“La libertad de Camarón fue mi escuela”

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El Cigala camina por la alfombra gruesa de su habitación de hotel, sus pies descalzos se hunden y se oye el tintinear que lo persigue en cada paso: el ruido suave dulce y agudo de las cadenas de oro que chocan entre sí. Clin clin, como un brindis. El hotel chilla de tanto color, y allí va y viene este hombre que acomoda cojines y sillones, trae una botella de agua, busca su computadora y trae el iPod donde lleva su último juguete, una maravilla en forma de disco que acaba de terminar hace apenas unos días. El Cigala pone las canciones, canta en voz baja, se mueve y con él el oro que carga: reloj, anillos, colgantes, pulseras, que hacen clin clin y brindan por él, por su disco Cigala & Tango, por el tango que acaba de reinventar y con el que se ha reinventado en Buenos Aires.

 

¿Cuánto oro llevas encima?

No lo sé. Tengo una efigie egipcia, este indio, varias cosas que me acompañan desde hace tiempo. Son regalos. También me gusta la plata, pero más el oro, porque no ensucia.

 

¿Y cómo haces en los controles de los aeropuertos?

¡El oro no suena!

 

El Cigala, nacido Ramón Jiménez en Madrid hace 42 años, tiene todo bajo control. Nos movemos a un restaurante español de la zona, jabugo y cava en un apartado del ruido. Llegan amigos. Pasa la tarde. El iPod va de oreja en oreja. Un argentino llora. El Cigala estrena en la mesa el videoclip de “En esta tarde gris” y comenta sus viajes, sus discos, su vida. Amparo, su mujer, la mujer que hace que el mundo del Cigala gire, lo mira y oye la historia por enésima vez. Es un hombre del flamenco al que Madrid le quedó chico muy rápido, sobre todo cuando conoció a Bebo Valdés y con él el mar y la música de Cuba. Se conocieron en dos minutos y tres minutos después ya estaban abrazándose como los amigos de toda la vida. En tres días (sí: ¡tres días!) grabaron Lágrimas negras, una de esas obras artísticas que deberían enviarse al espacio para que otras galaxias vean que esta humanidad a veces puede ser genial.

Para entonces, 2003, El Cigala ya era un reconocido en el ambiente del flamenco. Había salido de los tablaos madrileños, y ya cantaba hasta en Japón. Pero nadie es nada en el cante jondo sin la venia del severo Concilio Flamenco, una casta dura que exige muestras de adn y pruebas de talento y dolor. Cuando estos sabios empezaban a tomarlo como uno de los suyos, a darle el bautizo de Grande bajo la mirada siempre protectora de Camarón de la Isla, El Cigala ya estaba volando a Cuba. No pidió permiso, no esperó su aprobación y ya tenía un disco en el que, por partida doble, plantaba nuevas bases para el flamenco, su flamenco y, de paso, para el bolero y la música latinoamericana. Los popes callaron ante la evidencia. Luego aplaudieron. Nadie volvería a intentar hacer un disco de fusión o world music o como se llame esto de juntar dos ritmos de geografías diferentes, sin el halo de Lágrimas negras. Años después, cuando parecía cómodo en una fórmula dominada y copiada, patea otra vez el tablero, no le pide permiso a nadie y toma un avión a Buenos Aires. En plena calle Corrientes, sale al escenario y frente a 3 mil 300 porteños les canta “Las cuarenta”. Podemos imaginar las caras de asombro de esas personas en el Teatro Gran Rex. El Cigala sale al escenario, punta en blanco, lleno de oro (clin clin). Se para frente al micrófono y empieza a cantar. Un tango. Diez tangos y una milonga después, tenía un disco exquisito y el público rendido a sus pies que cantaba “Olé, olé, olé, olé, Diegooo, Diegooo”, jaculatoria futbolera que hasta el momento solo se le ofrendaba a Maradona.

 

¿Cuándo descubriste el tango?

Me di cuenta que yo conocía el tango de toda la vida. Me di cuenta ahora. “Las cuarenta” (el tango que dice “Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran, y si la murga se ríe, uno se debe reír…”) la cantaba mi tío Rafael Farina. Fue con el grupo de Concha Piquer a Buenos Aires y, cuando regresó a Madrid, rompió
con todo. Pensaban que se había vuelto loco. Todo el mundo cantaba con guitarras detrás, y él ¡con una orquesta!

 

Treinta años después lo cantas tú.

Vengo yo a descubrir todo esto en Buenos Aires. En la gira anterior canté un tango que no es muy conocido fuera de Argentina, un homenaje al Polaco Goyeneche que se llama “Garganta con arena”. Y el público de pie. Desde entonces he tratado de entender lo que pasó. Estaba obsesionado, quería hacer un disco de tangos. Compré colecciones de discos y me escuché en YouTube todos los tangos que hay. Busqué los que me podrían quedar mejor. Los canté, los grabé. Te juro que durante meses en casa no se oyó más que tangos.

 

¿Qué tangos buscabas?

Buscaba tangos que me hirieran, que me dieran en el corazón. Quería hacerlos míos, como “Nostalgias” por bulerías, ¿te imaginas? Así: ta ca quetaca, ta ca quetaca. Escuché mucho a Gardel, Goyeneche y a Julio Sosa, con el que me entendía mucho más, sobre todo a la hora de vocalizar. Hubo un momento en el que pensé en tirar la toalla; con esto no puedo, decía, el tango lleva tanta letra, que cómo le hago, no llego, no sale.

 

Pero salió…

¡Marconi! Sin conocernos de nada, yo empecé a mandarle las grabaciones a Néstor Marconi (bandoneonista de Piazzolla y Goyeneche). Se las cantaba por teléfono. Él me dio el mejor consejo: “canta el tango como quieras”. Y me dijo: “Cuando llegues a Buenos Aires esto va a cambiar. Vamos a ver los tiras y aflojas, los ritmos, los tiempos, cómo nos sentimos todos juntos.”

 

Así nació este disco que se llama Cigala & Tango, es decir Diego y el género entero que se hace suyo con el fraseo entrecortado y nasal del flamenco, sin las eses, con el leréi leréi sobre el bandoneón de Marconi o la guitarra de Juanjo Domínguez. “Me he guiado por ellos que conocen la pauta del tango, ellos son los maestros. A Juanjo me lo presentó Andrés Calamaro. Cuando lo vi tocar ‘Volver’, ¡pufff!” El Cigala abre los brazos y con ellos reemplaza las palabras. Cuando algo lo impresiona, lo expresa con un pufff, un ay, un soplido y una sonrisa.

 

¿Tenías miedo?

Sí, porque el miedo te hace tener respeto. Te pone en un lugar muy especial. Cuando una música te genera respeto y miedo, es porque hay algo.

 

¿Y que hay en el tango?

Hay dolor; un dolor que yo conozco bien. Es lo que yo buscaba.

 

Aquí entre nosotros, me parece que el dolor del bolero te sobraba. Eso de “te extraño como se extrañan las noches sin estrellas…” es poco dolor para un flamenco.

Sí, el tango es hondo de verdad. Es como cantar por soleá con la guitarra, cantar de soledad, de desengaño. Ahí esta toda la tragedia, todo lo que es el tango. Yo conozco muy bien eso, por eso me atreví a cantarlo. Podía hacerlo, sin perder un ápice de lo que es el tango, pero sin faltarle el respecto al flamenco.

 

Muchos lo han intentado…

Se han hecho muchas incursiones que han andado o no han andado. Pero es que precisamente yo no hago incursiones, yo intento encontrarme con el otro, pero sin dejar de hacer flamenco. Si me emociono yo, el público se va a emocionar.

 

¿Cómo lidias con los puristas?

No pienso en ellos. ¿Sabes lo que les digo yo a los puristas? Súbanse ustedes y cántenlo, a ver si sienten como yo. Cuando puedan sentir de verdad, podrán hablar. Y a mí no me pueden venir a explicar cómo es un taranto, una bulería…

 

¿Has tenido una formación purista?

No, siempre he sido abierto, pero con respeto. Cuando voy a escuchar una soleá, quiero escuchar una soleá, [cuando] una seguiriya, quiero escuchar una seguiriya, y cuando quiero escuchar un fandango, quiero escuchar a mi tío Rafael Farina, a Manolo Caracol o a Camarón de la Isla.

 

¿Cómo ha sido tu relación con Camarón?

Lo conocí en una fiesta, yo tenía 18 años. Hubiéramos sido muy buenos amigos. Yo entendía perfectamente cómo cantaba Camarón, entendía sus inquietudes, su desasosiego, yo entendía dónde quería ir. Cuando le decían “canta”, no cantaba, pero, cuando menos te lo esperabas, saltaba libre. Ese era Camarón.

 

¿Qué te enseñó?

La libertad de Camarón fue mi escuela. Me enseñó muchísimo, sus discos son fuentes inagotables para mí. Yo escuchaba a otros, grandes también, pero este señor ya se destacaba. Camarón era un vendaval. Cuando sacó el disco La leyenda del tiempo, en el que metió bajo, teclado y batería, los gitanos pensaron que se había vuelto loco. Iban a devolver el disco. Y al cabo del tiempo, se convirtió en la antología más importante del flamenco.

 

¿Tu carrera sería muy diferente sin Camarón?

Hubiera sido muy difícil. A mí me ha llenado de inspiración artística.

 

Hablemos de dos discos tuyos, Picasso en mis ojos y Lágrimas negras. ¿Picasso… fue una manera de acercar a los poetas al flamenco?

Ha habido muy buenos cantaores que han cantado a poetas como Miguel Hernández, Lorca, Machado, pero nadie le había cantado a la pintura. Y de la generación de grandes pintores de esa época, al que yo veía más flamenco era a Picasso. Como buen malagueño le gustaban los toros, un cante por malagueñas, amanecer por la mañana. Invité a poetas como Javier Krahe, Ruibal, y a Juanito, el autor de Camarón. Las guitarras de Paco de Lucía fueron los pinceles de Picasso.

 

¿Te gusta leer poesía?

Mucho. Leo a Machado, a Lorca.

 

¿Y a quién no has cantado todavía?

A Miguel Hernández. Todavía no lo encuentro. Otros ya le han hecho, pero yo le sigo buscando un poema bueno que nos quede bien. Lo voy a encontrar.

 

Le pregunto por Lágrimas negras, por su encuentro con Bebo. Toma un trago, se moja la boca y lo cuenta de un tirón:

Vi a Bebo en la película Calle 54 de Fernando Trueba y me puse a llorar. Da la casualidad que en esos días Bebo venía a tocar a Madrid. Fui al camarín, y lo invité a grabar en mi disco Corren tiempos de alegría. Tocamos una guajira y un tema de Consuelo Velázquez, “Amar y vivir”. En el estudio me di cuenta de todo. “Hagamos un disco”, les dije. Bebo respondió: “Cómo no, mi amigo.” Así respondía a todo: “Cómo no.” Y lo grabamos en tres días y sus tres noches. El señor tenía 84 años. Yo no sabía lo que era cantar en clave, ni en son, yo seguía las indicaciones de Bebo, que lo único que me decía era: “Tú canta como ese gitano que tú eres, que yo tocaré el piano como ese cubano que soy.” La mayoría de los temas yo ni los conocía. Los único que conocía eran “Inolvidable”, “La bien pagá” y “Corazón loco”. ¡No sabes lo que fue cantar en portugués! Fueron tres días y tres noches increíbles. En el estudio lloraba todo el mundo, hasta el apuntador. Trueba decía que esto es algo que no se da ni en el cine, ni en el teatro, ni mucho menos en un estudio de grabación, con lo frío que es. Al ver al Bebo se hizo la magia. Hicimos la grabación sin planes, sin fines de lucro, no teníamos ni disquera, no sabíamos qué iba a pasar con ese material.

 

¿Un renacimiento?

Me di cuenta que mi mundo era más amplio.

 

En tus primeros discos todavía te llamaban Dieguito. ¿Cuándo pasaste a ser Diego?

Es que llegó un momento en el que les dije basta, que voy a tener cincuenta años y van a seguir llamándome Dieguito… Cigala me lo pusieron los hermanos Losada, los guitarristas con los que yo cantaba, porque me movía más que los precios. Inquieto, desgarbadillo, como una cigala.

 

Un día te diste cuenta de que tenías un don.

Pero eso no es muy importante. Mi padre iba al bar y le decía a todo el mundo que su hijo cantaba muy bonito; pero a mí nunca me dijo nada, al contrario, me decía: “ese cante no era así”.

 

¿Soñabas en que ibas a ser lo que eres hoy?

No, porque, si piensas eso, no llegas. Cuando yo vi a mi tío Rafael Farina cantar en el Teatro Calderón me di cuenta de lo que quería. Pero sin dejar de jugar. Yo jugaba al balón o a la bici aunque, cuando escuchaba una guitarra, ahí iba.

 

¿Sigues jugando?

Hasta ahora.

 

¿Estás agradecido a la vida?

Absolutamente.

 

Se te nota feliz en el escenario, cantando tanto dolor. Qué paradoja.

¿Sabes por qué? Porque es una manera de exorcismo. Yo lo expreso y lo echo pa’fuera, tanto la alegría como las penas, la tristeza, la soledad…

 

¿Qué es ser flamenco?

Una forma de sentir, de vivir. Para poder vivirlo, expresarlo, hay que tener un pasado. Si te lo dan a plato puesto, no puedes cantar. Dolor y quebranto son parte de la vida. Haciendo zapping en un sofá no vas a hacer nada.

 

Lo mismo decía Goyeneche del tango…

¡Es que es lo mismo! ~

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