La ruleta

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Muchos y caudalosos son los rรญos que arrastran el azar hacia el proceloso mar de la nota roja. No solo porque hoy en dรญa en numerosas poblaciones mexicanas la gente siente que se juega la vida, o cuando menos bolsa e integridad fรญsica, al salir a la calle; reconozcรกmoslo, la loterรญa de la violencia cada dรญa nos pone mรกs nerviositos. No solo por esto, digo, sino porque el juego inevitablemente atrae al maleante: donde hay dinero fรกcil que va y viene de mano en mano, se acerca a olisquear el gรกngster. Dรญganlo si no esas carreras parejeras, esos palenques (improvisados o no), esas mesas con barajas espaรฑolas, donde hacen tertulia rรบstica millonaria los invisibles capos de los cรกrteles que aterrorizan al paรญs.

Y, bueno, en menor escala, ¿cuรกntas emocionantes pelรญculas nos han dejado esos infelices perseguidos por deudas de juego por musculosos e inexorables matones a sueldo pintorescos acreedores?
Y estรกn tambiรฉn esos patรฉticos suicidas, esos fugitivos viajando por Brasil, que abusaron de la confianza de la empresa en el momento justo en que la oscura y arbitraria divinidad de la fortuna les volvรญa la espalda y se jugaron el patrimonio que no era suyo y lo perdieron.

Figura tambiรฉn entre la dramatis personae del juego ese delincuente menor, el tahรบr, ave zancuda que habita en los pantanos de la boberรญa y la compulsiรณn ajenas, y que mantiene, como todos los estafadores, la sangre elegantemente frรญa.

Tapete verde, dados, joker, cartas, galgos, hasta el modesto bingo, caras impasibles, ruleta, hagan su juego, seรฑores, no va mรกs, crean su mundo de supersticiones: ¿quรฉ extraรฑo impulso nos empuja hasta el filo del vuelco de fortuna? ¿Quรฉ es lo que queremos saber o probar?

En literatura ciertamente no hay jugadores como los rusos. Pushkin y su delicada y perfecta Dama de pique; el gran Dostoievski, vรญctima de la pasiรณn de la ruleta (son increรญbles las historias donde se chismea acerca de su invencible compulsiรณn) y capaz de elevarla hasta el topus uranus de las narraciones para, se asegura, tratar de curarse definitivamente de sus acosos; o Tolstรณi, que cuenta genialmente, y de seguro por experiencia propia, quรฉ es que un joven oficial en una mala noche lo pierda todo, hasta el caballo y la silla de montar.

Saltemos ahora de la Rusia Blanca a la nota roja. Presento una vieja noticia: se trata de un muchacho con pasiรณn dostoievskiana por el juego, no la ruleta en este caso, sino el vernรกculo pรณker abierto. Sucediรณ en Calimaya, Estado de Mรฉxico, hace muchos aรฑos. El joven Adelaido Mendoza de nombre pidiรณ a su novia รngela Martรญnez que entrara al juego de pรณker, no como espectadora, sino, desagraciadamente, en calidad de apuesta, dado que Abel Lรณpez Aguirre, su contrincante, ya lo habรญa desplumado. Ignoramos quรฉ tenรญa รngela en la cabeza, pero aceptรณ el pasivo papel de bien mostrenco. Adelaido traรญa ese dรญa al santo de espaldas y perdiรณ a la novia. Pero esa victoria resultรณ tesoro envenenado para Lรณpez Aguirre, pues cuando don Abel se disponรญa a cobrar su codiciada ganancia, su adversario, don Adelaido, resultรณ mal perdedor y sacรณ de entre su ropas una pistola calibre .22 y abatiรณ a su suertudo amigo de cinco balazos. Despuรฉs huyรณ al amparo de la noche y de la confusiรณn reinante.

Sin embargo, cuando compareciรณ la Policรญa Judicial de Toluca al escenario del crimen, algรบn mirรณn ocasional seรฑalรณ el lugar donde se habรญa ocultado el homicida. Al aproximarse los policรญas al lugar seรฑalado, Adelaido empezรณ a disparar a diestra y siniestra contra la policรญa, sin lograr por fortuna herir a nadie.

Al terminรกrsele los cartuchos, el homicida optรณ por entregarse y fue desarmado por los policรญas y conducido a prisiรณn.

De esta, una de las maneras, hay muchas otras en que juegos de azar y crimen pueden asociarse. ~

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(Ciudad de Mรฉxico, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y acadรฉmico, autor de algunas de las pรกginas mรกs luminosas de la literatura mexicana.


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