En “Las lรญneas de la mano”, microrrelato incluido en Historias de cronopios y de famas, Julio Cortรกzar imagina el vertiginoso trayecto emprendido por una lรญnea desde que se desprende de una carta hasta que se encaja en la mano de un hombre a punto de suicidarse con un disparo. En este trayecto que implica una metamorfosis –la lรญnea de texto deviene lรญnea de piel: la caligrafรญa vuelve al pulso que podrรญa haberla engendrado– me parece ver no solo el urรณboros que M. C. Escher captรณ en la cรฉlebre litografรญa de las manos que se bosquejan mutuamente, sino tambiรฉn el gesto que llevรณ a Franz Kafka (1883-1924) del dibujo a la escritura y de regreso en un vaivรฉn constante que comenzรณ en los aรฑos finales de la carrera de derecho, entre 1903 y 1905, cuando el narrador en ciernes mitigaba la apatรญa que le provocaba la universidad con “acertijos” garabateados en losmรกrgenes de sus apuntes. Recortados y archivados con paciencia arqueolรณgica por Max Brod, esos acertijos eran fruto del gusto que Kafka habรญa adquirido en clases con el medievalista Alwin Schultz y en dos seminarios sobre historia del arte, y poco a poco se colarรญan a sus cuadernos y diarios como una prolongaciรณn de la escritura e incluso del apellido que le desataba tantos sentimientos contradictorios: “Encuentro horrorosa la K, casi me repugna, y sin embargo la empleo, ha de ser muy caracterรญstica de mรญ.” Igualmente contradictoria era la relaciรณn que Kafka tenรญa con su faceta de dibujante segรบn evidencia la charla entablada con su amigo Gustav Janouch, poeta y musicรณlogo, en octubre de 1922:
No son dibujos para mostrar a nadie. Tan solo son jeroglรญficos muy personales y, por tanto, ilegibles […] Mis dibujos no son imรกgenes, sino una escritura privada […] Los esquimales dibujan ondulaciones sobre la madera que quieren prender. Es la imagen mรกgica del fuego que despuรฉs despertarรกn cuando la froten para las llamas. Eso mismo hago yo. A travรฉs de mis dibujos quiero dejar preparadas las figuras que veo. Pero mis figuras no se encienden […] Es posible que sea yo mismo el รบnico que no posee las cualidades necesarias.
Paradojas del destino: Kafka creรญa que sus pรกginas eran inรบtiles y pidiรณ a Max Brod que las quemara, Brod se negรณ a entregarlas a las llamas y ahora la literatura de Kafka aviva innumerables incendios. Sus dibujos, su escritura privada, son brotes fieles de un fuego que al fin y al cabo terminรณ por encenderse.
Reunidos por primera vez en una ediciรณn a cargo de Niels Bokhove y Marijke van Dorst (Mรฉxico/Madrid, Sexto Piso, 2011), los cuarenta y un dibujos kafkianos que se conservan al dรญa de hoy dan fe de una pasiรณn visual en la que el expresionismo tuvo un peso innegable. Coleccionados por Max Brod con la idea de organizar una monografรญa que nunca saliรณ a la luz, estos “jeroglรญficos muy personales” aunque totalmente legibles acusan influencias que se remontan hasta Hiroshige (1797-1858), uno de los รบltimos grandes artistas del mundo flotante en Japรณn. Segรบn se infiere por una carta enviada a mediados de 1907 al editor berlinรฉs Axel Juncker, la huella japonesa estaba presente en el dibujo de Kafka que Brod propuso para la portada de dos de sus propios libros: Experimentos (relatos) y Erotes (volumen de poemas que acabarรญa por publicarse con el tรญtulo de Camino del enamorado). La propuesta, sin embargo, fue rechazada en ambos casos por Juncker, lo que debe haber sumido a Kafka en uno de esos estados de inquietud que solรญa verbalizar a menudo: “A veces casi me parece que es la vida lo que me perturba, ¿cรณmo podrรญa ser, si no, que todo me perturbe?” Por fortuna, la decepciรณn traรญda por la negativa de Juncker no impidiรณ que Kafka siguiera practicando su escritura privada, permitiendo que su pluma –quizรก una Soennecken, como sugieren los editores de los Dibujos– transitara con pericia entre las palabras y las imรกgenes: “La pluma solo dejarรก un rastro incierto y casual entre la multitud de lo que estรก por decir.” Ese rastro se deshace de la incertidumbre para entregar figuras tan contundentes como las “negras marionetas de hilos invisibles”, bautizadas asรญ por Brod: seis representaciones de un hombre en diversas circunstancias y posturas –entre rejas, con bastรณn, con la cabeza sobre la mesa, ante un espejo de pie, sentado con la cabeza baja, en posiciรณn de esgrima– que bien podrรญa ser el mismo que protagoniza otros dos dibujos (“El pensador” y “Hombre yendo a gatas”) y aun la silueta abstracta de “Sin ganas de comer”. Posibles variaciones sobre esa “K” odiada pero amada que se convertirรญa en emblema, las pequeรฑas marionetas transmiten la sensaciรณn de un mundo “indiferente [e] imperativo” que florece a lo largo de la obra de Kafka y remiten de modo indefectible a Josef K. y a K., los รกlter egos que se extravรญan en los meandros existenciales de El proceso y El castillo.
Los editores de los Dibujos, que realizaron una estupenda selecciรณn –se antoja decir curadurรญa– de fragmentos kafkianos para dar soporte textual a las imรกgenes, anotan que una de las marionetas se trazรณ “desde la fantasรญa, poco antes de dormir, cuando [Kafka] tenรญa sus momentos mรกs creativos”. En efecto: una efigie asombrosamente similar al “Hombre con la cabeza sobre la mesa” se perfila en unavisiรณn registrada el 16 de diciembre de 1911 en los Diarios del autor y recogida en Sueรฑos (Madrid, Errata Naturae, 2010), valiosa antologรญa que granjea el acceso al orbe inconsciente de un soรฑador sustancioso. Dueรฑo de una imaginaciรณn en la que prevalecรญan los ambientes hermรฉticos, enrarecidos, Kafka se sumergรญa en el universo nocturno con el recelo con que enfrentaba la esfera diurna:
Consigo dormir pero me despiertan continuamente sueรฑos intensos. Duermo literalmente a mi lado, mientras debo pelear a golpes con mis propios sueรฑos […] Pienso en todas aquellas noches a cuyo tรฉrmino me parecรญa ser extraรญdo del sueรฑo mรกs profundo y despertaba con la sensaciรณn de haber estado encerrado en una nuez.
Dentro de esa nuez, poblada de gigantes desnudos y mujeres con cicatrices y hombres reducidos a sombras y niรฑas ciegas y sobre todo cartas –perdidas o mรกgicas o infinitas o redactadas con letra mutable–, Franz Kafka incubaba sin saberlo la escritura privada que se manifestarรญa en narraciones y dibujos dispuestos a cambiar la forma de ver la literatura. ~
(Guadalajara, 1968) es narrador y ensayista.