Larbaud confesiones de un joven amateur

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Valerie Larbaud (1881-1957) nace Vichy en el seno de una acaudalada familia propietaria de uno de los manantiales más importantes de la ciudad. Cuando contaba ocho años fallecerá su padre. Desde ese momento la figura severa y tutelar de la madre influirá determinantemente en su vida y carácter. Su infancia fue enfermiza, pero rodeada de confort, caprichos, lujo y atenciones. Tendrá una educación exquisita en colegios selectos para hijos de la alta burguesía. A su mayoría de edad (1902), la madre, alegando que su hijo dilapidaba sus bienes, logrará que un consejo jurídico administre la herencia paterna que le correspondía y controle sus gastos. Larbaud se dedicará entonces, pese a esa restricción económica, a viajar y vivir una existencia mundana: “Je suis allé partout où l’argent peut aller”, pondrá en boca de Barnabooth proyectando su propia opinión. En sus constantes viajes, según confiesa Larbaud, tenía siempre la sensación de no hallarse donde estaba. Fruto de ese deambular será Poèmes par un riche amateur ou oeuvres de M. Barnabooth, precedes d’une introduction biographique (Librairie Léon Vanier, 1908), donde el protagonista —especie de alter ego de Larbaud— da cuenta de sus vagabundeos y, al mismo tiempo, mediante un sutil sarcasmo, caricaturiza a su clase social. A ese respecto, Marcel Ray, quien había aconsejado a Larbaud durante la redacción de la obra, en la correspondencia entre ambos, definirá a Barnabooth como “el héroe epónimo del último siglo de nuestra cultura, el Juliano el Apóstata del capitalismo agonizante”.
     En 1913 volverá a editar Barnabooth en NRF, introduciendo varios cambios: muchos poemas están reelaborados y once de ellos suprimidos; matiza aspectos del cuento “El pobre camisero” (que también aparece en la primera versión), suprime las notas biográficas del protagonista supuestamente escritas por Tournier de Zamble e incluye un diario íntimo. En esta última elaboración Barnabooth también evoluciona: ya no es un joven amateur inhibido y desdeñoso, sino alguien más sensible y humano, más atento a los problemas de las gentes y las discusiones morales de su época. A la postre, como diría del personaje su amigo André Gide, transforma su cinismo en inocencia al apiadarse de sí mismo.
     Archivaldo Olson Barnabooth es un joven oriundo de Arequipa (territorio antaño de Perú que en la actualidad pertenece a Chile), educado en EE UU (país de su familia) y poseedor de una inmensa riqueza que gasta con prodigalidad (una forma de atenuar su mala conciencia por ser tan rico). En su periplo por Europa (Florencia, San Marino, Venecia, Trieste, Moscú, Serghievo, San Petersburgo, Copenhague y Londres), como si se tratase de un viaje iniciático, gana experiencia y forja su carácter. Al final, se casará en Londres con una de sus protegidas (dos hermanas huérfanas a las que había recogido de la calle y pagado su educación) y, tras entregar sus poesías y su diario íntimo a un editor de París, volverá a Sudamérica.
     En su diario íntimo, Barnabooth describe los entornos de sus tránsitos y expone sus desasosiegos, dudas y certezas. Los amigos que se cruzan en su peregrinar le permitirán, igualmente, confrontar o confirmar sus tesituras sobre Dios, las mujeres, las clases sociales, el amor, el deber ético o el honor. Estas elucubraciones invisten a Barnabooth, según apunta Bianciotti, como un místico laico y un cosmopolita del espíritu. Los personajes que acompañan a Barnabooth constituyen modelos ejemplares —una síntesis del ethos que quisiera encarnar Larbaud— de su clase y época: Putouarey o el mundano aristócrata que voluntariamente se deja timar —una manera de nivelar las desigualdades— por sus amante pertenecientes a las clases bajas; Stéphane o el príncipe ruso que conjuga deber, principios y acción; Claremoris o el artista puro y apasionado en las antípoda de lo económico. Al contrario, otro personaje llamado Cartuyvels representará al vicario que ejerce sobre el joven amateur (Barnabooth/Larbaud) la inflexible tutela materna.
     Las poesías que acompañan al diario íntimo de Barnabooth constan de dos partes: “Borborigmos” (26 poemas) y “Europa” (doce poemas). Los críticos literarios dijeron que en esas poesías resonaban ecos de Coppé, Vigny, Lautremont, Wordsworth, e incluso Ronsand. Qué duda cabe de que en esos poemas afloran la digestión de la amplia ingesta (lectura) poética de Larbaud. Sin embargo, éste dirá, con el afiligranado humor que le caracterizaba, que no intentaba crear una escuela borborigista, sino sintetizar lo más acendradamente posible a Laforgue, Rimbaud y Whitman. De hecho, el resto de su producción poética (que se incluye en la edición española publicada por Igitur al igual que los once poemas suprimidos en 1913) alcanza, tan sólo, otros once poemas. Titularlos como un acto fisiológico (al cabo ¿no surge toda palabra como exudación o eyección de la mente?) era una forma de poner en evidencia los sedicentes títulos que se arrogaban las tendencias poéticas proliferantes en esas fechas.
     La escritura de Larbaud fluye ágil, sin efectos formales rebuscados y evitando el síndrome de Mallarmé (depuración extrema del lenguaje) o la ebriedad retórica de muchos de sus contemporáneos. Prefería ajustarse a un realismo —empapado de sutil poética— de palabra precisa y con personajes bien aquilatados en su psicología, ensoñaciones, pasiones o nostalgias. Esa contención la siguió empleando en el resto de sus novelas (Fermina Márquez, De la tierna edad, Amantes, felices amantes) e, incluso, en sus ensayos (Ce Vice impuni, la lecture, Domaine anglais, Domaine français).
     A la muerte de su madre en 1932, Larbaud se retirará, junto con su compañera María-Angela Niebba, a la heredad familiar en Valbois. Allí proseguirá su porfía en la investigación literaria, reuniendo un selecto fondo bibliográfico especializado en literatura inglesa, italiana, española e hispanoamericana. Traducir a otros escritores (Butler, Whitman, Savage Landor, Joyce, Hofmannsthal, Eça de Quiroz, Oswald de Andrade, Gómez de la Serna…) era para Larbaud una especie de homenaje y continuación lógica de su pasión por la lectura. En 1935 sufrirá una embolia cerebral que le dejará parapléjico y le impedirá escribir el resto de su vida. En 1949 cederá sus archivos y su exquisita biblioteca al municipio de Vichy. Morirá en febrero de 1957. –

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