La Gruta del Toscano, de Ignacio Padilla

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Nos hemos divertido lo indecible. Han sido aรฑos de risas y fiestas. Tantos amigos y ninguno ha sido poca cosa. Hubo quienes, precoces, armaron a un grupo y vencieron codo a codo. Hubo solitarios y, desde luego, no pocos, acaso demasiados, norteรฑos. Hubo desgraciados y los que, no sin esfuerzo, ya triunfan en Espaรฑa. Bella, tumultuosa generaciรณn la de los narradores mexicanos nacidos en los sesenta. Bella y, sin embargo, ya gastada. Cรณmo corre el tiempo: aรฑos y obras y premios. Basta. Basta ya de complacencia. Basta ya de contemplar en ellos una nueva, promisoria narrativa. No son ya jรณvenes y menos todavรญa promisorios. Aquellos que iban a caer han caรญdo. Los pocos que perdurarรกn, apenas unos pocos, ya persisten. Es hora de un corte de caja: ยฟquiรฉn amerita nuestra lectura y quiรฉn un carajo? Es hora de leerlos, si eso valen, generosamente: no ya como miembros de una generaciรณn sino como autores, sencillamente, de la literatura mexicana.
Ignacio Padilla, por ejemplo. Es dable decir: Ignacio Padilla perdurarรก. Es dable agregar: en el Crack, entre sus compaรฑeros, es รฉl el talentoso. Tarea sencilla: no es el genio lo que abunda entre sus amigos. Mรกs difรญcil es destacar, dentro de la literatura mexicana, del modo que รฉl lo hace: como un excรฉntrico apenas radical. Padilla es un raro y apenas si lo parece. Su rareza no radica en la experimentaciรณn formal ni en una insรณlita visiรณn del mundo. No descansa, menos todavรญa, en ese turismo literario que torpemente presume. Es un raro porque es un narrador tradicional. Su virtud mayor es escasa en nuestras letras y convencional en otras partes: la solvencia narrativa. Es ese escritor que uno no deberรญa festejar en sus horas mรกs intransigentes: un soberbio cuentacuentos. Ninguno entre sus coetรกneos, y pocos en nuestra literatura, merecen un elogio tan dudoso. ร‰l, ademรกs de merecerlo, lo trabaja. La Gruta del Toscano, su novela mรกs reciente, estรก allรญ para convencernos: se puede ser mexicano y narrar sin tropiezos y plantones.
Ante todo, la trama. La Gruta del Toscano es una novela de aventuras, cosa tambiรฉn extraรฑa en nuestra literatura. Rara por eso y por esto otro: porque triunfa. La anรฉcdota es atractiva: en Nepal, no lejos del Everest, existe una honda gruta, idรฉntica al infierno de Dante. Una gruta impenetrable y, no obstante, una y otra vez explorada por distintos aventureros. Alrededor de esas expediciones, mรกs o menos trรกgicas, gira acompasadamente la novela. Mientras hila una andanza con otra, Padilla se topa con otro elemento poco frecuente en nuestra narrativa: un personaje entraรฑable. El sherpa Pasang Nuru, sabio y traficante de ilegales, tan transparente como inexplicable, es uno de esos tipos sobre los cuales puede pender una novela de aventuras. El subgรฉnero le viene bien a Padilla. Su gusto por el exotismo, nocivo al combinarse con la historia, al fin se justifica. Nepal no es la Alemania nazi y puede realizarse cierto turismo literario por sus montaรฑas sin trivializar apenas nada. Incluso al contrario: mientras mรกs exotismo, mayor deleite. Para decirlo con Barthes: una lectura placentera, no arduamente gozosa.
Ademรกs, la prosa. Padilla es un fino prosista, acaso uno de los mรกs elegantes. Un estilista peculiar: apenas dueรฑo de un estilo. Porque su propรณsito esencial es contar historias, la trama marcha por delante y la prosa un tanto atrรกs. Porque desea fluir, su estilo es ligero, de pronto invisible y siempre adaptable a las necesidades de la anรฉcdota. Eso, sobre todo: la ligereza. Su escritura tiene un acento particular y, sin embargo, รฉste es demasiado tenue. Como si no quisiera marcar duraderamente el idioma. Como si no pretendiera expresar. Como si sรณlo la trama fuera expresiva. Para no obstruir el relato, el autor intenta incluso desaparecer de su propia prosa. Asรญ se explican los recurrentes giros borgesianos de su escritura: como distracciones, como mรกscaras detrรกs de las cuales se oculta un escritor resistente a protagonizar. Padilla hace pensar en esos cineastas del Hollywood clรกsico: demasiado grandes como para ensuciar sus pelรญculas con esa cosa, la fatua marca del autor.
Llamar estilista a Padilla es ofenderlo. Se sabe un escritor dotado y, por lo mismo, desea ser reconocido de otro modo: como un autor inteligente. Para ello ha decidido negociar, como Jorge Volpi, con los grandes temas. El Mal, por ejemplo. La Gruta del Toscano es el desenlace de una trilogรญa dedicada, disparejamente, al asunto. El desenlace y una รบltima vuelta de tuerca. Si Amphytrion buscaba el origen del Mal en la Historia y Espiral de artillerรญa en los sistemas polรญticos, esta novela escarba en el alma. Allรญ es donde fracasa: notable como novela de aventuras, es pobre en sus pretensiones metafรญsicas. Ocurrรญa lo mismo con sus dos novelas anteriores: de factura impecable, eran obvias y hasta triviales en su pretendido estudio del Mal. Aquรญ el asunto no es tan grave: como es una novela de aventuras, se perdona su superficialidad. Eso e, incluso, la trivializaciรณn del infierno dantesco, presente como motivo pero despojado de su hermetismo y sacralidad.
O mejor: no se perdona nada de ello. Se puede escribir novelas de aventuras sin sacrificar el rigor. Piรฉnsese, por ejemplo, en Joseph Conrad. En รฉl piensa Padilla cuando escribe sus aventuras, y a eso aspira: a componer su versiรณn de El corazรณn de las tinieblas. El resultado: una versiรณn atractiva, a veces cautivante, pero innecesaria. Sobre todo eso: no parecerรญa haber necesidad de esta obra, como no parece haberla de ya casi ninguna. Incapaz de penetrar en el Mal, la novela se erige, casi exclusivamente, como un ejercicio de estilo. Tan vacuo y deslumbrante como eso. En vez de inquietar, su lectura nos produce ese pudor que, cada vez con mayor frecuencia, nos regalan las novelas. El pudor de habernos entretenido, complacientemente, con un manido anacronismo. La vergรผenza de haber asistido a un crimen injustificado: el de quien agrega, con impunidad y sin sentido, mรกs ficciรณn a la de por sรญ ya vasta ficciรณn de la realidad.
Para no agregar mรกs nada, hay que repetir lo mismo: Ignacio Padilla es un notable cuentacuentos, un prosista encomiable y uno de esos pocos autores que sobrevivirรกn al desliz de haber nacido en los sesenta. Al comรบn desliz de haber nacido. ~

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es escritor y crรญtico literario. En 2008 publicรณ 'Informe' (Tusquets) y 'Contra la vida activa' (Tumbona).


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