Hace aรฑos, en la facultad de filosofรญa de Barcelona, repartieron unas postales en las que un toro pintado con trazos rudos perdรญa sangre y la sangre escribรญa en el piso: La tortura ni arte ni cultura. Pedรญan firmas para la aboliciรณn de las corridas en Espaรฑa. Y yo firmรฉ, comprรฉ un par de postales y luego las perdรญ. Aรฑos despuรฉs se lo contรฉ a conocido espaรฑol de la Ciudad de Mรฉxico, quien me asegurรณ que aquel diseรฑo era suyo. Y aunque nunca lleguรฉ a creerle, le preguntรฉ: ยฟY el slogan? Ah, eso sรญ no sรฉ, me dijo.
Y aunque no sepa quiรฉn sintetizรณ tanto en un slogan, sigo firmรกndolo. Sigo creyendo que la tortura no es ni arte ni cultura. Y he vuelto a firmarlo infinidad de veces y a escribir en contra de esta salvajada que cruelmente recibe el nombre de fiesta y que se enorgullece de defender unos valores histรณricos, folclรณricos e intrรญnsecamente humanos. He firmado en contra de las corridas y tambiรฉn del encuentro en el que tiran una cabra del campanario en una fiesta catalana, de los patos que sueltan en mi pueblo cuando comienza el verano para que los pesquemos a nado y los cocinemos al dรญa siguiente, y de la tradiciรณn en la que a un gallo le atan una cuerda del cuello que se sostiene desde dos extremos opuestos del rรญo y cuyo final es morir decapitado enfrente de miles de fanรกticos en el Paรญs Vasco. Todo esto es una locura. Racionalizada, quizรกs, pero locura en el sentido mรกs estricto de la palabra. Y la locura racionalizada es la mรกs temible de todas. De modo que insisto: la tortura, ni arte ni cultura.
La historia nos ha enseรฑado que la barbarie รบnicamente lleva a la barbarie. Y ya el filรณsofo Theodor W. Adorno nos advirtiรณ, despuรฉs de Auschwitz, que el ser humano deberรญa experimentar con el arte y no con la vida. Porque el รบnico argumento que justifica la crueldad, la matanza y la degradaciรณn de vidas ajenas es el que llamamos instinto animal. Y los animales no hacen eso โparecerรญa innecesario recordarlo. Sino que hay algo muy perverso en la civilizaciรณn que nos ha llevado a justificar a un animal que no somos y que nos permite defender lo que esencialmente nos repugna. No porque el ser humano sea esencialmente bueno. Sino porque es esencialmente miedoso. Y el miedo nos perturba a unos niveles tan รญntimos y tan incuestionables que todo lo que estรฉ justificado a partir de esa perversiรณn intrรญnseca, intelectualmente, suele ser indefendible โcreo, de nuevo, que deberรญa ser innecesario recordarlo. No importan las tradiciones ni la estรฉtica increรญble ni el coraje o la primitiva relaciรณn que supuestamente se celebra en las corridas โa las que soy incapaz de llamar fiestas. Frente al sufrimiento que deberรญa llevar a la moral y no a defender estos actos pรบblicos de vejaciรณn, nada de todo esto importa. Y tampoco creo que sea cierto que esta lucha encarnizada โy, por supuesto, desigualโ dignifique al toro. La finalidad del toro en el encuentro es morir entre la algarabรญa y el sรกdico regocijo de los espectadores. Ser descuartizado. Convertirse en ofrenda. La del torero, en cambio, es sobrevivir y ser admirado, expuesto, vitoreado. Nada mรกs patรฉtico. Nada mรกs increรญblemente cobarde y egoรญsta que combatir en un encuentro desigual para sentirnos fuertes. La historia, como decรญa antes, efectivamente nos lo ha enseรฑado. Y nosotros deberรญamos haberlo aprendido. Porque matar y ser aplaudido es una forma de dominaciรณn. No sรณlo de la vรญctima sino de los espectadores. Es una forma de jerarquizar la fuerza y la razรณn. Una forma de ordenar el mundo contra la que deberรญamos rebelarnos y una manera, reproducida hasta el cansancio, de definirnos como humanidad.
No consigo entender que los valores estรฉticos pasen por encima de tanta brutalidad. No consigo entender cรณmo espectadores cultos, sensibles e inteligentes pueden disfrutar el sรกdico espectaculo de la injusticia. Y no consigo entender hasta quรฉ punto hablan de lo ancestral para defender semejante crueldad basรกndose en algo esencialmente humano que como civilizaciรณn no hemos superado. Y no es que me sorprenda porque crea que la evoluciรณn de la especie deberรญa superar estas convicciones. Sino que me sorprende porque precisamente la evoluciรณn de la especie perfecciona la barbarie pero tambiรฉn gana en argumentos morales. Y ante esa dicotomรญa, no veo cรณmo podemos dudar. Dudar de nosotros como especie y de nosotros como individuo. Definitivamente: no deberรญamos hacernos esto. Esperar tan poco de nosotros mismos. Mimetizarnos hasta el cansancio, la aburriciรณn, la repeticiรณn automatizada de la angustia.
– Lolita Bosch