La Ć©pica perdiĆ³ hace mucho el valor documental que alguna vez tuvo, pero el antagonismo entre la reconstrucciĆ³n verĆdica del pasado y el imperativo polĆtico de idealizar a los prĆ³ceres se mantiene hasta nuestros dĆas, porque la Ć©pica sigue fascinando a los crĆ©dulos cuando se cuela de contrabando en los libros de historia. Subproducto de la epopeya, la historia oficial busca exaltar el fervor nacionalista y no admite medias tintas en el retrato de la virtud cĆvica o el valor militar. Un hĆ©roe indeciso, dĆ©bil, bebedor o melancĆ³lico, profanarĆa el altar de la patria, donde no tienen cabida las infinitas variedades de gris que forman el mosaico de la condiciĆ³n humana. Como la historia aspira a la verdad objetiva, y tiene mayor autoridad cuanto mĆ”s se aproxime a esa meta inalcanzable, su primera obligaciĆ³n es someter a crĆtica la visiĆ³n Ć©pica del pasado, lo que significa, en los hechos, desmitificar a los prĆ³ceres, aunque el historiador pueda simpatizar con ellos, y humanizar a los genios del mal que, segĆŗn la leyenda, oprimen a pueblos enteros con la sola fuerza de su poder hipnĆ³tico. Ni Santa Anna perdiĆ³ Ć©l solo la mitad de MĆ©xico, ni Benito JuĆ”rez era un demĆ³crata ejemplar. Ni los infantes de CarriĆ³n fueron tan canallas como los pinta el Cantar del MĆo Cid, ni su suegro era un santo con armadura. La verdad suele estar en medio de esos extremos y quien la busca entre legajos polvorientos no puede sentir piedad por las estatuas: tiene que demolerlas para sacar de los escombros un ser vivo y complejo.
(ciudad de MĆ©xico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mĆ”s reciente, El vendedor de silencio.Ā