Los poetas vivimos dentro de un sueño. A veces pesado; a veces pesadilla. Vivimos en una isla mental que se mueve como un objeto no identificado -Que valga la rima). En esta ocasión hablaré de mi fortuna con La Maraka.
Hace 22 años (el Arcano Cero), Roberto Vallarino me encomendó entrevistar a Javier Bátiz. Tenía invitación para su concierto en La Maraka (entonces el lugar se llamaba El Margo). Al día siguiente nos vimos en su casa, para realizar legalmente la entrevista. Me contó de su relación con Carlos Santana, de cuando eran niños -doce, catorce añitos- y se fueron a tocar a Tijuana (un saludo a Julieta Venegas), y me prestó unas fotos de su visita a la casa de su broderlinecharlie en las que aparecía su colección de guitarras. Santana le ofreció la que quisiera. De cien.
Casi veinte años después regresé al mismo lugar. Penaba entre la frontera del amor y el desquicio callejero. Señalado como un penitente del Local Intelectual, el toque de Ocho Venado-Garra de Tigre, sobreviviendo en una azotea asolada por la soledad, mirando un ovni que venía a visitarme todas las noches: brindando, como los poetas chinos, con mi sombra. En formación de Flor de Loto.
Entonces empecé a dar de vueltas alrededor de La Maraka. Después de sentarme en el frío y mirar con mis ojos profundos la fiesta increíble, el Gerente Alejandro, de frack-freak me ofreció trabajó. Fue entonces cuando recordé mi tour chilango. Era mágico volver al mismo sitio. Era realmente sincero mi trabajo como franelero de un estacionamiento de artistas. Al menos, entre mi suspenso en el infierno, era algo REAL.
Entre otras cosas era el niño consentido de Margarita, La Diosa de la Cumbia. No tenía sueldo, sino propinas. Poseía amistad y me cobijó el deber. Vivía de a grapas.
… to be continued
– Samuel Noyola