¿Qué se puede hacer contra la industria editorial en España, donde se producen más de 67 mil títulos al año pero la población que se confiesa no lectora supera el 47% y el presupuesto para Educación es cuatro veces menor que el de Defensa? Protestar y armar ruido, señalar y asestar algún golpe, eso es lo que promete un grupo de doce escritores, periodistas y críticos literarios de Barcelona que, con el nombre de La Gancho Divine, se dieron a conocer dos semanas después de la entrega del Planeta a Bryce Echenique.
En su tarjeta de visita figuran un manifiesto de constitución y un premio sin dotación económica, el Órbitas, concedido a Francisco Casavella por Los juegos feroces. Recogen en su proclama, sin muchas concreciones, los propósitos de alumbrar buena literatura y pelear por acabar con la insalubridad del mercado, amén de dar algún bofetón a las editoriales que se porten mal. A pesar de su animadversión hacia los premios literarios, ellos mismos fundan otro. Desde el primer momento, dejan claro que lo suyo es más el guante de seda que la alpargata de esparto: “No queremos convertirnos en azote ni aburrir a la gente demandando, pero sí cada equis tiempo destacar aquellos detalles con los que no estamos muy de acuerdo”, dice Milo Krmpotic’, elegido portavoz del grupo.
Álvaro Colomer, uno de los padres del clan, explica que el Órbitas nace más bien como excusa para lanzar el manifiesto, que recoge una serie de descontentos que nadie se atreve a denunciar dentro del mundillo. Esas quejas tienen su mecha en las medidas tomadas por las empresas a raíz de la crisis que padece el sector, empezando por los despidos masivos, pasando por la reducción del tanto por ciento de los derechos de autor en ediciones de bolsillo y finiquitando con la descatalogación sistemática de títulos. Según explica Colomer, a partir de la última Feria del Libro de Berlín se ha tomado conciencia de que el mercado está saturado, pero los intereses comerciales pesan más que los literarios a la hora de dejar un título en la estantería: “¿Por qué un libro de calidad en una librería no supera los cuatro meses, cuando la vida de libros de calidad ínfima está durando mucho más?”, protesta Colomer.
La reacción del medio editorial al proyecto ha sido dispar, desde el enojo de Planeta por ser mentado en la declaración de principios hasta la curiosidad del resto, que ven La Gancho como un experimento gracioso: “En privado te dicen ‘Hostias, muy bien’ y en público no pueden mojarse porque están cobrando”, cuenta Krmpotic’. Ellos mismos han dejado el manifiesto en abstracto y casi sin nombres para no enfrentarse de lleno a los grandes. No en vano, casi todos trabajan dentro del sistema contra el que dirigen sus quejas.
¿Pero dónde está el cabo de la madeja de la crisis en el sector? Colomer no acusaría nunca al público y sí a la vorágine de contratar libros constantemente y sin ningún criterio, que provoca en el lector el despiste de no saber qué leer. Difícil ven, pues, atajar los problemas, y pobres se quedan las palabras para tal empresa.
Por eso La Gancho quiere demostrar que no es sólo una octavilla de papel, y está poniendo en marcha una iniciativa para rescatar aquellos libros que se guillotinan antes de tiempo. El proyecto salió de la cabeza de la escritora y periodista Magda Bandera, harta de que se publique bazofia en detrimento de autores menos conocidos o minoritarios, fulminados del catálogo sin haber sido promocionados adecuadamente. Uno de los motivos de la falta de publicidad se encuentra precisamente en las reducciones de personal contra las que se rebela la asociación: “En los departamentos de prensa, como Mondadori-Random House, hay una persona que lleva cinco o seis editoriales, con lo cual a ese libro ni siquiera se le da una oportunidad.” Por eso, se le ocurrió montar la Web rescatalogados.com, una especie de librería virtual destinada a recuperar aquellos títulos que se mandan a la hoguera. Explica la escritora que la idea es montar la gestión por cuenta propia; cada autor asumiría cierto número de ejemplares de su obra cuando saliera a saldo y los pondría sin ningún coste inicial a disposición de la web. Como se ahorran el proceso de distribución, los títulos saldrían a un precio inferior al marcado por la editorial y, una vez vendidos, el 50% iría para el escritor y el resto para el mantenimiento del sistema.
Bandera asegura que la lista de espera para participar en Rescatalogados era enorme antes incluso de poner el marcha la página en Internet, pero conserva los pies en la tierra: “Esto no nos va a dar dinero, simplemente es, por un lado, una protesta, y por otro mantener el libro en coma, por si algún autor lo quisiera recuperar en el futuro.”
¿El gancho será eficaz, entonces? Por lo pronto, aunque en círculos especializados se les ha oído nombrar, el público en general sigue sin saber qué huele a podrido en la industria editorial. Magda Bandera, sin embargo, es optimista: “Cuando se vea que hacemos cosas prácticas, a lo mejor sí nos respetan más.” ~
(Huelva, Espaรฑa, 1978) es periodista y editora afincada en Mรฉxico. Imparte clases de periodismo en la Universidad Iberoamericana.