Ilustraciรณn: Raรบl Arias

Isaiah Berlin contra la corriente

Leyรณ con originalidad a pensadores marginales; advirtiรณ motivos intelectuales entre autores de รฉpocas distintas; estudiรณ, mรกs que los รฉxitos, los fracasos de los filรณsofos. Berlin, a travรฉs de sus retratos intelectuales, creรณ una ciudad letrada en la que podemos volvernos mรกs sabios.
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A quien piensa de forma filosรณfica ninguna historia le resulta

indiferente, aunque sea la historia natural de los monos.

H. M. G. Koster

Era una de las anรฉcdotas que le gustaba contar. En 1944, mientras trabajaba en la embajada britรกnica en Washington, Isaiah Berlin recibiรณ la orden de regresar a Londres de inmediato y el รบnico aviรณn disponible para llevarlo era un ruidoso e incรณmodo bombardero militar. Como la cabina no estaba presurizada, tuvo que llevar una mรกscara de oxรญgeno que le impedรญa hablar. Y como ademรกs no habรญa luz, no podรญa leer. Era un vuelo largo. Despuรฉs dirรญa en broma: โ€œno tenรญa mรกs remedio que hacer la cosa mรกs terrible: tenรญa que pensarโ€.

Durante el vuelo, decรญa la historia, tuvo una pequeรฑa epifanรญa. En los aรฑos treinta habรญa enseรฑado filosofรญa en Oxford โ€“algo que le habรญa hecho felizโ€“ junto a amigos como Stuart Hampshire, J. L. Austin y A. J. Ayer, con quienes compartรญa muchos puntos de vista. El positivismo lรณgico estaba en su mรกximo esplendor en Gran Bretaรฑa y Wittgenstein ya estaba desarrollando ideas sobre el lenguaje que lo pondrรญan en duda. Parecรญa que estaba sucediendo algo. Pero a medida que la guerra avanzaba, Berlin se preguntaba si esa clase de filosofรญa era realmente para รฉl. La historia habรญa entrado en su vida por segunda vez (la primera tuvo lugar cuando, siendo un niรฑo, fue testigo de la Revoluciรณn rusa en Petrogrado) y acababa de pasar varios aรฑos en Estados Unidos escribiendo para el gobierno britรกnico influyentes informes sobre los esfuerzos estadounidenses de guerra.

ยฟQuรฉ tenรญan que ver con eso sus primeros escritos sobre la verificaciรณn y la traslaciรณn lรณgica? ยฟEn quรฉ medida afrontaban los urgentes asuntos del momento? Cada vez se sentรญa mรกs atraรญdo por escritores rusos de mediados del siglo XIX, como Ivรกn Turguรฉnev y Alexandr Herzen, cuyas preguntas, estaba descubriendo entonces, eran mรกs parecidas a las suyas. Mientras pensaba en ello en la oscuridad del bombardero, llegรณ a la conclusiรณn, como afirmรณ mรกs tarde, โ€œde que lo que realmente querรญa era saber mรกs al final de la vida de lo que sabรญa al principioโ€. Cuando la guerra terminรณ, abandonรณ la enseรฑanza de filosofรญa y empezรณ a definirse como un historiador de las ideas.

Era una historia ingeniosa y autocrรญtica. Con frecuencia, sin embargo, he deseado que no la hubiera contado. La decisiรณn de Berlin dejรณ estupefactos a sus amigos y colegas en Oxford y creรณ la impresiรณn, reforzada por esta historia, de que habรญa bajado un peldaรฑo en la escalera intelectual. En ese momento, a nadie se le ocurriรณ que pasarse a la historia de las ideas pudiera ser, de hecho, subir un peldaรฑo. La filosofรญa era la filosofรญa, la historia era la historia, y eso era todo. Nadie en Gran Bretaรฑa se definรญa como historiador de las ideas y nadie escribรญa laberรญnticos ensayos de amplio alcance que conectaban a distintos pensadores de distintos siglos, un gรฉnero que Berlin llevรณ a su mรกxima expresiรณn. Los acadรฉmicos no sabรญan quรฉ pensar de ellos y consideraban a Berlin un diletante. Berlin era demasiado educado para defenderse o entrar en aburridos debates sobre metodologรญa, y llevaba su desprecio con la ironรญa de un caballero. (Al menos en pรบblico. En conversaciones y cartas no se cortaba.)

Al releer Contra la corriente, su primera colecciรณn de ensayos y retratos sobre historia de las ideas, publicada hace mรกs de treinta aรฑos, es difรญcil comprender por quรฉ tantos ignoraron lo que era evidente en cada pรกgina: que Isaiah Berlin nunca abandonรณ la filosofรญa. Las cuestiones a las que se enfrentaba en el libro eran cuestiones sobre las que los filรณsofos se han ocupado durante milenios: el alcance y los lรญmites de la razรณn, la naturaleza del lenguaje, el papel de la imaginaciรณn, los fundamentos de la moralidad, el concepto de justicia, las afirmaciones en conflicto de la ciudadanรญa y la comunidad, el significado de la historia.

Pero razonaba sobre todas esas cosas de una manera adaptada a sus intereses y habilidades particulares. Cuando los filรณsofos analรญticos contemplan a los pensadores del pasado, si es que lo hacen alguna vez, tratan de obtener โ€œargumentosโ€ que puedan expresar en los tรฉrminos que normalmente utilizan. Su idea es que la filosofรญa solo puede tener lugar una vez que las ideas echan alas y escapan del cuerpo, como las almas en el Fedro, de Platรณn. Esa no era la idea de Berlin. Su instinto le decรญa que se aprende mรกs de una idea en tanto que idea cuando sabes algo sobre su gรฉnesis y comprendes por quรฉ cierta gente la encontrรณ atractiva y se vio impulsada a la acciรณn por ella. Entonces empieza el pensamiento de verdad.

El retrato intelectual tuvo en el pasado un lugar importante en la filosofรญa. Los diรกlogos de Platรณn, leรญdos por separado, son investigaciones directas sobre cuestiones filosรณficas รบnicas como โ€œยฟquรฉ es el amor?โ€ o โ€œยฟpuede enseรฑarse la virtud?โ€. Pero leรญdos juntos se convierten en el retrato de Sรณcrates, cuya lecciรณn era que la filosofรญa es una forma de vida, no solo una serie de argumentos o doctrinas. Lo mismo puede decirse de las Vidas paralelas, de Plutarco, o de los Anales y las Historias, de Tรกcito, que exploran la psicologรญa y la moralidad humanas por medio de perfiles de filรณsofos, hombres de Estado y dรฉspotas. Los filรณsofos del Renacimiento y el principio de la Modernidad recurrรญan a menudo a esas historias para ilustrar sus propias ideas, o para enmascararlas, como hicieron Maquiavelo y sus seguidores con Tรกcito. Montaigne se apoyaba mรกs en Plutarco, que tambiรฉn le dio un modelo para su incursiรณn en la biografรญa filosรณfica, el ensayo โ€œSobre la amistadโ€, que evoca la vida y las ideas de su amigo ร‰tienne de la Boรฉtie.

Berlin hizo algo similar en sus ensayos. Aunque escribiรณ admirados perfiles de figuras ejemplares como Maquiavelo, Montesquieu o Marx, se sentรญa mucho mรกs atraรญdo por pensadores marginales, a quienes podรญa tornar ejemplares y a los que podรญa utilizar para subrayar las cuestiones que le interesaban. Tenรญa debilidad por los perdedores, especialmente si, en un principio, sus puntos de vista le habรญan resultado antipรกticos. No importaba si su escritura era complicada y el razonamiento, a veces, opaco. Berlin habรญa aprendido que, si las estudiabas con intenciรณn filosรณfica, ciertas mentes de segunda categorรญa enfrentadas a problemas de primera categorรญa podรญan enseรฑarte mรกs que mentes de primera categorรญa perdidas en los matorrales. (Otra razรณn, quizรกs, por la que abandonรณ la filosofรญa analรญtica.)

Resultaba evidente que le gustaba recoger las deslavazadas obras completas de un pensador medio olvidado, o considerado totalmente inaceptable, y encontrar en ellas dramas de alta filosofรญa. Su acercamiento era exactamente el contrario al que realizan los historiadores intelectuales de la actualidad, que parecen empeรฑados en colocar a los pensadores en contextos sociales tan estrechos que el significado general de sus ideas desaparece. Hay un impulso deflacionario detrรกs de la obra de esos autores que es difรญcil de comprender. Berlin no tenรญa interรฉs en clavar a los pensadores con una tachuela para clasificarlos. Si acaso, se le podrรญa acusar de exagerar su importancia si creรญa que al hacerlo contribuรญa a revivir un importante problema filosรณfico.

Cualquiera que haya tratado de escribir retratos filosรณficos sabe lo fรกcil que es fracasar. La paciencia es necesaria. En lugar de abalanzarse sobre ideas que saltan de la pรกgina, uno debe inicialmente suspender el juicio crรญtico y rendirse al autor โ€“reculer pour mieux sauter, como dicen los francesesโ€“. Berlin lo describรญa como algo parecido a โ€œsentirse-uno-enโ€ la mente de alguien que lidia con un puรฑado de ideas, la misma clase de simpatรญa que a Herder le parecรญa necesaria para comprender una cultura ajena. En Contra Sainte-Beuve, Proust ofrecรญa una metรกfora musical para descubrir cรณmo leรญa de joven:

En cuanto leรญa a un autor, enseguida percibรญa debajo de las palabras una especie de melodรญa que en cada autor es distinta que en los demรกs, y sin darme cuenta empezaba a โ€œcantar con รฉlโ€, acelerando o ralentizando o interrumpiendo las notas mientras leรญa, marcando sus medidas y regresos como hace uno cuando canta, y esperando un cierto tiempo, dependiendo del tempo de la canciรณn, antes de pronunciar el final de una palabra […] Y creo que el niรฑo que habรญa en mรญ y se divertรญa asรญ debe ser el mismo que tiene un oรญdo sensible y preciso para oรญr la sutil armonรญa que otros no oyen entre dos impresiones o ideas.

Berlin tenรญa este mismo don. No solo oรญa afinidades entre argumentos aparentemente no relacionados de una misma obra, sino que detectaba motivos intelectuales que aparecรญan en pensadores que escribรญan en tiempos y lugares muy distintos. Como frases melรณdicas que migran imperceptiblemente de canciones tradicionales a sinfonรญas, donde se libera su potencial musical, estos motivos reflejan problemas que los pensadores han tratado de articular con un รฉxito solo parcial. Son pistas. Y, si las sigues, como hacรญa Berlin, descubres dรณnde estรกn las mรกs profundas dificultades filosรณficas.

Las recompensas de esta clase de investigaciรณn pueden verse en los influyentes escritos de Berlin sobre la Contrailustraciรณn. Para ser estrictos, la Contrailustraciรณn no existiรณ, no hubo un club al que afiliarse ni una serie de doctrinas que profesar. Fue un tรฉrmino que Berlin utilizรณ para identificar a un grupo de pensadores modernos disidentes, consternados por las tendencias dominantes en el pensamiento europeo desde el siglo XVII, que consideraban equivocadas y potencialmente destructivas. Giambattista Vico, que escribiรณ en el Nรกpoles provinciano de principios del siglo XVIII, se expresaba de manera muy diferente a Hamann y Herder, que lo hacรญan en la Gran Prusia de Federico el Grande, o Bonald y Joseph de Maistre exiliados tras la Revoluciรณn francesa. Pero su convicciรณn compartida de que algo horriblemente malo le habรญa pasado a la filosofรญa les inspirรณ a plantear desafรญos relacionados, y muy serios, a la reinante perspectiva ilustrada. En parte gracias a Berlin, hoy los lee gente interesada en problemas filosรณficos relacionados con la mente, el lenguaje, la ciencia, la epistemologรญa, la cultura, la historia y la autoridad polรญtica. Pero los escritos de Berlin sobre ellos seรฑalan asuntos aรบn mรกs profundos.

Leyendo amplia y afectuosamente sus escritos, Berlin empezรณ a comprender que lo que en รบltima instancia estaba en juego para ellos no era el lenguaje o la epistemologรญa, ni siquiera la polรญtica en un sentido estricto. Era el bien humano en su sentido general. Lo que la Contrailustraciรณn veรญa en las obras de Bacon y Descartes, Hobbes y Locke, Kant y Lessing, Voltaire y los editores de la Enciclopedia era un acto ciego de reafirmaciรณn humana cuyas consecuencias nadie se habรญa tomado la molestia de calcular (con la posible excepciรณn de Rousseau).

Aunque uno admitiera que sus obras establecรญan sรณlidos fundamentos para el conocimiento humano y el progreso cientรญfico, seguรญan pendientes cuestiones mucho mรกs fundamentales. ยฟPara quรฉ sirven el conocimiento y la ciencia? ยฟQuรฉ funciรณn deberรญan desempeรฑar en las vidas de los seres que en realidad somos, no las criaturas que imaginamos ser? La gente que estรก convencida de tener cierto conocimiento, ยฟquรฉ se hace a sรญ misma y a los demรกs? ยฟQuรฉ costes psicolรณgicos y sociales implica subvertir las creencias establecidas? ยฟPuede el escรฉptico vivir su escepticismo? ยฟPueden sociedades enteras โ€“que deben unir a personas distintas (incluidos los jรณvenes y los analfabetos) para fines comunes y mandar a algunos de ellos a la muerteโ€“ vivir con incertidumbre sobre asuntos decisivos?

Los filรณsofos de los primeros tiempos de la Modernidad que se enfrentaban a la resistencia de la autoridad religiosa se vieron obligados a pensar en estas cuestiones. La mayorรญa, imaginando que la veritรฉ vaut bien une messe, se arrodillaban en pรบblico mientras trabajaban en su obra revolucionaria en privado; unos pocos, como el osado Bacon, desarrollaban con precisiรณn militar argumentos morales y polรญticos para el avance del conocimiento. Pero a medida que la Ilustraciรณn ganaba partidarios en los siglos siguientes y una parte mรกs amplia de la sociedad advertรญa los beneficios de la libre investigaciรณn, la presiรณn sobre los nuevos filรณsofos y cientรญficos para que abordaran las implicaciones mรกs amplias de su trabajo disminuyรณ y dejรณ a quienes se habรญan enfrentado a ellos como reaccionarios irracionales y antifilosรณficos. Al darle una importancia suprema a la pregunta ยฟquรฉ podemos saber?, suprimieron la mรกs inquietante: ยฟPor quรฉ y quรฉ deberรญamos querer saber?

Lo que Berlin consiguiรณ fue utilizar la historia de las ideas para recuperar esta รบltima pregunta y hacerla de nuevo urgente. Si eso no cuenta como actividad filosรณfica, es difรญcil saber para quรฉ cuenta la filosofรญa. Pero Berlin hizo mรกs que eso, como demuestra el รญndice de Contra la corriente. El libro se abre con su estudio de amplio alcance, โ€œLa Contrailustraciรณnโ€, y termina con ensayos sobre el nacionalismo y Georges Sorel, el francรฉs defensor de la violencia revolucionaria. Es un libro que puede leerse con provecho del principio al final o del final al principio. De ambas formas muestra que los asuntos intelectuales centrales de la Contrailustraciรณn han sido tambiรฉn centrales en la experiencia histรณrica moderna, hasta los cruciales, horribles acontecimientos que se entrometieron en la vida de Berlin en el siglo XX.

En el ensayo sobre Herzen y sus memorias, El pasado y las ideas, somos arrojados a una espiral de actividad revolucionaria en la Europa y la Rusia del siglo XIX, en la compaรฑรญa de un lรบcido pesimista comprometido con el socialismo, pero que desconfรญa de violentos fanรกticos convencidos de que han vislumbrado el definitivo final de la historia. Vemos lo que puede pasarle a esa gente en el ensayo sobre Sorel, que reconstruye la ensangrentada polรญtica de la voluntad desde el anarquismo de la Belle ร‰poque al fascismo italiano, despuรฉs a la Revoluciรณn Cultural china e incluso a los Panteras Negras. (Fue escrito en 1971.) Otros ensayos nos presentan a Moses Hess y Benjamin Disraeli, cuyas muy distintas vidas judรญas ilustran las complejidades morales y psicolรณgicas de reconciliar una pertenencia comunitaria heredada con ideales polรญticos universales. El libro termina con una aleccionadora reflexiรณn sobre cรณmo el legรญtimo sentimiento nacional, que Berlin comprendรญa y creรญa que iba a persistir, podรญa hacer metรกstasis en ideologรญas nacionalistas tendentes a borrar la identidad de los demรกs.

Isaiah Berlin era un liberal, un hijo de la Ilustraciรณn. Pero tambiรฉn era un adulto. Sabรญa que el exceso de confianza de la Ilustraciรณn era un error, y que sus adversarios habรญan planteado objeciones, especialmente sobre el valor del conocimiento, que cualquier persona rigurosa debe tomar en serio. Pocos liberales son liberales cuando se enfrentan a sus crรญticos. Berlin lo era. Les dejaba hablar y escuchaba, aunque lo que los crรญticos expresaran tuviera la forma de gritos o lamentos, o aunque en รบltima instancia sus puntos de vista, como los de Joseph de Maistre, le parecieran completamente odiosos. Se convertรญan en โ€œcasosโ€ que ofrecรญan lecciones de las que la filosofรญa podรญa aprender, aunque sus escritos parecieran muy alejados de la filosofรญa. Esto es lo que Berlin escribiรณ sobre J. G. Hamann, cuyos escritos airados, brillantes, casi mรญsticos, inspiraron a los romรกnticos alemanes y el antirracionalismo filosรณfico moderno:

Hamann habla por los que oyen el grito del sapo debajo de la grada […] Su propio grito procedรญa de una sensibilidad colรฉrica: hablaba como un hombre sentimental ofendido por una pasiรณn hacia el acercamiento cerebral; como un moralista que comprendรญa que la รฉtica tiene que ver con relaciones entre personas reales […] como un alemรกn humillado por un Occidente arrogante y, le parecรญa, espiritualmente ciego; como un humilde miembro de un orden social moribundo […] Si Hamann no hubiera anunciado, aunque fuera de una manera peculiar, verdades demasiado desdeรฑosamente ignoradas por las escuelas racionales triunfantes, no solo en su propio siglo, sino en el gran progreso victoriano y su continuaciรณn en paรญses que llegaron relativamente tarde a este festรญn de la razรณn, el movimiento que iniciรณ no habrรญa tenido las formidables consecuencias que tuvo tanto en el pensamiento como en la acciรณn, tambiรฉn en nuestro terrible siglo.

En cierto sentido, los โ€œcasosโ€ de Berlin en la historia de las ideas estรกn mรกs cerca en el espรญritu a las ciencias modernas que mucho de lo que hoy en dรญa pasa por filosofรญa. Los cientรญficos son empiristas. Si se les pregunta si un artilugio mecรกnico se partirรก bajo condiciones de congelaciรณn, su primer instinto es meterlo en un cubo de hielo y ver quรฉ pasa. La biografรญa y la historia son para el historiador de las ideas atraรญdo por la filosofรญa lo que los laboratorios son para los cientรญficos (aunque no se puede hacer nada para que la historia se repita). Uno puede sentarse en la mesa de un seminario y tratar de comprender las verdaderas condiciones de una afirmaciรณn y las inferencias que pueden razonablemente extraerse de ella. Uno tambiรฉn puede observar las inferencias que la gente ha extraรญdo de ella en distintas circunstancias, lo que pensรณ que implicaba y quรฉ le inspirรณ a hacer. Este ejercicio puede revelar intrigantes posibilidades intelectuales que los miembros del seminario tal vez ignoren.

Un ejemplo. Cuando era joven y vivรญa solo en Londres, Hamann tuvo una crisis religiosa despuรฉs de la cual se volviรณ violentamente contra la Aufklรคrer alemana, incluido su viejo amigo Immanuel Kant. Pero en ese viaje tambiรฉn descubriรณ el escepticismo de Hume y se convirtiรณ en uno de sus principales valedores en Alemania. Esto puede parecer sorprendente. Despuรฉs de todo, los argumentos de Hume sobre la incapacidad de la razรณn para discernir la causa del efecto tenรญan por fin socavar las afirmaciones de la religiรณn y la realidad de los milagros en particular. Con todo, Hamann sostenรญa que, al negar a la religiรณn el apoyo de la razรณn, Hume la habรญa protegido ademรกs del escrutinio racional y habรญa dejado el campo abierto a la fe. En una carta a Kant seรฑalรณ ingeniosamente que โ€œel filรณsofo รกtico, Hume, necesita la fe si desea comerse un huevo y beberse un vaso de aguaโ€. Esta visiรณn idiosincrรกsica del escepticismo moderno revela una genuina debilidad que Kant advirtiรณ inmediatamente: podrรญa sancionar el irracionalismo. El reto planteado por el amargo y oscuro Hamann fue lo que le puso en el camino de la Crรญtica de la razรณn pura.

Pero en la historia de las ideas uno estudia, sobre todo, fracasos. Lo que, como saben los cientรญficos, es mucho mรกs fructuoso que estudiar el รฉxito. ยฟPor quรฉ los filรณsofos se equivocan? Los ensayos de Berlin sugieren que en los โ€œcasosโ€ interesantes tiene menos que ver con razonamientos incorrectos o falta de imaginaciรณn que con el carรกcter de alguien como ser humano o el momento en que escribiรณ. Cada argumento viene con un argumentador, y los argumentadores viven en la historia.

La mayorรญa de los filรณsofos se enfurecen con afirmaciones como esta, por la comprensible razรณn de que la gente cree que implica que la verdad es โ€œrelativaโ€ o ha sido โ€œconstruidaโ€ (lo que sea que eso signifique), o que la idea de verdad es una ficciรณn. Pero tambiรฉn se enfurecen con la idea de que saber algo acerca de esos hechos contingentes aporta algo importante a la empresa filosรณfica. Saber que Kant era duro con su criado Lampe, afirmarรกn, no nos dice nada sobre si su deducciรณn de las antinomias de la razรณn pura es vรกlida. Lo cual es cierto, pero engaรฑoso. Cualquiera que se sumerja de vez en cuando en las obras de pensadores importantes โ€“obras menores, manuscritos inรฉditos, cartasโ€“ sabe que normalmente son un todo. Parecen estar unidas por alguna fuerza psicolรณgica centrรญpeta, aunque el autor cambiara de opiniรณn sobre asuntos importantes. Lo sorprendente es en quรฉ pocas ocasiones se sorprende uno. Hace treinta aรฑos conocรญ a un estudioso del mundo clรกsico que habรญa ido a la universidad con un filรณsofo estadounidense que poco antes se habรญa hecho famoso por escribir un libro de gran รฉxito en el que anunciaba que la filosofรญa no tenรญa fundamentos, que era solo una forma de literatura. Cuando le preguntรฉ por el autor, el estudioso me dijo: โ€œOdia la filosofรญa desde los dieciocho aรฑos.โ€

Recuerdo haber pensado en ese momento que, no hacรญa mucho, yo habรญa aprendido algo sobre la relaciรณn entre la conciencia de uno mismo y la bรบsqueda de la verdad. En los diรกlogos de Platรณn, lo que distingue a los interlocutores de Sรณcrates de รฉl no es su inteligencia, es su conciencia de sรญ mismos en tanto que criaturas que hacen preguntas. A los sofistas les gusta hacer bellos discursos llenos de argumentos engaรฑosos, sin reflexionar siquiera sobre la naturaleza del argumento y sus limitaciones. A los viejos piadosos les gusta hablar con Sรณcrates hasta que รฉl hace tambalear sus creencias, momento en el que agachan la cabeza y se van a los templos. Los jรณvenes rebosantes de confianza en sรญ mismos quieren impresionarle y ganarse su aprobaciรณn; cuando no lo consiguen se vuelven crueles. Uno de los placeres culpables de leer a Platรณn consiste en distinguir tipos humanos que afirman querer la verdad, cuando en realidad lo รบnico que buscan es la comodidad, el reconocimiento, la dominaciรณn, la venganza o el apoyo a sus prejuicios morales y polรญticos. Y la incomodidad experimentada al leer sobre ellos se debe a que, en ocasiones, te topas contigo mismo. Los diรกlogos obligan a cualquiera que crea que se preocupa por la filosofรญa a mirarse en el espejo y preguntarse et tu?

Nada en la formaciรณn de los filรณsofos acadรฉmicos les alienta a escrutarse a sรญ mismos de esta manera. Pero la historia de las ideas tal como la practicรณ Isaiah Berlin ofrece algo parecido. Leyรฉndolo he tenido con frecuencia la sensaciรณn de que me tomaban por el pescuezo y tiraban de mรญ hasta un punto en el que finalmente tenรญa suficiente perspectiva sobre el pequeรฑo abanico de preguntas y respuestas de las que me ocupo. No creo ser el รบnico. Deja una sensaciรณn que mezcla humildad y entusiasmo. Humildad porque ves lo estrecho de miras y poco original que has sido, hasta quรฉ punto has estado limitado por tu tiempo y tus inclinaciones, como tantos en el pasado. Humildad porque descubres a viejos escritores que vivieron en tiempos difรญciles cuyo estatus marginal o heterodoxas formas de expresiรณn enmascararon ideas importantes de las que puedes aprender. Humildad porque ves corrientes de pensamiento mรกs grandes que nos llevan sin que nos demos cuenta, y lo raro es que alguien nade contra ellas.

Pero tambiรฉn estรก el entusiasmo, el que siente la gente joven cuando se marcha de las provincias para ir a la metrรณpolis. Hay muchas mรกs cosas que pensar y de las que hablar filosรณficamente, cuestiones de importancia duradera, no acertijos triviales. Te sientes mรกs libre. Rousseau lo entendiรณ justamente al revรฉs: es en la ciudad donde somos autรณnomos, no en el campo. Al ver muchas mรกs posibilidades y circunstancias (y fracasos), aprendemos a dejar de lado las niรฑerรญas y a convertirnos en nosotros mismos. En sus ensayos, que trataron de tantos autores de tantos siglos, Isaiah Berlin creรณ una especie de ciudad intelectual que podemos explorar y en la que podemos volvernos mรกs sabios, un lugar en el que podemos empezar al fin a pensar por nosotros mismos. Contra la corriente es una invitaciรณn abierta a visitar esa ciudad y unirnos a las cada vez mรกs despobladas filas de los que no se dejan engaรฑar. ~

Traducciรณn de Ramรณn Gonzรกlez Fรฉrriz.

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(Detroit, 1956), renombrado ensayista, historiador de las ideas y profesor de la Universidad de Columbia, es colaborador frecuente de The New York Review of Books y The New York Times. Su libro mรกs reciente es El regreso liberal. Mรกs allรก de la polรญtica de la identidad (Debate, 2018).


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