Las ganas de pensar

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La revista barcelonesa Lateral acaba de cumplir cien números, pero su fundador y director, Mihály Dés, no parece recién salido de una fiesta de cumpleaños. Se muestra reacio a comentar sus logros, parece eludir toda satisfacción. Lo que podría haber sido una oda es una breve introducción al pesimismo cultural.
 
¿Cuál es tu balance de los cien números de Lateral?
Por un lado, creo que sacar a la calle cien números demuestra que la propuesta de Lateral es sólida. Pero los problemas económicos que vive son tantos que apenas tengo un momento para pensar en eso. Dedico la mayor parte de mi tiempo a unas tareas para las que no sirvo, tengo demasiadas preocupaciones financieras y no me parece que éste sea el mejor modo de sacar adelante una empresa como la nuestra.
 
¿Crees que estas dificultades son consecuencia del clima cultural español?
Visité España por primera vez en 1978. Desde entonces, este país ha cambiado muchísimo, casi siempre para bien. El único ámbito en que España sigue siendo la misma que en esos años de transición es el cultural. Tengo la sensación de que muchos intelectuales han hecho cuanto han podido para que la cultura se detuviera en un momento determinado y permaneciera anclada en el pasado, porque el pasado es el único referente que tienen, el único lugar en el que pueden reconocerse después de tantos cambios. No me sorprende que la cultura haya sido la excusa que muchos han puesto sobre la mesa para argumentar su defensa de eso que erróneamente llaman identidad o antiglobalización. La cultura, la cultura de la queja, es lo único que les queda a algunos como Vázquez Montalbán o Saramago.

Ante este panorama, ¿cuál es la función de una revista cultural? ¿El resistencialismo?
En absoluto. Sobre todo porque nadie se iba a dar cuenta de nuestra resistencia al sistema y los antisistema. Vivimos en la nada cultural, la cultura ha perdido todo papel relevante en la sociedad. Me siento identificado con algo que me contaba un economista de la Europa del Este. Según él, los investigadores, empresarios y trabajadores de los países de la Europa oriental tenían la sensación de que lo único que iban a conseguir trabajando con rigor, en busca de la perfección, era que el fracaso fuera más riguroso, más perfecto. Desde un punto de vista cultural, en España sucede un poco lo mismo.
 
¿Quieres decir que, culturalmente, España es una especie de república báltica?
Es posible. Permíteme un ejemplo: Lateral no está en ninguna biblioteca de la Diputación de Barcelona, no está en la Biblioteca Nacional de Cataluña, ninguna institución catalana se ha publicitado jamás en nuestras páginas. El Ministerio apenas compra unas cuantas suscripciones, y en lugar de apoyar proyectos modestos subvenciona revistas del grupo Prisa, que publican a los que le atacan. Por no hablar de los cincuenta y dos mil millones de pesetas que se gastarán en el Fórum 2004 para traer a un puñado de premios Nóbel que nos contarán que prefieren la paz a la guerra, la belleza a la fealdad, la justicia a la injusticia. Es completamente absurdo.

Entonces, ¿qué hacer? ¿La eutanasia?
No me atrevo a creer en la funcionalidad del arte ni de la cultura. Tal vez haya quien tenga una visión más placentera de la vida, pero para quien nace con mi curiosidad y mi espíritu crítico, pensar que se puede cambiar el mundo es una estupidez. Lo único que se puede pretender es comprenderlo. Y yo apuesto por comprenderlo desde un punto de vista crítico, pero muy distinto al de esosintelectuales que gozan de muchísimo prestigio y ganan una barbaridad de dinero precisamente porque critican el sistema del que se benefician. Han oficializado la queja, y ha resultado que es mejor y más rentable criticar al sistema que ser crítico con los que critican al sistema. Y para muestra la reciente guerra de Irak: en España no ha habido un solo Enzensberger, un solo Glucksmann o un solo Alain Touraine que apoyara la guerra. Yo rompí la unanimidad de la intelligentsia del país y publiqué en Lateral un artículo contra el pacifismo. Me temo que ni Lateral ni yo nunca vamos a tener el reconocimiento ni el prestigio de los antisistema españoles.

Así pues, lo más que pueden hacer aquellos que no se sienten integrados en el sistema pero no quieren adoptar la posición de crítico oficial es hacerlo lo mejor posible pero no esperar repercusión ni impacto.
Los números no importan. Estadísticamente no podemos ganar en esta era de la cantidad, pero da igual, porque hay otras compensaciones: con Lateral se ha creado una pequeña cofradía de gente curiosa, no integrada, escéptica. De modo que sí existen reconocimientos inesperados y mucho más apreciables que los que reciben las estrellas mediáticas. Te pondré un ejemplo. Hace unos meses publiqué un artículo sobre el premio Nobel Imre Kertész en Babelia. Todo el mundo me llamó para decirme que le había encantado. Pero esas mismas personas nunca me felicitan por lo que escribo en Lateral. Conclusión: el éxito de ese artículo se debió únicamente al continente en que fue publicado, porque su contenido era el mismo que vengo publicando cada mes en mi revista. ¿Hasta qué punto puedo valorar este pequeño triunfo personal? Lo único que puedo sacar en claro es que si, a pesar de lo anónimo que es Lateral, alguien lo lee, alguien lo aprecia, puedo estar seguro de que lo hace por el contenido, no por el continente.
 
¿Cuáles son tus conclusiones y tus perspectivas?
Después de viajar, de asistir a congresos y de hablar con amigos extranjeros tengo la sensación de que Lateral, con su proyecto, habría tenido en otro país europeo menos problemas económicos y habría gozado de más predicamento que aquí. Lo que tengo claro es que no voy a seguir así. No quiero dedicar tanto tiempo a la gestión, tengo ganas de pensar y de escribir. ~

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(Barcelona, 1977) es ensayista y columnista en El Confidencial. En 2018 publicó 1968. El nacimiento de un mundo nuevo (Debate).


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