Querido Madiba:
Este es el año en que cumples noventa; el planeta entero celebra –en exceso, me parece a mí. ¿Por qué? Porque nos colgamos de ti, Nelson Mandela, como un icono vivo, como un héroe libertador que no renegó de su creencia en la libertad y en la justicia ante la opresión, como el padre de una nación arco iris, como un hombre de casi incomprensible entereza moral que salió de 27 años de cárcel y trabajos forzados aparentemente sin traza de amargura o deseos de venganza, y quien continúa entregándose sin reservas. Y añadiría: porque eres un humanista preocupado, curioso y sabio, con tanto humor y tan bella sonrisa…
Yo también quiero celebrar tus logros, tu ejemplo, la frágil dignidad de tu vejez. Y aún así, cuando un periódico sudafricano me invitó a estar entre quienes se dirigían a ti públicamente en esta ocasión, reculé. ¿Por qué? En parte porque me parece obsceno el modo en que todos –los ex presidentes y otros políticos vacuos y ególatras, las estrellas y las modelos cocainómanas, los músicos de moral dudosa e intelectualmente limitados, el vano jet set internacional– babean sobre ti como si fueras un oso de peluche exótico. Te has convertido en vademécum y en piedra de toque: aquellos que te tocan –siempre que sea en público y delante de una cámara– creen (o los han hecho creer) que han accedido a un estado de rectitud moral. Claro que pagan para ello –cantidades exorbitantes, me han dicho. (No por nada tu sobrenombre: “Moneydela”.) Después de todo, lo que está a la venta es tu aura, y tu séquito es avaro y demandante. Espero que todos tus años de aprendizaje signifiquen que ves a la gente por lo que es, sean amigos o enemigos, y que eres inmune a las zalamerías. Pero ¿de verdad has distinguido entre camaradería y obsequiosidad? Tu sentido de la fidelidad es legendario. Y no creo que tu humildad autocrítica sea falsa. Entonces ¿por qué tolerar a los charlatanes, a los arribistas y a los falsos que viven a costa tuya?
¿Por qué optaste por embaucar a los ricos –quienes están en extremo dispuestos a pagar y ser vistos compartiendo, por razones caritativas o como respuesta a instintos “bajos” de protección del negocio personal, y así ser identificados con y beneficiarse de una postura políticamente correcta? ¿No sería el soborno un modo más efectivo de extraer las riquezas y los privilegios que se distribuyen? ¿Se sentirán vulnerables porque sienten culpa por las maneras en que se han hecho de sus riquezas? ¿Y la alternativa posible –una redistribución socialista– habría sido demasiado desagradable? ¿Desagradable para quién? ¿O hiciste esto porque te diste cuenta de que no había otra manera de conseguir el apoyo urgente que necesitan los más pobres y desprotegidos? ¿O lo hiciste para avanzar las posiciones de tus allegados? ¿Será que es, además, una expresión más de la prevalencia de los valores materialistas del mundo y simplemente no quisiste matar a la gallina de los huevos de oro?
Discúlpame si no logro penetrar en el bosque tupido de iniciativas de cambio social y sólo puedo ver el inmenso árbol de gratificaciones inmediatas al que todos parecen arrimarse y en el que todos quieren inscribir sus iniciales. Algunas veces pienso que nuestro problema no es tanto que hayamos llegado, supuestamente, al “final de la historia”, sino que los historiadores no tienen ya la voz o el incentivo para descifrar y transcribir el entendimiento de los sucesos y los movimientos que dan forma a nuestro mundo.
Con el paso del tiempo vendrá una valoración de tu carrera política y el impacto que tuviste como presidente de este país –y sin duda que fuiste un político consumado. El que hayas sido el vector histórico de los acuerdos y el cambio controlado finalmente será visto como capacidad para gobernar. Desde ahora sabemos que nos salvaste de la guerra civil. Esto debe de ser recordado como tu legado más importante y no debemos olvidar lo afortunados que fuimos. Algunos dirán que sólo dejando de lado la revolución pudiste lograrlo.
Pero mi inquietud en este momento es de un orden distinto. Quiero expresarte mi profundo cariño. Eres en muchos sentidos muy parecido a mi difunto padre –necio hasta la obstinación, orgulloso, intachable, autoritario, recto, pero con grandes cantidades de amor y una lealtad intensa y probablemente con un gran sentido de la comedia absurda que es la vida. Un pícaro incluso, cuando las consideraciones tácticas así lo pedían. Creo que ya te había dicho todo esto.
Y ahora ya eres muy viejo y te debilitas. (“La palabra del viaje está sometida al viento”, Edmond Jabès). No es costumbre nuestra reprender a un hombre honorable que se encamina hacia esa noche que nos espera a todos. Menos aún en África, donde se asume que la extrema vejez trae consigo sabiduría y que los viejos deben ser venerados. Y sin embargo siempre te he respetado como un hombre de integridad y de valentía; siempre he sentido que puedo estar en desacuerdo contigo y hacértelo saber, aun cuando mi punto de vista fuera desinformado y mi postura inadvertidamente partidista. ¿Por qué sería distinto ahora? ¿Debo suponer que te has reblandecido? ¿Debería, para ser consecuente con la euforia mundial, evitar compartir contigo mi confusión y mis desilusiones?
De nuevo, mi respeto y mi cariño por ti sólo pueden expresarse diciéndote lo que veo y lo que entiendo de este país. Podrías ser mi padre; siempre fuiste un mentor y una referencia; eres también un camarada.
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Me refiero al momento en que estamos, el 2008.
Recientemente tuve oportunidad de pasar un tiempo en Sudáfrica. No puedo ir tan seguido como antes, y me doy cuenta de cuánto me cuesta “leer” el entorno de manera automática. He perdido el contacto, quizá porque la superficie está casi siempre embarrada de sangre. También me doy cuenta de que, como tantos otros, estoy condicionado para esperar lo peor: la interminable procesión de payasos corruptos a todos niveles del poder, su incompetencia y su indiferencia, su arrogante papel como los triunfantes embriagados que conducen una cultura pretenciosa; la sensación de inminente catástrofe en el aire debida a la violencia y la crueldad con la que se cometen los crímenes –ser torturado y asesinado por un celular o por un puñado de monedas. Uno se vuelve paranoico. Me fui asustando más y más con cada día que permanecía en el país. Comencé a calcular la probabilidad de ser el siguiente en ser asaltado, violado o baleado.
El círculo se vuelve cada vez más estrecho. La abuela de un amigo cercano –tan vieja como tú– les suplica a sus asaltantes que no la ataquen sexualmente, dice incluso estar infectada con una enfermedad contagiosa; el sobrino de un amigo escritor recibió un disparo en la cara y murió en su propia casa a manos de un intruso nocturno al que confundió con una rata; el hijo de mi hermano mayor fue apuñalado en el estacionamiento de un restaurante, el cuchillo perforó un pulmón, la policía nunca llegó y lo salvó el que su acompañante le marcara a Australia a su novio, quien desde allá le llamó a una enfermera que estaba de visita en Johannesburgo. (Era la primera visita de esta mujer, quien decidió irse al día siguiente y no volver.)
Detrás de este teatro diario de sangre y sombras hay tendencias de las que quisiera hablar contigo porque, aunque no sea razonable adscribirte responsabilidad alguna por el caos en el ambiente, hay problemas más profundos relacionados con el poder y con el valor de la vida humana que debieron de haber sido evidentes desde el inicio. Pero, como siempre que alguien visita el país, lo que ataca la mente y estrangula el corazón son los eventos aparentemente aleatorios que se han convertido en el emblema de una sociedad en profunda inestabilidad.
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Me topo con un informe sobre la violencia escolar en Johannesburgo, realizado por la Comisión de Derechos Humanos de Sudáfrica (SAHRC). Juegos como “pégame, pégame” y “viólame, viólame”, en los que los niños se persiguen y fingen pegarse y violarse, se practican en las escuelas sudafricanas, señala el informe. La comisión reporta que, según la organización Acción Comunitaria para un Ambiente Seguro (CASE), “este juego demuestra el grado y el alcance al que ha llegado la violencia contra los jóvenes, y lo endémico de la violencia sexual en Sudáfrica”. El reporte dice que la escuela es el lugar “más común” para que se cometan crímenes como violencia contra estudiantes, y el segundo lugar en incidencia de robo a alumnos. De acuerdo con un estudio realizado por el Centro para la Justicia y la Prevención del Delito (CJCP), los jóvenes tienen dos veces más probabilidades de ser víctimas de crímenes que los adultos. “Un poco más de dos quintas partes (41.4%) de los jóvenes encuestados habían sido víctima de algún tipo de crimen.” El CJCP descubrió que los baños es una área de la escuela a la que los niños le tienen verdadero miedo. Más de una quinta parte de las agresiones sexuales contra jóvenes sucedieron mientras estaban en la escuela, y de acuerdo con otro estudio, este realizado por el Programa Thohoyandou para Empoderamiento de las Víctimas (TVEP), de entre 1,227 estudiantes femeninas víctimas de violencia sexual, el 8.6 por ciento fueron atacadas por sus maestros. El Departamento de Educación del Cabo Occidental ha concluido que “con mucha frecuencia los procedimientos disciplinarios no se completan y los educadores prefieren renunciar al momento de ser acusados”. Otro estudio halló que “el 26 por ciento de los estudiantes opinaba que una relación sexual forzada no necesariamente constituía una violación”. El Hospital Infantil de la Cruz Roja en Ciudad del Cabo informó a la Comisión que las formas más comunes de violencia por las que tuvieron que atender a estudiantes fueron: ataques con los puños, con cuchillos o con pangas; violaciones, abuso sexual, mordidas y lesiones relacionadas con armas de fuego.
Estoy extendiéndome al hablar de esto, Madiba, porque una de tus fundaciones busca salvar a los niños –y tu amor por los niños es algo celebrado. De hecho, ¿no es tu benévola sonrisa, vista en espectaculares alrededor del mundo, la que nos dice que hay que ser compasivos con los niños? ¿Cómo podemos revertir esta cultura de abuso?
De nuevo, en Johannesburgo:
La madre de un niño de dos años, quien fue hallado en Kagiso el viernes con los genitales mutilados, ha sido localizada […]
“La policía encontró a la madre del niño, Meisi Majola, de 26 años, quien reportó a su hijo como desaparecido a las 14 horas de ayer [jueves]”, dijo el detective Salomon Sibiya.
“Ella dijo que su hijo había desaparecido de su casa en Roodenport en West Rand.”
El niño, vestido con unos pants color marrón, una chamarra color gris y takkies [tenis], caminaba llorando en el asentamiento informal de Ebumnandini en Kagiso, cuando fue recogido por dos hombres.
Detuvieron su auto y se dieron cuenta que sus takkies y sus pants estaban cubiertos de sangre. Sibiya informó que el niño fue llevado a una estación de policía, donde se descubrió que había sido mutilado.
Como sabes, ser usado como muti habría sido el propósito: ingredientes humanos para una pócima en contra de las tribulaciones de la vida. “La policía no pudo determinar dónde vivía ya que estaba demasiado traumatizado para hablar. Ahora que su madre ha sido localizada, podremos realizar una investigación adecuada”, dijo Sibiya.
¿Sabes cuál es la peor pesadilla de los hombres jóvenes de clase media en Sudáfrica en estos momentos? Ser arrestados por rebasar el límite de velocidad o por manejar alcoholizados y ser encerrados en una celda con criminales de verdad –quienes por lo común están infectados de VIH– para ser liberados unos días después. Un joven sale a celebrar con sus amigos antes de su boda. En el camino de regreso es detenido por su modo de conducir. Las celdas de las cárceles son oscuras. Toda la noche será sodomizado. Sus gritos de angustia y dolor no provocarán reacción alguna en los policías. A la mañana siguiente uno de sus agresores se le acercará y le susurrará: “Después de anoche, ya eres uno de los nuestros.”
¿Hemos intentado de verdad darle otro significado a la palabra “hermandad”? ¿Cómo llegamos al punto en que se mutila a los muertos –el ojo derecho arrancado en la morgue para usarlo en conjuros que harán que la vista de los vivos sea más aguda–, y a los cadáveres se les desentierra para robar los féretros?
El caso más triste quizá sea el de los seis niños “de color” en el campo, de nueve a quince años, descalzos y flacos como mantis religiosas, muy juntos al aparecer ante el juez por haber lapidado a una de sus compañeras de juegos, una niña de once, durante una pelea aparentemente por una botella de vino barato. O, como decía otra versión de los hechos, por que creían que tenía sida. Cuando no se movía más, corrieron a buscar a un adulto. En el juzgado ponían un pie encima del otro, cuchicheaban y miraban alrededor con los ojos muy abiertos. (“Dame tu mirada. De ese modo, lo que está desunido, estará unido.” Edmond Jabès.)
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Durante mi reciente estancia fui invitado a participar en el festival literario anual “Time of the Writer”, organizado por el Centro para las Artes Creativas de la Universidad de KwaZulu-Natal en Durban. Me dio gusto estar de nuevo en el Teatro Elizabeth Sneddon, el cual recordaba de aquellos primeros eventos hace años, y fue un placer felicitar a Peter Rorvik, director del Centro, y a sus colegas por sus poderosos logros. En aquel brillante y tumultuoso periodo temprano de liberación, dos amigos del pasado lejano de luchas y exilio personificaban Durban –Mazisi Kunene, el profético poeta de épicas zulúes ahora ya entre los espíritus, mostrando los dientes sardónicamente, y Lewis Nkosi, el agudo y temerario novelista, presente esa noche cuando tenía que dar el discurso inaugural. Ambos habían intentado capturar la compleja realidad sudafricana en palabras; ambos habían intentado hallar las duras palabras que pudieran contener nuevos sueños de justicia. Juntos habíamos vaciado varias botellas en esfuerzos valientes pero fútiles para mitigar la angustia.
Creo que un lugar en que se realizan lecturas y discusiones con regularidad adquirirá eventualmente la pátina, el espíritu sagrado de la creatividad. A lo largo de los años la gente ha venido a explorar la escritura y a discutir los presupuestos en el fondo del oficio. Lo que los une es una pasión compartida por la exploración de las maneras en que estos conceptos afectan el entorno social en el que vivimos. Y lo que resulta es este espacio de muchas voces donde uno, si cierra los ojos, puede escuchar el susurro de los argumentos y el moldeado de la imaginación que afina el compromiso.
Nietzsche escribió: “Sólo a través del olvido puede el hombre alcanzar la ilusión de poseer una ‘verdad’ […] ¿Qué es, entonces, la verdad? Un ejército de metáforas, metonimias y antropomorfismos –en pocas palabras, la suma de relaciones humanas que han sido perfeccionadas, transpuestas y embellecidas poética y retóricamente, y que después de mucho uso parecen firmes, canónicas y obligatorias para la gente: las verdades son ilusiones acerca de las que uno ha olvidado que eso es lo que son.” Claro, las verdades “ilusorias” que propuse esa noche no eran originales; estaban informadas por la sabiduría de los ancestros y las experiencias de los contemporáneos como tú, quizá algo modificadas para acomodar mi enfado y mi dolor. Mi propia contribución, dije, al ver lo que sucede alrededor de nosotros puede ser pesimista, brutal, arbitraria y generalizadora. Es importante desde el inicio, entonces, dejar claro que también hay razones para celebrar. Con demasiada frecuencia olvido que la lucha por la dignidad es un proceso complejo e interminable. Aun ahora todavía hay manos diligentes escribiendo y voces bellas hablando en favor de la compasión y la honestidad y la claridad: estas también tienen que ser amplificadas y apoyadas.
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Madiba, serás recordado por ser curioso por naturaleza y compasivo con las vidas de las personas que entraron en contacto contigo y por la manera en que haces sentir cómodos a todos. Sé que habrías escuchado mi historia, no importa qué tan personal sea. Porque ¿no es cierto que los pronunciamientos más generalizadores y totalizadores tienen su origen en sucesos privados?
Nosotros, mi mujer y yo, habíamos estado en el país por un poco más de un mes y había sido una experiencia desconcertante. Habíamos pasado las semanas anteriores limpiando la casa en el Pequeño Karoo, donde vivimos por distintos periodos de tiempo en el pasado. Fue estrujante, ya que irnos de ahí era la confirmación de una experiencia fallida y un sueño incumplido –el “sueño” era probablemente mi inocente expectativa de que una nueva administración que se desprendiera del movimiento de liberación podría lograr por lo menos algunos de los objetivos por los que peleamos: justicia económica, una vida pública más ética… Y para mí también era al fin de la posibilidad de pertenecer –escribir y pintar en un estudio con vista a un riachuelo donde el viento mecía y agitaba los juncos, donde volaban pájaros amarillos y rojos, donde grandes tortugas de montaña frotaban sus caparazones contra las piedras blancas alrededor de la casa y al atardecer, por la ladera de la montaña, se acercaban babuinos, venados y conejos. ¡Ah, lo que daría por la naturalidad de llegar a tu edad bajo ese sol, tan blanco como un hueso, como una rama descolorida en el verano, deslumbrante como la nieve en las cumbres en el invierno! En el cementerio había bultos de tierra cubriendo los huesos de gente con nombres conocidos.
Limpiar esa casa fue perturbador porque tuve que revisar archivos y manuscritos y tirar tantos –y me topé, en notas y cartas y recortes de ensayos, con las referencias recurrentes a la bárbara criminalidad, la plaga de violaciones, robos y fraudes, el indecente enriquecimiento de unos cuantos, manipulación, reubicaciones como medidas para asegurar la impunidad, el puesto público como un ejercicio de saqueo, el colapso de los servicios esenciales, un profundo y continuo racismo y una falta de moral pública o de sentido común siquiera.
¿Por qué no vi este panorama con mayor claridad? ¿Me había inmunizado ante las realidades sociales y económicas del país? ¿Es que no podía distinguir esos patrones? ¿O habrá sido que mi entendimiento se nubló por el sueño, ese deseo de libertad?
Debo decirte estas cosas terribles, viejo y reverenciado líder: si un joven sudafricano me preguntara si debe quedarse o irse del país, mi amarga respuesta sería que se fuera.
Por lo menos durante el futuro cercano, si quieres vivir tu vida al máximo y con alguna satisfacción y utilidad –y si puedes soportar la pérdida, amputarte del país–, entonces vete…
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¿No debemos intentar ver el mundo en general y África en particular con la mayor claridad posible? Sabemos que “ver” también es un acto de imaginación y que –particularmente en el vacío actual, con su ausencia de horizontes de expectativas– necesitamos explorar y promover un espacio moral colectivo atravesado por la desfachatez de la creatividad y la duda que viene con la incertidumbre, para poder servirles a las generaciones más jóvenes. A través de la imaginación es que nos convertimos en parte de nuestro entorno.
Este es nuestro mundo. No sabemos más que la gente que vino antes de nosotros. Tú vienes de una línea ininterrumpida de ancestros unidos por los cantos de alabanza, ¿estás de acuerdo? ¿Cuáles serán las canciones que escuchas? ¿El canto de los guerreros al atacar la última colina? Cada generación vive en la plenitud de su propia comprensión, en la completud de sus propias sonrisas. Y nuestras mentes, como siempre, están delineadas por la oscuridad, excepto que ahora vivimos en un lugar infinitamente más peligroso. Pero al mismo tiempo nos has enseñado que no podemos entregarnos –por razones de corrección política o culpa tribal, o cinismo, o avaricia cualquiera– a la complacencia de saber y entender menos que aquellos que vinieron antes que nosotros.
¿Cuál es nuestro horizonte? Globalmente, uno en el que, detrás de los campos en llamas como cortinas de humo para la inseguridad mundial, está la pobreza –endémica, brutal, honda– y la avaricia de los predadores insaciables: los productores de armas y los ordeñadores de petróleo y los traficantes de personas. En el que, en el centro de nuestra nueva edad de bárbaros, por muchos gadgets de modernidad que nos rodeen, están los fundamentalistas exterminando a miles de inocentes como “daño colateral” por la desesperación que les provoca la causa de un dios celoso y cruel. En el que, en los corredores demagógicos de estados que se precian de ser democráticos y liberados, los cínicos continúan gobernando sin que haya límites para su lujuria de poder y ganancias. En el que, en las instituciones blanqueadas de nuestras sociedades supuestamente iluminadas, seguimos viendo la misma discriminación institucionalizada contra la mujer. Y sí, Madiba, en el que, en el corazón de este bosque de crueldad, todavía no sentimos compasión por los niños.
Lo que experimentamos en África puede no ser peor que en otras partes del mundo. Quizá nuestros problemas sean un poco más agudos e intratables. El nuevo presidente estadounidense quizá cierre la colonia penal en Guantánamo y reconozca y repare los crímenes de guerra cometidos en Iraq y Afganistán, aunque sea sólo para asegurar el acceso de Estados Unidos al petróleo; los líderes en China quizás algún día tendrán que empezar a preocuparse por las vidas de sus campesinos y sus trabajadores y tengan que dejar de contaminar y abaratar al mundo; incluso Israel quizá desista de exterminar a Palestina como una entidad y le devuelva lo que le ha quitado.
Quizá nuestros problemas tienen orígenes más profundos y obstinados. ¿Quién en África pondrá fin a la impunidad de los criminales que nos gobiernan? ¿Quién resolverá el genocidio en Darfur y las violaciones masivas de mujeres en el Congo? ¿Quién en África va a enfrentar las consecuencias de los más de 120,000 niños soldados? ¿Cómo lograremos encarar el hecho de que nuestros estados-nación son una ficción para beneficio de nuestros dictadores y sus clanes? ¿Quién recuperará el dinero que los políticos han robado? ¿Quién se hará responsable por solapar el gobierno y extender el amparo de la legitimidad internacional para un maniático como Robert Mugabe? ¿Y cómo detendremos este aparentemente irrevocable “avance” de Sudáfrica hacia volverse un Estado de un único partido totalitario?
¿Debería Omar Hassan al-Bashir ser indiciado por intento de genocidio en Darfur por el Tribunal Internacional de Justicia? ¡Claro! ¿Deberían Robert Mugabe y sus acólitos asesinos y sanguinarios ser indiciados por crímenes contra su propia población? ¡Claro! ¿Deberían Bush y Cheney y Rumsfeld y Rice y Wolfowitz también ser llevados ante un tribunal mundial y acusados de crímenes de guerra? ¡Sin duda! Bush debe tener un juicio tan justo como el que tuvo Saddam Hussein. (La única diferencia entre los dos es que el corrompido estadounidense tiene el coraje y el honor de un buscapleitos de bar.)
Más importante, viejo maestro: ¿tú, nosotros, alguna vez quisimos realmente instaurar una administración democrática en Sudáfrica, con todos sus límites y sus responsabilidades? ¿O era más bien un momento para ajustar añejas cuentas coloniales? Porque ¿cuánto tiempo podremos aguantar en el filo esquizofrénico de la navaja entre el discurso de igualdad y justicia y la práctica de la rapiña y el poder arbitrario? ¿Cuánto tiempo más podremos mantener este doble discurso con la gente y con el mundo en general? ¿Cómo puede ser que la vida humana individual no tenga valor? ¿Es algo tradicional esto? ¿Sabías que la “liberación nacional” está destruyendo, a fuerza de abusos y bajezas (como sucedió en Argelia, Angola, Guinea-Bissau), nuestro sueño de una modernidad africana alimentada por raíces y realidades africanas? ¿Por qué llamamos “revolución democrática nacional” al proceso a través del cual el Estado y sus instituciones –y por extensión, su cultura y su economía– se vuelven el forraje del partido y sus cuadros? ¿Fue concebible alguna vez que un gobierno de liberación nacional entregara el poder si recibía menos votos? ¿Durante cuánto tiempo más jugaremos el papel de “víctimas de la historia”? ¿Durante cuánto tiempo más nos humillaremos viviendo de lo que nos dan los demás países del mundo? ¿Cómo lidiar con la humillación y la vergüenza? ¿Durante cuánto tiempo más permitiremos que nuestras políticas y nuestras decisiones estén dictadas por el dolor paralizante de los siglos?
Sabes todo esto, aunque hables de un millón de puntos de luz para aniquilar la oscuridad de la que hablo. ¿Cómo puedo siquiera sugerir que no estás al tanto de lo que somos y cómo somos? ¿No señalarías el ejemplo de una vida, vivida con plena conciencia y responsabilidad y honor, como una solución irrefutable? Sí, pero ¿cómo puede la gente revertir la profunda apatía cultural?
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“Este es nuestro mundo. La ficción/imaginación es un develamiento de lo que no sabíamos que sabíamos.” Citaba esto, aquella noche en Durban, de un cómplice literario en otra vida y otro mundo, porque quería cavar el surco entre la fuente (algunos dirían el drenaje) de nuestra imaginación y la tierra de la realidad en que intentamos trabajar. Al hacerlo, dije, escribimos en y desde un subterráneo preexistente de imágenes, memorias, pensamientos, etcétera –“descubriendo” lo que aquel cómplice llamaba la “compartida Atlantis de la imaginación”.
Nunca sabré lo que sucede en tu mente, o lo que esa sonrisa como un escudo que intentamos traspasar nos debería decir. No tengo ni idea de cómo las experiencias que viviste cambiaron tus paisajes interiores. Quizá sólo te has concebido como el instrumento de un momento histórico particular. ¿Qué escuchas cuando todo está en silencio –los pies danzantes de los guerreros de tu tribu en las colinas verdes de Qunu, tan desfiguradas por la erosión? ¿Los vítores del mundo?
Quizá no sabemos más de lo que sabían aquellos que nos precedieron, pero es cierto que tenemos que trascender nuestras limitaciones, que debemos aferrarnos a la noción de utopía (llamémosla “un gobierno limpio y responsable” o “sentido común”) como justificación y motivación para mantenernos en movimiento y haciendo ruido. Porque la mente debe poder danzar, aun con la muerte, si queremos que no se abandone a la desesperación o al narcisismo. Para sobrevivir debemos asumir la responsabilidad de imaginar el mundo de modo distinto.
Esa noche en el teatro argüí que la imaginación permite acercarnos al “significado”. Contar historias es un sistema de conocimiento; un enjambre de palabras en la página suma “autoridad”; el acto mismo de narrar arrastra consigo la presuposición de verdad. Y estoy perfectamente consciente del hecho de que me coloco frente a ti como un escritor intentando imaginarte, o por lo menos intentando descifrar el significado de tu sonrisa. ¿No es la imaginación la expresión inicial de identificación y por ello de generosidad? La escritura como producción de conciencia textual es la metáfora que media entre la ficción y los hechos. Es en el movimiento del corazón y la mente, y en la conciencia de reubicación física y/o cultural, que nace la creatividad –como una secuencia de percepciones que provocan combinaciones nuevas del pasado y el presente, que proyectan figuras futuras y con eso permite dar forma al porvenir. Estamos programados para percibir intenciones en el mundo, y así estamos predispuestos para aprender por intervención. Somos al hacer. Nos desarrollamos a través de actos de transformación. Y estos viajes traen consigo implicaciones de responsabilidad. Al imitar formas de creatividad, aprendemos los significados; al actuar de modo ético, aprendemos acerca de las limitaciones y las prescripciones de la voluntad de ser: juntas constituyen la vía de la libertad.
El camino para llegar a la libertad es largo. (Y para citar a Edmond Jabès de nuevo: “La distancia es luz mientras tú consideres que no hay fronteras. Así, nosotros somos la distancia.”) He tratado de vaciarme ante el espejo. Sé que cada día me parezco más a mi padre. Cuando te veo a ti, me acuerdo de la insalvable distancia entre mi padre y yo, pero también me doy cuenta de cómo es que puedo vivir a mi padre ahora, desde mi interior. Y en ese sentido me acerco a ti. La edad puede traer consigo una sensación de cierre, una desnuda completud pero también una ciega furia contra la oscuridad. Seguramente no leerás esta “carta”; otros me echarán en cara el haber osado traerte a mi escritura.
Pero quisiera pensar (¡imaginar!) que estás de acuerdo conmigo cuando digo que debemos seguir adelante, que debemos abandonar el entorno reconfortante y autocomplaciente de lo “posible” para extendernos hacia el terreno de lo imposible y lo impensable (por ejemplo, el respeto a lo sagrado de la vida humana en un país como Sudáfrica, sin importar los agravios del pasado e incluso sin importar la brutalidad de la injusticia y de la pobreza). Y esta ética, esta neutralidad exigen que uno permita un cierto vacío para que sea ocupado por una imaginación mural –esto es, espacios para la promoción de la duda y de lo inesperado, especialmente para aquello que nosotros como escritores no esperábamos encontrar, pero siempre siendo compasivos con las debilidades y la dignidad de los demás.
En una entrevista que el novelista e intelectual Njabulo Ndebele dio a City Press, dijo: “La Sudáfrica del futuro coexistirá cómodamente con la incertidumbre porque la incertidumbre promete oportunidades, pero uno tiene que ser fuerte para ello, uno tiene que ser inteligente, uno tiene que contemplarlo para poder comprender su riqueza y creo que ese es el reto de ser sudafricano: alejarse de las caracterizaciones unidimensionales y definitivas de nosotros mismos… La capacidad del país para imaginar el futuro depende de que alimentemos la imaginación desde el inicio de la vida hasta el final. Hemos dejado de hacer eso. Necesitamos desarrollar la capacidad de sentirnos a gusto con la incertidumbre desde la imaginación y la inteligencia. Entre más admitamos nuestras vulnerabilidades, más confiable y confiado será el espacio público.”
Unos años atrás algunos escritores visitamos a Mahmoud Darwish, el poeta palestino que muriera en agosto, en el gueto de Cisjordania, y nos habló del papel de la poesía. Terminó diciendo: “Es verdad que toda la poesía desprovista de otra vida en otro tiempo está amenazada con disolverse en el presente. Es verdad que la poesía trae consigo su propio futuro y siempre renace. Pero es verdad también que ningún poeta puede, en algún otro lugar, posponer el aquí y el ahora. En nuestro tiempo de tormentas es una cuestión de existencia, es la energía vital de la poesía. Dar vida a las palabras, regresarlas al agua vital, sólo es posible si se recobra el sentido de la vida. Y toda búsqueda de sentido es una búsqueda de la esencia que se confunde con nuestras interrogaciones acerca de lo íntimo y lo universal, esa interrogación que hace a la poesía posible e indispensable, ese cuestionamiento que provoca que la búsqueda de sentido sea también una búsqueda de libertad.”
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Querido Madiba, me doy cuenta de lo injusto que es poner todo lo anterior a tus pies, como un ramillete de espinas. Mereces que una joven virgen mantenga tus piernas calientes, como el rey David en la Biblia –no que hayan sido golpeadas por alguien como yo. Desde aquella noche en el teatro en Durban, intenté asumir la perspectiva pesimista al decir que no venía ni a elogiar ni a enterrar al César, sino a preguntarle qué ha hecho con la confianza de la gente. Por “César” me refería al Congreso Nacional Africano o a la “liberación”, pero no a ti. ¿Pueden existir separados? ¿Es siquiera posible pensar que tú denuncies al Congreso Nacional Africano? ¿Puedes concebir que tu organización ha perdido el rumbo –o preferimos no ver su inherente estalinismo ni su avaricia por lo difícil de la lucha por liberarse? Es una pregunta dura; quizá sugiere que sólo nos queda hurgar entre las cenizas de nuestros viejos sueños.
Pero claro que creo que con líderes responsables y con la plena y reconocida participación de lo que llamábamos las “fuerzas vivas” de la población, este continente puede virar su curso, y Sudáfrica con él. Nuestros sueños pueden convertirse en realidad –y cuando digo esto tengo muy presentes los ejemplos de Steve Biko y Robert Sobukwe.
Sueño como quiero creer que también tú has soñado, y seguiré pugnando por un continente integrado, generoso, con justicia económica, creatividad y responsabilidades civiles y cívicas. Un continente que desarrolle su propia modernidad sustentable lejos de los modelos “universalistas” occidentales con su globalización que sirve sólo a los poderosos. Un continente que reconozca en la diversidad de culturas su principal riqueza. Un continente cuyos ciudadanos dejen de intimidarse y chantajearse entre ellos y al mundo con una subordinación políticamente correcta y el síndrome de “cúlpenos por la historia”. Un continente que entienda el sentido y la importancia del bien público. Un continente que deje de rogar y de robar y en el que la fusión totalitaria del Estado y el partido en el poder sea abolida, en que los dictadores dejen de matar a su gente y en que la ostentación se limite a las pasarelas de los desfiles de modas. Un continente en que los ancestros estén vivos, sin duda, para poder danzar con ellos –así como tú bailabas, aun en tu vejez, esperando atrapar la mirada de las mujeres. Un continente que jamás vuelva a aceptar que existan ciudadanos de segunda clase y que no sea el patio de juegos de las fobias occidentales ni de sus caridades autocelebratorias ni depósito de basura china. Un continente que respete y celebre la vida –la vida del planeta. Un continente que cultive y se alimente a sí mismo. Un continente que erradique el armamento y que no tenga razón para adquirir submarinos y en el que los criminales que trafiquen armas sean detenidos. Un continente que sea el guardián del pasado, de todos los pasados, y el custodio de nuestro futuro –y en el que sepamos que el futuro está con las mujeres. Un continente de profundo mestizaje y por ende de recíproco enriquecimiento. Un continente en que no se tolere el racismo –y que eso incluya el racismo y la humillación de la pobreza.
Quizás entonces yo también me adentre en una sabiduría más amplia –del tipo que alguna vez escuché o extraje de tus palabras. Recuerdo haber visto un eco distante reproducido en una gran fotografía de una escena en África, en el bar del Hôtel Nord-Pinus en Arles, al que fui para encontrarme con Mahmoud Darwish. Afuera, las calles tan blancas cegaban con sus capas de calor, casi como si estuvieran bajo el sol africano, pero adentro del bar el ambiente era fresco y oscuro. El pie de foto, que le daba la veracidad del movimiento nervioso, estaba escrito por el puño de Karen Blixen y salía de su libro Out of Africa. Hablaba de la fiereza y la gracia naturales en sus guías: “esa seguridad, ese arte al nadar lo tenían, pensé, porque habían preservado un conocimiento para nosotros perdido por nuestros primeros padres; entre los continentes, África te lo enseñará: que Dios y el diablo son uno mismo”.
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Sé que no se necesita justificar mi lesa majestad. No importa qué tan en desacuerdo estés con mis análisis, los habrías escuchado. Es más, creo que nosotros los escritores, los hacedores de palabras enraizados en la vida civil, no necesitamos ser los bufones del poder –ni siquiera los “blancos” entre nosotros que sufren por ser excluidos del mundo “negro”. De hecho, creo que debemos pensar en la libertad de la mente como un intento constante y consciente para des-pensar el orden y la autoridad. Pensar en contra de la hegemonía de cualquier tipo, incluyendo la de la liberación y la primitivista y la icónica –particularmente en contra de la insidiosa y moralina de la corrección política expresada como idolatría a nuestros líderes. Pensar en contra de los dictados, los valores y la propiedad de las sociedades de consumo. Pensar en contra de la pereza del narcisismo.
Debemos recordar que somos bastardos y olvidar que somos ciudadanos obedientes. Es más, recordar que nuestra lealtad absoluta está con la desobediencia ante el poder y nuestra identificación es con los pobres.
Con genuino respeto, y porque creo que esa sonrisa algunas veces fue una sonrisa irónica,
Tu hijo impuro,Mshana ~
Traducción de Pablo Duarte
© Diciembre 2008, Harper’s Magazine
(permiso de reproducción para Letras Libres)