Dos viñetas de un cándido

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I

Bajo el cielo tenebroso

el rehilete se abre en el jardín.

La fiesta del gorrión que danza, canta

–se vuelve flor su trino,

fruto su aleteo–,

se baña bajo el líquido haz de chispas.

Pura felicidad en el pequeño prado,

el agua limpia –hubiera dicho el santo–,

es la sonrisa de Dios.

II

Buenos días, mundo.

Me alegra verte afuera al despertar.

Celebro que no hayas

–la ocasión la pintan calva–

aprovechado el manto de la noche maldita

para irte por siempre al inframundo.

También me reconforta

que aún te habiten pájaros cantores,

meistersinger del bosque en el jardín;

que el sol severo nos escalde aún

y nos torture el rudo ozono

–como todos los días.

Soñé que te habías ido,

conmigo hacia el infierno

y que se habían quedado aquí

sin mundo todas las demás criaturas:

piedras, grajos, insectos o personas.

Te veo tan grande y bello,

que me río de los siniestros solipsistas

de antaño.

No has de esfumarte cuando yo me extinga.

Canto tu salud de hierro,

tu verde corazón y tu estructura

de granito.

Buenos días, querido, hermoso mundo.

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