La cuidadora

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Escribo diarios desde que tengo diecisรฉis aรฑos: el cuaderno mรกs antiguo que conservo, al margen de las pruebas de la infancia, lo fechรฉ en septiembre de 2001. Me asombra la conciencia de separar cuanto se aborda con intenciรณn literaria –y que desarrollo y corrijo en ordenador– de aquello que se vuelca por necesidad, escrito siempre a mano. Estos diarios los afronto con vocaciรณn notarial: me limito a apuntar lo que me ocurre –durante algunas temporadas con mayor empeรฑo–, aunque en ocasiones aproveche ideas o frases. Salvo alguna excepciรณn, nunca preciso cuรกndo escribo cada entrada; apenas mes y aรฑo.

He escogido anotaciones pertenecientes a febrero y mayo de 2012, en una รฉpoca complicada. Con esa respiraciรณn termina de fraguarse Chatterton, mi libro de poemas mรกs reciente, y surge la novela en la que trabajo.

Hubiera resultado fรกcil situar en el calendario cada ingreso, contrastando informes mรฉdicos y mensajes de email. He preferido dejar el texto asรญ, inexacto y urgente. Al transcribir aรฑado ciertas sensaciones, diario sobre diario; no he corregido nada.

-EM

Cรณrdoba, Febrero de 2012

Nos preocupaba que tardase tanto en responder y nos preocupaba, tambiรฉn, el color de sus manos; el tono violeta de los dedos, la piel desgastada y su silencio cuando le preguntรกbamos si querรญa pan o si querรญa agua. El jueves, mientras se despedรญa, tomado ya el postre y habiรฉndose recostado en el sofรก, contestรณ que sรญ a la media hora. No enciende la calefacciรณn por las noches y se niega a dormir. Otro dรญa se orinรณ por la calle. Los sรญntomas se parecen a los de ocasiones anteriores, por desajustes con la medicaciรณn, aunque ahora se suman las voces. Hemos conseguido que le ingresen.

Es la primera crisis de la que tengo conciencia. En la anterior yo era adolescente todavรญa, quizรก catorce o quince aรฑos, y decidiรณ no salir a la calle durante meses, aรฑos, no sรฉ cuรกnto exactamente. Entonces vivรญa mi abuela, aรบn, e ignoro cรณmo se solucionรณ todo: si con ayuda, si por ese arte de magia en el que nos empeรฑamos. Nunca se habla de esto, y en cambio esto lo siento ya como costumbre.

Existe un horario fijo para las visitas en la Unidad de Agudos de Salud Mental, y existe un nรบmero fijo de visitantes por paciente, y existe un lรญmite diario de visitantes por paciente. Me llama la atenciรณn que muchos estรฉn solos. En la entrada seรฑalan con una muesca el nombre de mi tรญo; me piden el dni –creo que mi madre me apuntรณ ayer como familiar autorizada– y lo anotan en la lista.

Los asientos para pacientes y familiares se dispersan por la sala de televisiรณn. Hay algunos bancos y algunas butacas. Me explica que durante el dรญa muchos se sientan allรญ. ร‰l sรญ, a veces. Revistas antiguas del corazรณn, catรกlogos de supermercados y propaganda electoral de Uniรณn Cordobesa [el partido polรญtico creado para presentarse a las elecciones municipales del aรฑo anterior por Rafael Gรณmez, empresario condenado por el caso Malaya]. Nos ofrecen agua y zumos. Una chica hace puzles y varias mujeres juegan al parchรญs. Un ventanal enorme: los edificios de la universidad, las colinas en punto de fuga. Jamรกs habรญa visto la ciudad desde esa perspectiva. El ventanal no sirve tanto de escape como de frontera a una terraza a la que no pueden asomarse: sustituyeron la puerta por una barrera de aluminio, sin pomos ni ventanas. Algunos han manchado la primera capa del cristal doble con la grasa de la nariz: se distinguen las marcas por la altura.

No ha querido enseรฑarme su habitaciรณn: durante el horario de visita todas las puertas de los dormitorios, quizรก por compensar, permanecen abiertas. En la suya hay una muchacha de mi edad, con el pelo algo mรกs largo, junto al hombre con el pijama azul. Me dice que le cae mal su compaรฑero, porque hace ruido por las noches, y me muero de miedo al pensar que el otro pudiera daรฑarle. En casa, mientras escribo esto, pienso en que tambiรฉn podrรญa ocurrir al revรฉs, y atacar รฉl al otro, y que ese temor lo sienta la desconocida que se sentaba en la cama, quizรก junto a su tรญo.

Quรฉ extraรฑas nuestras conversaciones. Igual que charlarรญas con un niรฑo de cinco aรฑos, y sin embargo su aspecto no coincide ni con su edad –cincuenta y dos– ni con la capacidad de su memoria. Apenas sรฉ nada de su vida: lo que he escuchado. Infancia en el pueblo, adolescencia ya en la ciudad, no tiene amigos, le gusta ir a la iglesia y ver la televisiรณn. Durante la visita de hoy le he pedido que me cuente algo de lo que se acuerde. Algo de quรฉ, me pide que precise. Algo de lo que te acuerdes. Cuando eras pequeรฑa yo te mecรญa, e imita el gesto con el que empujarรญa mi cuna, y el sonido –brum brum, brum brum–, yo te mecรญa hasta que te quedabas dormida. ร‰l se calla. Hoy soy yo la cuidadora.

p. [estaremos juntos un aรฑo mรกs tarde; es curioso reencontrarle en el diario de esa forma] me manda una cita de Deleuze sobre la creaciรณn y la enfermedad [la recupero, porque quise usarla para un libro que no sรฉ si acabarรฉ: “la diferencia entre literatura y clรญnica, lo que hace que una enfermedad no sea una obra de arte, es el tipo de trabajo que se realiza sobre la fantasรญa. En ambos casos, la fuente –la fantasรญa– es la misma, pero a partir de ella surgen dos trabajos muy distintos, sin medida comรบn: el trabajo artรญstico y el trabajo patolรณgico. A menudo, el escritor llega mรกs lejos que el clรญnico e incluso que el enfermo”]. Al final de su mensaje me pide que lo escriba todo, aunque sea a รฉl, por si acaso.

Camina mucho en su vida normal –esta no lo es–, y ha adaptado esa costumbre a los dรญas de ingreso. Me invita a recorrer con รฉl el corto pasillo: desde la misma entrada hasta el salรณn, y vuelta, y recomienzo. Cuando alcanzamos la puerta blindada, รฉl me mira y se rรญe. Cuando alcanzamos otra vez las sillas y la pantalla del televisor, รฉl me mira y se rรญe. Durante el trayecto nos callamos los dos, salvo por una onomatopeya en la que insiste: brum brum, brum brum.

Al salir del hospital he quedado para tomar algo con c. Apenas nos hemos visto desde el ingreso. Nuestra relaciรณn es tan extraรฑa que he preferido callarme y ocultar de dรณnde vengo. Hemos ido al cine, hemos cenado y me ha dejado en casa. En el coche me ha preguntado si quedรกbamos maรฑana, y le he respondido que no sรฉ, que creรญa que tenรญa que hacer algo, que ya le confirmaba y que seguramente no. En el fondo algo es una forma de referirme a mi tรญo. Decirle a c. que tengo que hacer algo y no que tengo que ir al hospital a visitar a mi tรญo, al que no acaban de operar o que no estรก en rehabilitaciรณn, sino en la Unidad de Agudos, con un pijama azul con el logo de la junta de Andalucรญa, recorriendo un pasillo y alcanzando la puerta blindada y muriรฉndose de risa y deshaciendo sus pasos y alcanzando la pared y muriรฉndose de risa; decirle a c. que tengo que hacer algo, en lugar de tengo que hacer lo que tengo que hacer, no se debe a la vergรผenza, sino al miedo a su miedo.

Cuando empecรฉ a salir con j., a los pocos dรญas, me contรณ sobre su familia. Yo le hablรฉ de mi abuela, que vivรญa aรบn, y de mis padres, y de mi hermana, y sobre mi tรญo. Me preguntรณ si la esquizofrenia se heredaba. Con el tiempo me ha sorprendido, recordรกndolo, su ingenuidad: la de pensar, tan joven, desconociรฉndome, en tener hijos conmigo.

WhatsApp a c., finalmente. Han ingresado a mi tรญo y no sรฉ cuรกndo podrรฉ volver a quedar. Seguro que se pone bien muy pronto, me consuela.

Alta esta tarde, hace pocas horas. La especialista ha abroncado a mi madre por solicitar el ingreso: los familiares aguantรกis muy poco, la acusa, y os los quitรกis de encima a las primeras de cambio. Regresa a casa con los mismos sรญntomas con los que llegรณ al hospital –la piel rota de las manos, las respuestas que le faltan– y un cargamento de pastillas.

Cรณrdoba, Mayo de 2012

Nuevo ingreso, esta vez en otra planta. Segunda noche en el hospital. La de ayer me pillรณ desprevenida, sin libro en el bolso ni cuaderno. Comprรฉ una novela en la tienda del hospital y leรญ hasta dormirme, ayudรกndome con la linterna del mรณvil. Hoy me he traรญdo lo primero que cacรฉ en la estanterรญa: una novelita de Fleur Jaeggy que se me hace cuesta arriba.

Escribo ahora en casa: he vuelto para ducharme y descansar un poco. Imprimo unas pรกginas del cuento que tengo que entregar a m., aprovechando un texto de los รบltimos meses en Madrid. Desde que volvรญ apenas he escrito, ocupada en organizar mi vida: el hospital, el desastre con c., la falta de trabajo, la necesidad de reubicarme en Cรณrdoba, en realidad la urgencia de reubicarme, sin geografรญas. Lo รบnico este diario, que no sirve, y algunos regresos a textos antiguos, y una historia que no arranca.

He encontrado la postura mรกs fรกcil para dormir en el sillรณn. A mรญ me sirve: en posiciรณn fetal, descalza, la espalda contra uno de los reposabrazos –a veces las piernas sobre el otro–, el cuerpo de perfil contra el respaldo. Asรญ, algunas horas. Otras me tumbo en el suelo, sobre el abrigo, enrollando la capucha con forma de almohada. La hija del otro paciente me imita en silencio, y a veces nos reรญmos –cada una a un extremo de la habitaciรณn– de la situaciรณn. Hablamos poco: vistas horribles desde la habitaciรณn, recetas de cocina, posibles experiencias –enfermedades, excursiones infantiles– compartidas. Ella prefiere ver la televisiรณn, cuyos canales cambia a su antojo. Anoche hojeรณ el libro que yo habรญa traรญdo –los Diarios de Juan Bernier, que me estรกn sirviendo de mucho–, porque salรญa Cรณrdoba.

A un lado de la habitaciรณn la hija, la hija, la madre, la hermana; al otro la hermana, la sobrina. Las cuidadoras.

Tras el primer ingreso esbocรฉ una historia. No un poema: cada vez me sorprende mรกs esa tendencia a la prosa, ese proceso en el que la forma que responde a la urgencia y la necesidad no es el verso. En la historia hablaba sobre la Unidad de Agudos, y mi tรญo era un hermano y yo era una hermana, y nos adjudiquรฉ nombres incluso –y a ella, a la hermana que era yo, le prestรฉ un recuerdo propio, para que empezara a vivir mรกs allรก del hospital–, y se iniciaba con una paciente sobre la que no escribรญ aquรญ, creo, pero en la que he pensado estos meses: una chica jovencรญsima, dieciocho aรฑos apenas, que coloreaba mapas mudos de la Penรญnsula, contorneando con sus lรกpices allรก donde ella imaginaba una provincia, una cordillera o un rรญo con sus afluentes. Durante pรกginas me dedico a hablar de esa chica, con la que jamรกs crucรฉ una sola palabra, y de la que mi tรญo tampoco recuerda nada. ¿Te acuerdas de la vez pasada que estuviste en el hospital? Asiente. ¿Te acuerdas de una chica que se pasaba el rato en la sala de la televisiรณn, de cara al ventanal, coloreando mapas? Niega. ¿Me la inventรฉ?

Me llama j. porque ha hablado con m. No saben nada de mรญ desde el ingreso –no he dicho nada a nadie– y estรกn preocupados. Explico a j. la situaciรณn, que conoce bien despuรฉs de tantos aรฑos juntos. Quรฉ rara intimidad. No podrรฉ entregar el cuento a m., ni el que t. me pidiรณ: incapaz de revisarlos. Envรญo a m. un mensaje explicรกndole lo que ocurre. m. y j., cada uno por su cuenta, supongo que de acuerdo entre ellos, me dicen que no puedo cargarme con todo.

Cuando regresรฉ a Cรณrdoba, en diciembre, lo hice con cierta sensaciรณn de provisionalidad: recuerdo cรณmo en algunas de las cajas de libros guardรฉ algunos que leรญa, seรฑalando con el marcapรกginas en quรฉ punto se quedรณ la lectura. Han pasado casi cinco meses y las cajas continรบan cerradas, en el garaje [tres aรฑos y medio mรกs tarde, de nuevo en Madrid, las cajas siguen donde las dejรฉ, a la espera de la mudanza definitiva]: no tengo trabajo y, por tanto, no tengo expectativas de salir de casa; y con esta situaciรณn me toca rechazar todo lo que me proponen, sin tiempo ni fuerzas para responder.

Intento escribir algo –un poema, un relato, algo–, pero no sale nada. La historia del hospital me parece pura mentira, igual que los cuentos del otoรฑo en Madrid, cuyo ritmo y –sobre todo– circunstancias siento tan lejos.

Va al baรฑo solo y se ducha solo. Come solo: no me necesita. Sin embargo, yo me mantengo a su lado, atenta a la nada de la que no precisa. (Esto lo apunto como posible idea, porque no tengo aquรญ el otro cuaderno: la cuidadora que cuida por si acaso, previniendo.) Esa independencia en su enfermedad me tranquiliza. ¿Cรณmo reaccionarรญa si tuviera que asearle?

Cumpleaรฑos de c. Despuรฉs de lo que ocurriรณ en el mรญo, dudo si felicitarle. Durante la noche anterior, en el hospital, lo he pensado: no he dormido apenas, dรกndole vueltas al asunto, todavรญa cercano el desencuentro. Lo mismo en el autobรบs a casa, lo mismo en el autobรบs al hospital. Le envรญo un sms, porque sรฉ que nunca tiene dinero y que no se gastarรก saldo en la respuesta, para evitar la conversaciรณn.

Alta, por fin. Si en la ocasiรณn anterior la recibimos como precipitada, ahora me parecen excesivos los dรญas del segundo ingreso, que no llegamos a comprender muy bien. La vez anterior a la vez anterior que estuvimos en el hospital fue cuando ingresaron a mi abuela, antes de morir. Entrรณ en Urgencias, le dieron el alta, empeorรณ, volviรณ al hospital, pasรณ doce horas en una silla sin que nadie le atendiera, desangrรกndose: muriรณ la noche siguiente. En el tanatorio, recuerdo el jolgorio de mi tรญo mientras velรกbamos a su madre: รฉl, con su choque de edades, celebraba la reuniรณn familiar. Por la noche nos quedamos solos ante el cadรกver mi madre, รฉl y yo. Entonces, solo entonces, se echรณ a llorar. Mi madre ha muerto, dijo, y en ese momento fuimos conscientes de su conciencia.

Poco antes de la enfermedad de mi abuela, sรบbita y definitiva, conocรญ a j. Me refugiรฉ en nuestros primeros dรญas para negar los รบltimos de mi abuela. La รบltima tarde que pasamos juntas, รฉl me recogiรณ en la esquina de aquel piso al que solo he regresado en una ocasiรณn: estuve a punto de pedirle que subiera, para que se conociesen. Era viernes. En la madrugada del domingo al lunes, ella muriรณ en brazos de mi tรญo: la primera noche en semanas en la que mi madre regresaba a casa. Por la tarde, aseguraba, habรญa mejorado muchรญsimo. Creรญ que la coincidencia entre su muerte y el encuentro con j. tenรญan algo que ver: se marchaba alguien importante, llegaba otro igual. En los momentos mรกs bajos, aquellos en los que la ruptura con j. me parecรญa evidente, necesaria, me justificaba con esa tarde.

c. no ha respondido a mi mensaje. En el autobรบs de vuelta a casa, sentada junto a mi tรญo, borro su nรบmero de telรฉfono. Seรฑala un edificio que veรญa desde su habitaciรณn, una mole gris roรญda por balcones, y precisa: mira, la otra cara. ~

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Naciรณ en Cรณrdoba en 1985. Ha publicado poemarios-como Chatterton (Visor, 2014)-y cuadernos-Vacaciones (El Gaviero,2004) y un Soplo en el corazรณn (2 de Agosto, 2007)


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