provocara la atención de la policía iraní (después de todo, este grupo terrorista siempre se ha beneficiado del respaldo de Irán), pero en el complejo tablero de la política en el Medio Oriente las alianzas son el teatro más rápido del mundo. Lo que es cierto es que el régimen de los ayatolás –así lo sugiere una lectura entre líneas de la prensa iraní controlada por el Estado– está interviniendo en Iraq, pues considera ese país –cuando menos el sur– como parte del mundo chiita que debe controlar. El futuro de la región dependerá, en más de un sentido, de si Irán, con su visión teocrática, logra influir decisivamente en Iraq, o si éste, con su nuevo gobierno democrático, logra promover un movimiento interno que derroque al gobierno de los clérigos.

Fui a Irán no como el turista en busca de playas fabulosas o montañas prodigiosas (aunque el país cuenta con ambas); mi intención era conocer de primera mano la opinión de algunos conocidos iraníes acerca de la situación política. También me interesaba explorar la posibilidad de entrevistar a Hossein Jomeini, un nieto del Ayatolá, y de quien me habían dicho odiaba al régimen de los clérigos chiitas que controlan el gobierno iraní. El destino quiso que también me enterara –gracias a la afición deportiva de los taxistas– de la posible alineación que el equipo persa presentaría en el primer cotejo frente a México en el Mundial de Alemania.

 

Los hombres en cuclillas

Llegué a Teherán de noche y me sorprendió percatarme de que casi todos los anuncios públicos escritos en farsi estaban traducidos al inglés. Después sabría que en Irán, incluso en sectores de la clase media baja, tienen acceso a antenas parabólicas, donde se pueden ver programas americanos. Lo primero que asombra al visitante de la capital iraní es la majestuosidad de la cadena montañesa de Alborz, que mira hacia la ciudad. Al verla, recordé un verso de Chesterton: “Mármol como luz de luna maciza, oro como un fuego congelado”. Alguien mencionó que cerca había un resort para esquiar. Imaginé escandinavos que sólo conocieran Teherán por la nieve de sus montañas. En Alemania y Austria las bicicletas son usadas por ciudadanos vigorosos demasiado preocupados por el Umwelt. En Teherán, en cambio, las avenidas y las calles están pobladas de motocicletas ubicuas que hacen las veces de taxis. El rumor de esos motores es el sonido de una ciudad demasiado contaminada. Tuve la sensación de visitar una metrópoli que pronto sería nostálgica. Los futuros residentes de Teherán seguramente evocarán la época de los Paykan –equivalente persa de los “vochitos”– desgastados con sus carburadores que ya exigen jubilación.

La mañana siguiente a mi llegada salí a recorrer la ciudad muy temprano. En mi periplo por una de las principales avenidas me topé con un grupo de hombres en cuclillas, en actitud de sumisa espera, junto a una burocrática puerta de un edificio gris. Me acerqué a leer la inscripción en la entrada que a la letra decía: “La Fuerza Disciplinaria de la República Islámica”. Como Stalin, el ayatolá Jomeini –hombre del año según la revista Time en 1979– también vislumbró el arribo del hombre nuevo. Pero a diferencia del homo sovieticus, el habitante del mundo de acuerdo a Jomeini no aspiraría a la emancipación sino a la rendición total ante la autoridad clerical. En ese sentido, su esfuerzo continúa: ¿alguien se atreve a dudar del éxito de la distopia de los hombres en cuclillas frente a “La Fuerza Disciplinaria de la República Islámica”? Ante este indiscutible logro de la voluntad teocrática, la imaginación liberal –con sus instituciones de derechos humanos y sus Naciones Unidas– responde primero con perplejidad, luego con asombro, luego con fatiga: quizás ha descubierto sus verdaderos límites.

 

Pequeños actos de desobediencia civil

El corazón espiritual de la universidad de Teherán es una mezquita. Mientras caminaba por el campus, no pude dejar de mirar los grupos de mujeres estudiantes ataviadas con chador y mascadas en la cabeza que el gobierno ha impuesto como el código de la vestimenta femenina. Se pensaría que las universidades son uno de los principales productos de la Ilustración, pero en estas aulas las estudiantes están sentadas hasta atrás, mientras los estudiantes ocupan las primeras bancas. Esto ocurre también en vagones del metro y en autobuses: la arena pública como mezquita.

Nuestro léxico político reconoce esta realidad a la que ha bautizado como apartheid. Mientras estuve en Irán, Ahmadineyad dijo que las mujeres tendrían la oportunidad, por primera vez, de ingresar a un estadio de fútbol para ver los partidos. Esto, sin embargo, fue denegado por el liderazgo de los clérigos. Decidí tomar un refresco en uno de los comedores donde se practica la segregación por sexos. Me senté en una mesa del área reservada únicamente para mujeres. Para mi sorpresa ninguna de ellas se escandalizó o intentó llamar a las autoridades.

–¿De dónde eres? –me preguntó una de ellas.

–De México –respondí como quien menciona una galaxia lejana.

Rieron entre ellas, mientras yo admiraba la belleza de casi todas. Me habría gustado verlas en todo su esplendor: observar con lentitud sus largas cabelleras ondeando entre la brisa del verano. Imaginé ser su héroe: me vi encabezando un gran movimiento emancipador para despojarlas de su chador y sus mascadas. De mi sueño de líder feminista me sacó un brazo que se posó sobre mi hombro. Se trataba de un guardia de la universidad que me ordenaba desalojar el lugar. De haber sido iraní, me habría ido bastante mal, quizás una temporada en la cárcel, como después me explicaron. La República Islámica de Irán es, entre otras cosas, un gran experimento en misoginia.

 

Desiertos nucleares

En los meses previos a mi visita, los titulares de los principales periódicos europeos consagraban un dilatado espacio al programa nuclear iraní y la posible amenaza que éste representa para la comunidad internacional. La historia de esta crisis comenzó en 2002 cuando un grupo de oposición iraní en el exilio mostró evidencia de que Irán había escondido un programa de investigación nuclear durante más de diecisiete años. En junio de 2003, la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) verificó las acusaciones del grupo, y declaró que Irán violaba el Tratado de No Proliferación Nuclear. Para hablar del tema y de otros asuntos me reuní con Kaveh –un intelectual y traductor iraní– en el restaurante Mansoor, cerca del centro de Teherán. “La cultura política de los iraníes promueve la holgazanería”, me dijo Kaveh, y agregó: “Esto se aplica también a los clérigos y gobernantes en Irán. Por ello, no creo que sean capaces de construir una bomba atómica”.

Otras versiones en Occidente indican que, tras la caída del presidente de Georgia, Edward Shevardnaze, un grupo de científicos emigró a Irán para ayudar al régimen en su programa nuclear. Lo cierto es que el programa iraní puede considerarse como una consecuencia indeseada del desarrollo atómico europeo. El científico pakistaní A.Q. Khan, quien trabajó para un laboratorio ligado a la empresa de investigaciones nucleares URENCO, con sede en Ámsterdam, viajó a Islamabad en enero de 1976 con toda la información para construir una bomba nuclear. Años después, Pakistán ingresaría al club atómico. En ese bazar de la muerte la tecnología llegaría a Irán, vía A.Q. Khan.

Mientras me encontraba en tierras persas, el esfuerzo diplomático europeo –en 2003 Inglaterra, Francia y Alemania conformaron el grupo de los tres, con el fin de dialogar con el gobierno iraní– había fracasado y la AIEA estaba a punto de dejar la definición de la cuestión en manos del Consejo de Seguridad de la ONU. Otra crisis entre Medio Oriente y Estados Unidos se avizoraba en el futuro.

El siglo XX nos ha legado la imagen del desierto nuclear: Robert Oppenheimer citando el Bhagavad Guita después de la explosión atómica en Los Álamos. También la planta nuclear de Natanz se encuentra en medio del desierto y se puede ver desde la carretera que comunica Esfahan con Qum. Se trata de un conjunto de unos quince edificios y una torre resguardada por baterías antiaéreas. A decir verdad, no me había percatado de su existencia hasta que el chofer del taxi que contraté gritó súbitamente: “Atomic, atomic”, mientras su índice apuntaba hacia el parabrisas. Si los científicos iraníes tienen éxito en construir un dispositivo nuclear, un misil Shahab-3 –con su mensaje del infierno– puede ser cargado con una ojiva y apuntar hacia Israel. ¿Está preparada la conciencia de Occidente para la posibilidad de un “holocausto nuclear”?

Entre gotas de lluvia, las lomas escarlatas recortaban un cielo nublado. Después escampó unos segundos, mientras la luz de rayos eléctricos se adivinaban en el horizonte. Imaginé la caída de misiles sobre el desierto: también recordé el Bhagavad Guita.

 

El nacionalismo iraní

En junio de 2005, Mahmud Ahmadineyad, un ex comandante de la guardia revolucionaria de Irán, fue electo presidente en unas elecciones caracterizadas por el fraude. Ingeniero en tráfico y transporte, Ahmadineyad fue alcalde de Teherán en 2003. Pertenece al grupo Abadgaran, una coalición de partidos conservadores que hoy dominan el escenario político. Antisemita, ha dicho que Israel debe ser borrado del mapa y niega que el Holocausto haya tenido lugar. Los neonazis, durante el mundial de Alemania, convirtieron a Ahmadineyad en un héroe de ocasión.

En el café Naderi, un lugar que frecuentaban artistas y escritores en los tiempos del Shah, platiqué con Naya, una fotógrafa profesional, quien trabaja para agencias internacionales y que en febrero cubrió los ataques a las embajadas escandinavas en Teherán por parte de extremistas musulmanes. Hablamos del cine de Kiarostami, de la literatura iraní, de la guerra de Iraq, de los jóvenes persas. La pirámide demográfica de Irán muestra que el país está poblado principalmente por jóvenes. Hace un par de años, el movimiento estudiantil parecía haber puesto en jaque al régimen clerical. Sin embargo, como la primavera de Machado, como llegó se disolvió. “El movimiento estudiantil está acabado” me dijo Naya, mientras me señalaba un par de universitarias que ella conocía. “Ahora sólo les interesa hablar de cosméticos y ropa”. Curioso, pues la moda iraní para las mujeres no es precisamente muy amplia. La conversación nos llevó a la pregunta de cuál sería la reacción de la población iraní en el supuesto caso de que Estados Unidos bombardeara las plantas nucleares. “Sin duda apoyarían al régimen contra el invasor. Hay que tener en cuenta la magnitud del nacionalismo iraní. Si Estados Unidos quiere perder la simpatía que tiene entre la población, lo peor que puede hacer es atacar militarmente al régimen”.

Es cierto, por las breves pláticas que tuve con iraníes en la calle pude percatarme de la admiración que sienten por Estados Unidos, “el mejor país del mundo”, me dijo, contundente, un taxista. Pero esta admiración no debe confundirse con aceptación de las políticas americanas en Medio Oriente. La historia de las relaciones entre Irán y Estados Unidos proviene de un trauma de medio siglo.

Teherán sólo tiene tres líneas del metro. Subí a uno de los trenes subterráneos con el fin de dirigirme a la estación Taleqani, que se encuentra justo en la esquina adyacente al edificio que solía albergar la antigua embajada estadounidense. Este lugar es una cicatriz del nacionalismo iraní. En 1953 la CIA orquestó un golpe de estado –la famosa operación Áyax– contra el presidente democráticamente electo, Mohammad Mossadegh. Por más de veinticinco años, la política de respaldo a la dinastía Reza Palehvi fue implementada desde ese edificio. Aquí también el nuevo gobierno del Ayatolá sorprendió al mundo al mantener como rehenes a 52 diplomáticos norteamericanos en 1979. Hoy, las paredes que resguardan el complejo están dedicadas a la propaganda contra Estados Unidos: la estatua de la libertad está dibujada con el rostro de la muerte.

 

Desesperadamente buscando a jomeini

Viajé a Qum porque quería entrevistar a Hossein Khomeini. Se trata de uno de los nietos del Ayatolá. Su importancia radica en el hecho de que sus críticas al régimen de los clérigos han sido más que acerbas. La verdad sea dicha, mis simpatías están con este ilustre clérigo que ha decidido oponerse a la tiranía teocrática de su gobierno. En la jerarquía del chiismo, Jomeini es un sayeed, un clérigo júnior, por así decirlo. De hecho, Hossein Jomeini apoya una intervención militar estadounidense para liquidar al régimen. Tampoco duda en definir los esfuerzos de la coalición angloamericana como “liberación”. Me interesaba saber cuáles eran sus razones. Un contacto me había dicho que quizá lo podía encontrar en la ciudad de Qum, donde otrora vivió el Ayatolá, y es considerada sagrada por el chiismo iraní.

La “ciudad de dios” es uno de los sitios más sucios y desolados que he visto. Un festival de vulcanizadoras y servicios de limpieza para autos le dan la bienvenida al visitante. Nuestro carro se abrió paso entre el tráfico, y por fin llegamos a la mezquita de Hazrat-e Masumeh, donde se resguarda la tumba de Fatimah, la hermana del Imán Reza. Abordé a algunos de los mullahs para preguntarles por Jomeini. Cada uno de ellos me daba información distinta. “Sí, vive aquí, pero está muy enfermo y no te puede ver”, me dijo uno. “No vive aquí, sino en Karbala”, sentenció otro. “Lo que sé es que vive en Bagdad”, respondió otro más. Después de algunos minutos, el taxista que había contratado preguntó a otro par de clérigos por Jomeini. Uno de ellos, enfurecido, amenazó al chofer y se fue profiriendo palabras en farsi, que no logré entender. A petición del chofer, quien tenía miedo de que lo mataran si lo asociaban con el nieto del Ayatolá, regresé a Esfahan sin haber podido conversar con Hossein Jomeini. La ciudad nos despidió con granizo.

 

La ciudad de los poetas

Pasé mis últimos dos días en Shiraz, que está situado más al sur. Ahí conocí a Soltani, el atento recepcionista del Hotel Shiraz Eram y un amante del español. Me habló del sufismo y de los antiguos viñedos de Shiraz. Su palabra favorita en español era la “siesta” que además ponía en práctica en las lentas tardes iraníes. Irán siempre ha respetado y ensalzado a sus poetas: de Rumi a Hafez. De hecho, la victoria del farsi (o persa) se debió, en parte, a un poeta, Ferdosi, gracias al cual en Irán no se habla el árabe. Decidí visitar, por lo tanto, el jardín que es a su vez el mausoleo del poeta Hafez. La leyenda dice que quien abra un libro de Hafez frente a su tumba, verá reflejado su destino en uno de los poemas. Abrí, pues, el libro frente al mausoleo de Hafez. La suerte quiso la página veinticuatro. Me gustó un fragmento que muy bien podría ser el epígrafe de esta crónica:

 

Could there stern fools who steal religion’s mask

And rail against the sweet delights of love,

Fair Leila see, no paradise they’d ask,

But for her smiles renounce the joys above.

 

Como en un poema de e.e. cummings, Hafez nos describe cómo la alegría construye su palacio en la mujer amada y no en las máscaras religiosas. Quienes somos optimistas creemos que ahí se descifra el futuro de Irán. No lejos de esa ciudad se encuentra Persépolis, la antigua capital del imperio Aquemenida. Bajo las ruinas de Persépolis está, entre otras, la tumba de Jerjes. Recordé la guerra entre Persia y Atenas que definió al mundo antiguo y pensé en el mundo moderno. No mucho ha cambiado: la batalla de Maratón es cíclica. ~

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(ciudad de México, 1967) es ensayista, periodista e historiador de las ideas políticas.


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