Escribo estas notas a quince días del inicio de la ofensiva israelí contra los militantes de Hamás que operan en la estrecha Franja de Gaza. De momento sólo cabe especular sobre el tipo de arreglo –militar, político o diplomático– que pondrá fin a la contienda. La resolución 1680 concertada recientemente por el Consejo de Seguridad de la ONU no es aceptable para el trío Israel-Egipto-Autoridad Palestina, que, en medidas desiguales, animó el ataque. Incluso Hamás no la apoya plenamente, a pesar de que, por vez primera, un organismo mundial le concede el estatuto de “república” escindida del poder palestino asentado en Ramala.
Una circunstancia adicional entorpece un balance de la situación y de su probable evolución: los medios de información son parciales y, con frecuencia, distorsionan en ambos bandos la realidad. Por primera vez en las múltiples empresas militares de Israel se les ha prohibido a los soldados llevar consigo celulares a fin de esquivar cualquier identificación por parte del enemigo; tampoco los periodistas pueden ingresar a la Franja. Por otro lado, las informaciones y fotografías difundidas por Hamás son sesgadas, lo que no impide su difusión tanto en Israel como en redes internacionales.
Con estas reservas enumeraré los motivos que inspiraron la acción israelí:
1. Las poblaciones israelíes (ciudades y aldeas) cercanas a Gaza han padecido, durante ocho años, ataques con cohetes (más de diez mil) que perfeccionaron su puntería y capacidad destructiva con el tiempo. La reacción de Jerusalén fue pasiva: vedar el tráfico de mercancías y el suministro de electricidad a la Franja de manera intermitente, sin causar entorpecimientos insoportables a la población gobernada por Hamás.
2. La cercanía de las elecciones (20 de febrero) apresuró esta operación. Las encuestas conceden el triunfo a la derecha nacionalista y religiosa jefaturada por Benjamín Netanyahu. Los candidatos rivales –Tzipi Livni, hoy canciller, y Ehud Barak, ministro de Defensa– calcularon que una ofensiva exitosa disminuiría el descontento de las poblaciones sureñas abrumadas por los proyectiles y, en general, ampliaría el apoyo nacional al presente gobierno.
3. El inicio de las operaciones militares contó con el apoyo del presidente egipcio Mubarak (Livni viajó a El Cairo una semana antes para concretar este entendimiento) y de Abu Mazen, presidente de la Autoridad Palestina. El primero, a sus ochenta años y sin un heredero aceptable, teme que Hamás, como movimiento religioso fundamentalista derivado de los Hermanos Musulmanes que pretenden derribar su gobierno secular desde hace casi tres décadas, le arrebate el poder en la azarosa transición política que experimentará el país del Nilo. Por su parte, Abu Mazen debía renunciar a su cargo en la segunda semana de enero y llamar a elecciones, en las que, con alta probabilidad, Hamás habría desplazado a Al Fatah; viraje ciertamente inaceptable para el presidente palestino.
4. La ofensiva se inició en los últimos días de 2008, cuando organismos internacionales, gobiernos y opinión pública se entretenían con los festejos del Nuevo Año. Las autoridades israelíes consideraron que esta circunstancia provocaría dilaciones en la reacción europea y norteamericana. No se equivocaron.
5. La presencia de Bush y de su séquito en la Casa Blanca apresuró indudablemente la decisión militar. Supuso Israel que, en sus últimos días de gobierno, el presidente otorgaría firme espaldarazo a un ataque dirigido a eliminar partidarios del “eje del Mal”. En los primeros siete días de la operación contra Gaza, esta conjetura se demostró cierta. Ya no lo es considerando la postura de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad.
6. Finalmente, a su llegada a la Casa Blanca, Barack Obama estará obligado a definir su postura al respecto. Israel anticipó que el flamante presidente propondrá un arreglo que ninguna de las partes podrá rechazar, arreglo que implicará probablemente el envió de fuerzas internacionales a la frontera entre Gaza y Egipto, que Hamás impugna de momento. ~
Jerusalén, 11 de enero de 2009
es académico israelí. Su libro más reciente es M.S. Wionczek y el petróleo mexicano (El Colegio de México, 2018).