Un amigo me regala la versión francesa de la revista Rolling Stone correspondiente al mes de mayo. El numéro collector, que se titula Les Revolutions y evoca sentidamente el movimiento de 1968 en Francia, incluye entrevistas con Dylan, Scorsese, Jagger, McCartney, Tom Wolfe (cuya espectacular novela I Am Charlotte Simmons acabo de leer) y el actor Jack Nicholson (la idea francesa de les revolutions es obviamente elástica). Al final trae una lista de lo que consideran lo más relevante de ese año estrepitoso en materia de cinematografía:
El bueno, el malo y el feo, de Sergio Leone. De acuerdo. Contiene una de las pocas frases cinematográficas que he incorporado a mi vida diaria: el sudoroso mexicano “Tuco” (Eli Wallach) toma un baño de tina. Llega un matón, lo encañona y comienza a insultarlo. El disparo de “Tuco” sale por debajo de la espuma: un matón menos. “Tuco” vuelve a su baño y masculla: If you’re gonna shoot, shoot; don’t talk. Turi ru ri ruuuuu…
2001, la odisea del espacio, de Stanley Kubrick. Bueno, claro. La vi cuatro veces en el cine “María Teresa Montoya” de Monterrey con mi amigo Felipe Díaz Garza quien tenía la teoría de que el verdadero cinéfilo se sienta lo más cerca posible de la pantalla. Estábamos ahí, rodeados de regiojipitoides que hacían ¡Uf! respetuosamente cada vez que no entendían algo. El envío al espacio que hace un chango del fémur de un pariente, que se convierte luego en nave espacial, es el punto y aparte más ¡Uf! de la historia del cine. La película (antaño) futurista y (hogaño) retro, me hizo fan de la música vienesa del XIX. La volví a ver hace poco y aprecié los largos, deliciosos silencios en el espacio sideral, como debe ser. Pero… ¿no es exagerado llamarla una obra de poésie métaphysique?
The Thomas Crown Affair, de Norman Jewison. De acuerdo: era espléndida. Jewison, un genio discreto, dirigió muchos años más tarde Moonstruck, que me gusta mucho.
Les Biches, de Claude Chabrol. Nunca la vi. Tampoco otras francesas que aparecen en la lista: Baisers volés y La mariée était en noir, ambas de Truffaut. El cine francés –como dice el clásico- me produce una emoción similar a la de ver secarse la pintura en las paredes. La excepción es Marcel Carné, cuya Hotel du Nord (ahora se cena muy bien ahí, frente al canal Saint Martin) me gusta, y cuya Les enfants du paradis puede ser la única película que he visto que me parece realmente literaria.
Bullit, de Peter Yates. Automóviles persiguiéndose, qué pereza. (Sólo los tolero si dentro de uno de ellos está Gene Hackman.)
The Night of the Living Dead, de George A. Romero. Nunca la vi. Dice la revista que contiene una escena inolvidable: un niño devora a sus padres. Nunca la veré.
Rosemary’s Baby, de Roman Polanski. Las películas de diablitos me parecen lamentables en lo general y en lo particular, sobre todo si hay menor de edad involucrado. Salía la señorita esta, Farrow, que era bastante mediocre actriz, a fe mía (bueno, era graciosa como la ingenua en Red Rose of Cairo).
Faces, de John Casavettes. No la vi. Las películas cuyo título tiene una sola palabra me generan desconfianza instantánea. La descripción incluye esa denominación que me impele a buscar refugio inmediato: nouvelle vague.
Barbarella, de Roger Vadim. Era divertida, o qué. Salían varios muslos. La síntesis entre la neumática Jane Fonda –que en esos años no hablaba mucho- y el plástico resultaba fascinante. En ese mundo alucinado por un malvavisco en brama había una máquina que se llamaba, si no recuerdo mal, el orgasmomátic, o algo así. Era como la promesa de Allah a los “mártires”, pero de pilas.
Un león en invierno, de Anthony Harvey. Me gustó mucho, y Katherine Hepburn y Peter O’Toole eran magníficos como Ricardo y Eleanor de Aquitania. Bueno, no sé qué pasaría de volverla a ver. Además para mí, que hice el kinder con Cecil B. De Mille, en una película seria nadie usa corbata.
El planeta de los simios, de Frank Schaffner. Y vaya que era chafner… Era la típica película boba que funcionaba como introducción a la teoría de la relatividad para dummies. Le creció alrededor una iglesia de bobos que leían ahí catecismos tarados. Lo único malo de esa película es que Charlton Heston haya logrado escapar con vida.
Police sur la ville, de Don Siegel. No sé qué es ni cómo se habrá llamado en inglés. Menos aún en español (“Locuras de un policía”, seguro). Salen Richard Widmarck y Henry Fonda, que era papá de Barbarella.
The Fearless Vampire Killers, de Polanski. Claro, era de lo más simpática y además salía Sharon Tate, hermosa como una cascada. Ya murió. Esta la ponen en último lugar, pero creo que es la única que me interesaría volver a ver. Una película previa de este cuate, que se llamaba Cul-de-sac, era aún más divertida. Salían Donald Pleasance y Lionel Stander, legendario actor de reparto. Es una de las películas que me llevaría a una isla.
Lo que me parece deplorable es que Rolling Stone: Les Revolutions no haya incluido Night of the Bloody Apes, película de René Cardona filmada en 1968. Fascinante alegoría del (antaño) antiguo régimen, la película demuestra de pasada que los mexicanos fuimos los inventores del transplante de corazón, los primeros que hicimos clonaciones -incluso cuando ni siquiera se llamaban clonaciones— y los primeros en habitar el planeta de los simios. Salen José Elías Moreno y Tere Velázquez, o similares.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.