La consulta y el populismo

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Esta vez ha sucedido en Cataluña: políticos acostumbrados a los nobles ideales, las bellas palabras y el anestesiante manejo (entre amigos) de dinero público han visto cómo otros más espabilados, aunque ciertamente más brutos, les robaban el protagonismo y amenazaban con hacer lo mismo con su puesto. Se trata de gente de opereta: Joan Laporta, el presidente del Barcelona, que cree que no importa acumular ridículos mientras las frases sigan sonando patrióticas; Joan Carretero, un hombre del que, al oírlo hablar, se creería que es un palestino miserable y no el ex alcalde de uno de los pueblos más adinerados de Cataluña, Puigcerdà; Alfons López Tena, notario, que vive con tanto desdoro la ocupación de su país que se prestó a ser vocal del Consejo General del Poder Judicial, que lo sojuzga. Sería agradable pensar que hombres así, y otros con menor talento para las relaciones públicas, son la cuota de utópicos un poco resentidos que se dan en todas partes, pero no es el caso. Estos hombres están teniendo éxito, y su agenda es hoy, en buena medida, la agenda política de toda Cataluña.

Y es que últimamente se habla mucho de independencia en Cataluña, y es indudable que el número de independentistas ha crecido (de acuerdo con el Centre d’Estudis d’Opinió, de la Generalitat, se sitúan en un 21,6 por ciento de los votantes). La pugna por ese voto entre ERC –cuyos credenciales independentistas han perdido brillo desde que entrara en el gobierno en 2002 y se viera obligada a hacer política además de lírica– y CIU –que sigue manteniendo, aumentada, la ambigüedad pujoliana y es muy capaz de decir una cosa y la contraria para volver al poder– ha abierto el campo a estos populistas que se dicen más puros, más heroicos, y que afirman tener el método para conseguir la independencia sin esa molestia democrática que es la negociación: la declaración unilateral. Que alguien pueda afirmar tal cosa y ser entrevistado en medios serios como si fuera un estadista da muestra del grado de ficción en que se mueve el debate político en Cataluña.

A día de hoy, nadie se ha molestado en preguntar a estos hombres qué creen que opinaría de la independencia de Cataluña la Unión Europea, el Banco Central, la Secretaría de Estado norteamericana, la ONU, la OTAN, las multinacionales (también las catalanas), la banca (sobre todo la catalana), Sarkozy, Merkel y Brown; es decir, el poder real, no ese poder ficticio que, a ojos de muchos nacionalistas, ostenta el Tejero que creen que en el fondo llevamos siempre dentro los españoles.

Pero los demagogos nunca se han molestado en explicar cómo van a llevar a sus súbditos al paraíso que les prometen. Y a quienes les inquieren los despachan con un “facha”, “antipatriota” o “esclavo”. Lo asombroso y preocupante del caso es que en Cataluña, ahora, actúa casi igual gente a la que se le atribuía un cierto contacto con la realidad. El caso más llamativo es, naturalmente, el del psc, que hasta hace no mucho se contentaba con que le votaran los obreros del cinturón rojo y los ilustrados urbanos, pero que ahora pretende también que le voten los jóvenes antisistema. Tal vez sea tratar de abarcar demasiado.

Así se vio en el plácet que muchos concejales socialistas dieron a la celebración en sus pueblos de la consulta independentista del 13 de diciembre. Se trató de un acto, como reconocieron sus organizadores, sin trascendencia jurídica y que, tengo para mí, no le hará ningún bien al embarullado mundo nacionalista, pero de todos modos pone los pelos de punta que un partido que defiende el orden constitucional aplauda una juerga como ésta. Pero ya se sabe: a los independentistas hay que tratarlos con mimos y no ofenderles, porque como nadie ignora, el causante de todos los males de los catalanes es Aznar. TV3, Catalunya Ràdio, los doce periódicos que publicaron su editorial conjunto, un par de obispos, las asociaciones de inmigrantes y las federaciones deportivas están de acuerdo. Los demás no sabemos si echarnos a reír o a temblar.

El mayor problema de quienes desean la independencia es que se trata, hoy por hoy, de un proyecto inviable. Ni tiene apoyo suficiente, ni tiene una hoja de ruta legal, ni sería respaldada por los organismos políticos ni los poderes económicos del mundo. Aparte, claro está, de que no beneficiaría a los catalanes. Con todo, lo que a algunos nos preocupa más es que ese proyecto ha arrastrado hacia él a quienes no debieran apoyarlo por respeto a sus votantes y a quienes, aún no votándolos, desean un horizonte lo más despejado posible de populismo. La consulta independentista puede ser una mera bretolada que tuvo por fin mantener a una parte de la sociedad catalana en una ficción que va ganando terreno, pero que cuando se contraste con lo real se vendrá abajo y dejará en el paro a un montón de salvapatrias. Pero quienes no sintonizamos con ese estado de las cosas deberíamos tener a representantes que demostraran claramente que no sintonizan con ese estado de las cosas. Y que no babearan ante quienes nos prometen una Arcadia irrealizable. Está bien que haya candidatos a Perón, pero no les demos cancha. Se lo acabarán cobrando. ~

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(Barcelona, 1977) es ensayista y columnista en El Confidencial. En 2018 publicó 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate).


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