Las citas apócrifas y el deseo de creer

Muchas personas se empeñan en creer en las citas erróneas por una sencilla razón: es una forma de lograr que los escritores más prestigiosos digan cosas que nunca dijeron, pero que “suenan bien”.
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Hace unos meses abrió sus puertas en Buenos Aires el Café Cortázar. Ubicado en el barrio de Almagro y presentado como el “primer bar temático” dedicado al autor de Rayuela, el local ofrece una decoración profusa en fotos y textos del escritor, además de imágenes relacionadas con el jazz —una de sus grandes pasiones—, los lugares donde vivió y otras cuestiones vinculadas con su figura. El lugar está bien: es agradable, ameno; limpio y bien iluminado, diría Hemingway.

Sin embargo, uno de sus adornos incurre en un doble error bastante difícil de perdonar. Le atribuye a Cortázar la frase: “Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con las flores”. La versión correcta no dice “flores”, sino “cerezos”, pero esa equivocación es la menor. Lo más grave es que su autor no es Cortázar, sino Pablo Neruda (en el decimocuarto de sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada). Hace un par de meses, alguien me dijo que avisó de esta equivocación a los encargados del café, quienes pretextaron que el cartel con la frase había sido un regalo y que ya lo cambiarían. Cuando volví al bar, semanas después, la cita apócrifa todavía estaba allí.

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Esta atribución equivocada recuerda otros errores famosos. En enero de 2008, el mismo Neruda estuvo al otro lado del mostrador. El por entonces senador italiano Clemente Mastella recitó un pasaje del poema “Muere lentamente”, atribuyéndoselo al premio Nobel chileno. Lo hizo al tratar de explicar los motivos por los cuales se cambiaba de bando y, con su voto, provocaba la caída de Romano Prodi como primer ministro. La autoría del poema, en realidad, corresponde a la brasileña Martha Medeiros.

Más célebre fue la atribución falsa sufrida por Gabriel García Márquez allá por el año 2000. Un poema titulado “La marioneta” comenzó a circular por internet como la supuesta despedida del autor de Cien años de soledad tras enterarse de que tenía cáncer y que su muerte estaba próxima. “Lo que me puede matar es la vergüenza de que alguien crea que de verdad fui yo quien escribió una cosa tan cursi”, declaró Gabo en aquel momento. Pero cuando supo que el verdadero autor de ese poema era Johnny Welch, un cómico y ventrílocuo mexicano, fue a su casa a visitarlo. Y, según contó Welch después, García Márquez le reveló que esta historia fue la que lo decidió a sentarse a escribir sus memorias. De los tres tomos autobiográficos que el Nobel colombiano anunció, solo publicó el primero, Vivir para contarla, en 2002. Murió en 2014, sin dar a conocer ningún poema de despedida.

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Pero sin duda la más conocida —y la más extraña—de estas atribuciones apócrifas es la de Borges y el poema “Instantes”. En un artículo publicado en 2000, el catedrático Iván Almeida, especialista en la obra borgeana, describe pormenores del caso y de la investigación que llevó adelante y le permitió echar luz al respecto. Los resumo a continuación.

La atribución errónea nació en México. La revista Plural publicó “Instantes” en 1989, con la firma de Jorge Luis Borges, que había muerto tres años atrás. Por una cuestión temática y de estilo, el texto no podía ser de Borges. En 1990, Elena Poniatowska incluyó en su libro Todo México un largo capítulo dedicado a una entrevista con Borges, datada en 1976 y en la que ella dice haberle recitado al autor dos de sus poemas: “El remordimiento” e “Instantes”. Otro especialista, Rafael Olea Franco, encontró la versión original de la entrevista de Poniatowska, publicada en el periódico Novedades en 1973. Es decir, no solo antes de cuando ella dijo haberla hecho, sino antes de la primera publicación de “El remordimiento” (1975). Podemos pensar que Poniatowska quiso embellecer el recuerdo de su encuentro con el escritor, pero cometió un par de inexactitudes.

Según María Kodama, la verdadera autora de “Instantes” era “una desconocida poetisa norteamericana llamada Nadine Stair”. El trabajo detectivesco de Almeida descubrió el original en una pequeña revista de Louisville, Kentucky. El de otra investigadora, una periodista especializada en búsqueda de personas y familias perdidas, añadió que el nombre correcto de la escritora era Nadine Strain, quien vivió entre 1892 y 1988.

Pero había más. Ya en octubre de 1953, la revista Reader’s Digest había incluido una versión anterior de “Instantes”, firmada por un caricaturista también estadounidense llamado Don Herold. Esta primera versión conocida, sin embargo, estaba cargada de escepticismo y humor negro. Su carácter irónico se fue perdiendo con las sucesivas reencarnaciones, hasta convertirse en frases de póster, versos de autoayuda tan cursis como aquellos que podían hacer “morir de la vergüenza” a García Márquez.

Lo cierto es que ni siquiera sabemos si fue Herold el primero de la serie. Quizás “Instantes” (o If I Had My Life to Live Over, algo así como “Si tuviera vida para seguir viviendo”, tal como se titularon las versiones de Hardold y de Strain) existía ya desde antes, y la versión de 1953 no fue más que otro eslabón en la cadena.

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El Borges Center es la institución más importante del mundo en estudios sobre la obra del escritor argentino. Actualmente funciona bajo la órbita de la Universidad de Pittsburg, en Estados Unidos, pero nació como un departamento en la Universidad de Aarhus, Dinamarca. Iván Almeida fue uno de sus fundadores. En su artículo, cuenta que las consultas que con mayor frecuencia reciben en ese organismo están relacionadas con la autoría de “Instantes”. Los especialistas responden que el texto no es de Borges. En la mitad de los casos, los corresponsales se ofuscan: “Gracias, pero sí es de Borges. Saludos”.

¿Por qué —se pregunta Almeida—esa necesidad colectiva de imponer un Borges apócrifo y de defenderlo tan belicosamente? Propone una respuesta: ese es el Borges que mucha gente quiere. Es sabido que leer a Borges (igual que al resto de los clásicos) está muy bien visto socialmente pero que casi nadie lo hace: es difícil, es aburrido… Sería genial, dicta este razonamiento, obtener ese reconocimiento social por leer poemas como “Instantes”. ¿O no? “Queremos que siga siendo Borges —dice Almeida—, pero que reniegue de sus opciones y que, en vez de sus crípticos poemas, venga a decirnos lo que nosotros desearíamos oír y que sólo osan decirnos las revistas [de autoayuda], que despreciamos. El mundo perfecto sería un libro de Rigoberta Menchú firmado por Wittgenstein, la Imitación de Cristo firmada por Joyce, la canción We Are The World firmada por Mallarmé. Queremos poder decir que el poema que más amamos es de aquel Borges del que quisieron apropiarse los intelectuales”.

Supongo que tiene razón. Y que a Clemente Mastella, aquel senador italiano que se cambió de bando en el momento justo, le habría encantado que el autor de “Muere lentamente” fuese Neruda y no la brasileña Medeiros. Y que a la gente del Café Cortázar nada le gustaría más que enterarse de que era el bueno de Julio el que quería hacer con alguien lo que la primavera hacía con las flores. Es que es ese cartel fue un regalo, y además es tan lindo… Una lástima que la realidad no siempre se ajuste a nuestros deseos o a nuestra conveniencia.

 

 

 

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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