Le périphérique y yo

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Una vez llegamos a Puebla. Cuando reconocimos estar inexorablemente perdidos optamos por esa forma del masoquismo que consiste en pedir ayuda a un lugareño amable. “Mire —vino la respuesta—, su hotel está en la Calle Ocho, ustedes se encuentran en la Calle Dos y todas las calles poblanas son paralelas. Considerando que la ciudad se halla cruzada en el sentido de los puntos cardinales por dos ejes imaginarios que la dividen en cuatro, y las calles con número par corren de norte a sur y de oriente a poniente las de número non, deduzca usted mismo su ruta.” Ante nuestro pasmo, el señor remató con altivez: “Puebla es una ciudad cartesiana.”
     ¿Cómo reaccionaría ese señor infatuado al enterarse que en París las calles no son paralelas ni al río Sena y no se llaman Rue Numéro Huit sino, por ejemplo, Rue des Pelotes qui Grincent? Pero una de las “ideas recibidas” más arraigadas en la mentalidad hispánica, de suyo propensa al caos, es la de que todo lo que los franceses hacen emana de un laborioso racionalismo. No creo que esto sea exacto, desde luego. ¿Cómo se puede ser racionalista y comer ranas? Pero eso es materia de otra discusión.
     Por lo pronto, creo que ser oriundo de una cultura caótica que nos educa sobre todo para lo contradictorio y lo imprevisible, genera algunos problemas a la hora de vivir en una supuestamente cartesiana. En mi caso, nada ilustra mejor ese conflicto que mi comercio con la vía rápida local que se llama le périphérique. Veamos por qué. Para empezar, en París se llama le périphérique y en México se llama el anillo periférico. Ya desde ahí estamos en un lío. A nadie en México pareció preocuparle mucho ese nombre redundante, tan audaz como “circunferencia redonda”. Tampoco llamó a escándalo que el anillo no sólo no sea anular, y ni siquiera redondeado, sino en forma de agujeta tirada en el suelo. El de París sí es anular, pero no se llama anillo porque el cartesianismo chillaría que si algo es periférico, por el puro hecho de serlo, ya tiene forma de anillo. En México, en cambio, se llama anillo para que quede claro que no es anular. Y por no ser anillo, obviamente tampoco es periférico. Es más, ni siquiera es peri (del griego: alrededor) y, ya entrados en gastos, la ciudad de México tampoco tiene forma de sphera (del griego: redondo) sino de esperanza, que es como amorfita. Sólo los mexicanos le ponemos tres nombres a la misma cosa y no le atinamos ni a una.
     Que le périphérique sí rodee París complica las cosas. En México, las opciones para elegir el sentido al entrar a él son: el periférico norte y el periférico sur, y ya. Le périphérique en cambio, por sí ser anillo, no tiene norte ni sur ni este ni oeste. Así pues, a la hora de entrar a él en la dirección adecuada hay que escoger entre el périphérique intérieur (que va en el sentido de las manecillas del reloj) y el extérieur (que va en el sentido opuesto). Por ser anular, se puede ir de un punto a a un punto b, sobre el mismo périphérique por cualquiera de los dos sentidos, el interior o el exterior, con la seguridad absoluta de llegar. Y de que llega uno, llega, como dicen aquí, á œuf, pero por el sentido exterior puede tomarnos tres horas y por el interior tres minutos. Esto demuestra por qué es mejor un anillo longitudinal que uno redondo, como en México: no será cartesiano, pero sí más lógico. Y ahora que le van a agregar otro piso, será dos veces más lógico aún.
     Cuando tengo que ingresar a le périphérique, a la hora de tomar la decisión entre intérieur y extérieur, se libra en mi mente una lucha a muerte entre mi cerebelo mexicano maleducado, y el orden cartesiano al que vanamente aspiro. Primero debo imaginarme el mapa de París; luego ubicarme en él y decir “¡punto a!”; luego pensar dónde está mi casa y decir “¡punto b!”; luego me concentro mucho y hago con el dedo un movimiento en el sentido de las manecillas y digo en voz alta ¡intérieur!; luego lo mismo en el otro sentido (¡extérieur!); luego deduzco si me conviene la dirección ¡intérieur! o bien la ¡extérieur! y, por último, olvido todo y me meto donde sea o me sigo de largo con tal de que los franceses que me están esperando dejen de insultarme. (La razón por la que todo el razonamiento se enfatiza con signos de admiración obedece a que es muy emocionante.) Una vez adentro, descubro que me tomará tres horas llegar a un sitio que está (estaba) a dos kilómetros de distancia, y reconozco, une fois de plus, que ni soy cartesiano ni lo seré jamás.
     Aparte de las diferencias ya señaladas, le périphérique y el anillo periférico son idénticos. Las dos tienen en común ser “vías rápidas” sólo en el sentido irónico de la expresión. Que los baches en París sean cartesianos —equidistantes de los bordes de protección, paralelos a las llantas del auto y con una profundidad relativa a la histeria del chofer— y en México sean baches sólo a lo bestia, en realidad carece de importancia. Que los motociclistas franceses que rugen virilmente al recorrerlo sean hijos de puta cartesianos, y los mexicanos sean hijos de puta empíricos, también. ~

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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