La gallina y el satélite (con posdata)

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En el número de Letras Libres que comenzó a circular en mayo publiqué el comentario que sigue. Alguien me comentó que había hecho mal en reírme de algo tan triste. Bueno, pues lo siento. Aunque no sé qué es lo que le pareció triste: si la gallina o el ayatolá, o los dos.

Lo que cuento en la posdata sí me parece triste.

Vayamos por partes: el comentario era este:

La gallina y el satélite.

La improbable puesta en órbita de un satélite norcoreano desde una plataforma de lanzamiento instalada en el peinado de Kim Jong Il, omnisciente mandamás de la República Popular Democrática de Corea, complementó la lectura de una escena de Reading Lolita in Tehran (2003). Este libro –entiendo que famoso– lo escribió Azar Nafisi, quien fuera profesora de western literature en varias universidades iraníes antes de exiliarse en los Estados Unidos, donde enseña en Johns Hopkins.

El libro evoca la forma en que Nafisi y sus alumnos leen y discuten algunas novelas “occidentales” en tiempos de la guerra con Irak, cuando su país cambia su nombre a República Islámica de Irán (a más descriptores en el nombre de un país, más tiranía). Hasta ahora –voy a la mitad– el libro no me parece gran cosa, aunque deberé acabarlo pues figura entre las lecturas de un próximo encuentro académico. Quizás lo encuentro tedioso porque ya es imposible que los ayatolás me caigan peor de lo que ya me caen por la volencia que su fundamentalismo receta a las mujeres de cualquier edad, a los homosexuales, a los hombres que no portan barba, a los que sí la portan, pero leen novelas, a los que escriben novelas y a todas las personas que, en general, tienen la desdicha de no entender que los ayatolás son embajadores plenipotenciarios de Diosito.

O quizás no me ha interesado porque me sé muy bien esas historias de cómo surgen en las universidades esos comités de estudiantes que buen día proclaman representar a “todos” y entonces cierran las universidades y gritan que el pueblo y el pobre y la patria, y detrás de ellos hay siempre un partido político que proclama representar al pueblo y al pobre y a la patria, y luego ese partido pierde el control sobre los estudiantes, que expulsan de la universidad al partido, y luego ya encarrerados se expulsan y se enjuician a sí mismos y entonces el partido político se desentiende y proclama nosotros no fuimos, nuestro partido es puro pueblo y pobre y patria y luego y luego y luego… y, francamente, también me produce ya infinito tedio.

Bueno, pero en la página 71 del libro de Nafisi hay algo espantoso que deseo de corazón que alguien me diga que es un invento de cerdos reaccionarios derechistas, de la CIA, de la consabida conspiración de la “banca israelí-anglosajona”, de los sunitas que odian a los chiitas o, en el peor de los casos, de los satánicos que nunca faltan. Resulta que Nassrin, una de las alumnas de Naziri, cuenta que el libro Los principios políticos, filosóficos, sociales y religiosos del ayatolá Khomeini se tradujo a varios idiomas con el encomiable propósito de conducir al mundo hacia el bien, la virtud y la devoción. Se le envió entonces a las librerías de “occidente” y el resultado fue que se convirtió en un éxito de ventas, tal como se había planeado, pero como libro de “Humor”. El gobierno dispuso entonces expurgar del libro todo lo que le diera risa a los que no eran ayatolás. El libro aumentó su seriedad, disminuyó por mucho su volumen y dejó de venderse.

Ahora sí: la cosa espantosa es que Khomeini escribió en ese libro que, con objeto de paliar sus apetitos sexuales el hombre debe (¿cómo decirlo?), bueno, pues debe tener relaciones con una gallina. (Lo siento. Esto es lo malo de meterse a los terrenos movedizos de la antropología.) Una vez establecida la conveniencia de mejor facer ayuntamiento con gallina placentera que con una fembra, comienzan los verdaderos problemas, por ejemplo: ¿es lícito comerse a una gallina con la cual se han tenido relaciones? El ayatolá contesta que no, que ni la persona que tuvo relaciones con la gallina, ni su familia (de la persona) ni sus vecinos inmediatos, pueden comerse esa gallina. Pero agrega que sí se la pueden comer los vecinos que vivan a dos o más puertas de distancia. Naziri explica que todos los que aspiran al rango de ayatolás deben escribir una disertación en la que exponen cuáles serían sus respuestas a los dilemas morales que podrían sufrir sus discípulos. “Estos textos son tomados muy en serio por quienes nos gobiernan y en cuyas manos está el destino de nosotros y de nuestro país”, concluye. Me alivia no haber sido discípulo de Khomeini, porque mi dilema moral habría sido: la palabra relaciones, así en plural, ¿implica que la gallina tendría que otorgar su consentimiento?

Una vez explicado el colapso de la industria avícola iraní, regreso a la otra gallina: el satélite norcoreano. De acuerdo con el gobierno democrático y popular de Norcorea (es decir Kim Jong-Il), el lanzamiento del satélite fue un “éxito glorioso incomparable”; otras versiones dicen que el satélite no le pudo atinar al espacio, pero sí le atinó al océano Pacífico, lo que no deja de tener mérito. Pues bien, ya en el espacio, ya en el fondo del mar, el asunto es que el satélite tiene como único objetivo transmitir al mundo “canciones revolucionarias”, algunas de ellas de la inspiración del Querido Líder, como se hace llamar oficialmente. ¿Qué habrá que hacer para escucharlas, antes de que apaguen el satélite o lo manden expurgar?

Y esta es la

Posdata.

Al avanzar en la lectura del libro de Nafisi llegué a otro testimonio de la estudiante llamada Nassrin –la que narra las tribulaciones teológicas y morales del ayatolá Khomeini. Han pasado siete años desde que Nassrin contó lo de la gallina. Un buen día reaparece en los cursos de Nafisi. Su mirada, ahora tiene algo de letárgico. Cuenta que estuvo en la cárcel por desacato a alguna de tantas leyes islámicas. Es asombroso que haya podido conservar la cordura, luego de tres años prisionera en esa cárcel controlada por los “guardias revolucionarios”. Un día le cuenta a su maestra y a sus compañeras lo siguiente (p. 212):

Todo lo que escuchen sobre lo que ocurre en las cárceles es cierto. Lo peor es cuando gritan el nombre de alguien a la mitad de la noche. Sabíamos que lo iban a matar. Dirían adiós y, poco después, esuchábamos los tiros. Sabíamos a cuántos habían ejecutado cada noche contando los tiros de gracia. Había una muchacha en la cárcel cuya única falta era su asombrosa belleza. La habían traído acusada de haber cometido alguna u otra falta a la moralidad. La tuvieron ahí un mes, durante el cual la violaron repetidamente. Se la iban pasando de un guardia a otro. Eso se supo muy pronto en la prisión porque esa muchacha ni siquiera estaba metida en cosas de política, y no la tenían con los presos políticos. A las que eran vírgenes las obligaban a casarse con los guardias, que después las mataban. La filosofía del asunto era que si morían vírgenes, se iban al cielo…

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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