AdiĆ³s, Tito

Leal a la definiciĆ³n aristotĆ©lica de la comedia, Tito fue un virtuoso en "imitar a los seres de calidad moral inferior".
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La Ćŗltima vez que vi a Tito Monterroso se encontraba disfrazado como la Corregidora de QuerĆ©taro y nadaba elegantemente en una piscina. De vez en cuando, con gracia y ritmo, sacaba un piecesito del agua y lo meneaba en el aire. Se le veĆ­a contento. Esto sucediĆ³ la noche del dĆ­a en que me enterĆ© de que acababa de cambiar de costumbres. El sueƱo revive una charla que tuvimos hace aƱos sobre cĆ³mo, al equipo nacional de nado acuĆ”tico sincronizado, le habĆ­a dado por montar su coreografĆ­a con el tema “La independencia de MĆ©xico” para las inminentes olimpiadas.

HabĆ­amos desarrollado una elaborada teorĆ­a sobre cĆ³mo a la gente le da por hacer algo en algĆŗn momento de su vida, con resultados invariablemente catastrĆ³ficos, y desmenuzĆ”bamos prolija y largamente las razones, el mĆ©todo y las consecuencias de ese impulso. Tito hacĆ­a sus risas Ć©sas, medio espectorantes, rozonas de la cuchufleta, meneando la cabeza, entre conmovido y resignado.

La teorĆ­a del le dio por estaba, claro, impecablemente practicada en su literatura. Se trata de un impulso de abolengo: a su amado Alonso Quijano, para no ir mĆ”s lejos, le dio por la caballerĆ­a andante. AtraĆ­do por la inmensa creatividad de la tonterĆ­a, Tito levantĆ³ un minucioso, sutil inventario en las atiborradas bodegas de lo falible y lo fallido. Y en nuestros medios, donde el ejercicio de la tonterĆ­a, lejos de ser honorable prĆ”ctica privada, es ostentaciĆ³n institucional, oronda conducta pĆŗblica y concurso anual (porque dura todo el aƱo), el resultado necesario fue la escritura satĆ­rica mĆ”s fina en el castellano de sus tiempos.

Su familia era la de los convencidos de que es en la estupidez donde la creatividad humana mĆ”s se encuentra a sus anchas, el descalabro de las aspiraciones bobas, el resbalĆ³n de los apetitos patĆ©ticos y las vanidades necias. Si Baudelaire se interesaba en el mal ā€”ya que sĆ³lo se puede ser bueno de una manera y malo de milesā€”, la familia literaria de Monterroso eligiĆ³ la multiforme tonterĆ­a, dĆŗctil y elocuente, como su Ć”mbito humanista. Es la estirpe de otros de sus nuestros clĆ”sicos: Flaubert, De Quincey y Chesterton, coleccionistas, por ocio y placer (como Alfonso Reyes y sus periĆ³dicos), de la estulticia propia y ajena. Leal a la definiciĆ³n aristotĆ©lica de la comedia, Tito fue un virtuoso en “imitar a los seres de calidad moral inferior”. Lo hacĆ­a con puntualidad feroz, y a veces con el agregado de una piedad que, en su caso encomiable, era consustancial a su naturaleza de hombre bueno e inteligente, apartado por igual de todo fariseĆ­smo e intenciĆ³n pedagĆ³gica.

Se armĆ³ con todos los atributos del gĆ©nero: una facultad de observaciĆ³n perfecta; distancia crĆ­tica y conciencia autoparĆ³dica; afecto por el minĆŗsculo desastre, y una combinaciĆ³n equilibrada de crueldad implacable y la enorme ternura hacia lo que sĆ³lo un tonto llamarĆ­a, sin titubeos, lo humano en sĆ­. DesmontĆ³ asĆ­ esa fĆ©rtil urdimbre y aspirĆ³ a recrear ese le dio por formidable en que la polimorfa tonterĆ­a iza la cabeza airosa (esta Ćŗltima frase es para darle risa). CreĆ³ toda una breve literatura atenta, pues, a ese esguince de la lĆ³gica, a esas fracturas de la prudencia, del sentido comĆŗn, del buen gusto, a fuerza de censar a la esposa del gobernador a quien le da por declamar; a Leopoldo, ese tonto al que le da por ser poeta maldito; a Eduardo Torres y su tenaz empeƱo por hacerse de un sitial en el Parnaso.

Alguna vez que me pidiĆ³ “presentarlo”, citĆ© a Luis Cardoza, que en su diario ā€”lo leĆ­a entonces en la FundaciĆ³n de su nombreā€” anotĆ³ junto al nombre de Tito una frase precisa y preciosa: es miel de tigre. La frase lo halagĆ³, claro, viniendo de quien venĆ­a, y por ser cierta: la prosa depredadora de Tito se agazapa en la jaula de la pĆ”gina y salta de pronto, inclemente y arrasadora. Su blanco favorito fue la gran hinchada filistea y, dentro de ella, sobre todo, la muy oronda de los escritores y las buenas conciencias en el perpetuo cĆ³nclave del “Congreso de Escritores de Todo el Continente de San Blas, S.B.”. No me deja de sorprender que tuviera tantos amigos, muchos quizĆ”s mĆ”s por Ć”nimo precautorio que por desinterĆ©s. La literatura de guardapelo de Monterroso, con su catarata de Ć”cido, no puede ser un higiĆ©nico espejo para precaverse de la tonterĆ­a: eso mismo serĆ­a materia de una fĆ”bula aĆŗn mĆ”s despiadada. AdemĆ”s, es un espejo difĆ­cil de mirar: casi siempre estĆ” opacado por la polvareda que levanta el carruaje en cuyo eje viaja, sentadita, la mosca fatua.

ConocĆ­ a Tito hace muchos aƱos en la Universidad, un dĆ­a en que fui a buscar a Ernesto MejĆ­a SĆ”nchez a su cubĆ­culo. Cuando lleguĆ©, como estaba ahĆ­ Ā”Augusto Monterroso!, guardĆ© una prudente reserva y esperĆ© afuera. Pero Tito registrĆ³ mi presencia a travĆ©s del muro de cristal y por fin preguntĆ³ con gravedad melodramĆ”tica: “ĀæSois alma en pena o hijo de puta?” Desde entonces, solĆ­amos saludarnos con esa frase del MarquĆ©s de BradomĆ­n. Yo solĆ­a responder “hijo de puta”. Hoy prefiero “alma en pena”. ~

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Es un escritor, editorialista y acadƩmico, especialista en poesƭa mexicana moderna.


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