Cuando insisto por tercera vez en que me hagan pasar a la sala de visitas me irrita mi propio tono de voz. No sรฉ si es mรกs grave o mรกs agudo, pero no es la voz de cada dรญa. Es una voz distinta, polucionada por la rabia.
La enfermera repite, tambiรฉn por tercera vez, que los pacientes del pabellรณn C pueden recibir una รบnica visita por semana hasta que el jefe de piso apruebe una socializaciรณn mรกs intensa. De acuerdo con todo, pero nadie mรกs visita a Saulo, de modo que su emocionante cuota de socializaciรณn semanal estรก intacta, respondo con ironรญa. La enfermera revisa su cuaderno de archivos y mueve la cabeza con una sonrisita exasperada.
Por favor…
Sรฉ lo importante que es para Saulo que yo llegue puntual. Esperarme le causa dolor. Hace un par de meses lleguรฉ media hora tarde porque habรญan cerrado el puente y yo me habรญa quedado varada del lado satelital; cuando por fin pude atravesar esa zona de la ciudad, suspendida como una dimensiรณn falsa sobre la tierra verdadera, el mรฉdico a cargo me dijo por telรฉfono que manejara con calma, Saulo habรญa sufrido una crisis y habรญan tenido que inyectarlo para quitarle de entre los dientes un trozo de oreja del enfermero. Pasรณ tres dรญas en aislamiento. Por mi culpa.
No es tu culpa, dice Tony, ya sin mucha convicciรณn. Me he encargado de demostrarle con un detallado รกrbol genealรณgico que yo tambiรฉn soy portadora de esa amenaza, en mi รบtero puedo perfectamente gestar monstruos, de modo que deberรญamos dejar de pensar en plural. No quiero hijos.
รl es tu hermano, no tu hijo, insiste Tony. Esas frases averiadas de tanto uso y demasiado sentido comรบn me provocan nรกuseas. Tu hermano, no tu hijo. ¿A quiรฉn se le ocurre que hay mรกs deber con un hijo que con un hermano? Somos dos lรญneas paralelas o, mejor dicho, รฉramos dos lรญneas paralelas hasta que un vector se rompiรณ, se hizo trizas contra una rodilla invisible, se astillรณ como un hueso crรญstico, se jodiรณ. Tony no tiene la mรกs puta idea de cuรกnto cuesta recoger todas esas astillitas y pegarlas con saliva, componer un esqueleto amoroso para que sostenga esto que llamamos vida.
Saulo ya estรก sentado cuando por fin me hacen pasar a la sala. Ha elegido una silla sin almohadรณn y tiene la espalda rรญgida pegada al espaldar. La enfermera me explica que han incrementado un poco la dosis, “una cosa de nada”, porque mi hermano ha subido de peso –efecto secundario de los antidepresivos sin combinaciรณn con litio– y ese cambio exige un ajuste. “Manejamos hilos invisibles”, sonrรญe para sรญ misma la enfermera, inconsciente de la jerga poรฉtica de la que seguramente se ha contagiado a lo largo de aรฑos de trabajo en esta especie de Poltergeist.
Hola, Sau, ¿cรณmo estuvo la semana?, le hablo, con esta voz que involuntariamente se hace dulce, como si le hablara a un niรฑo o a un bebรฉ. Sรฉ tambiรฉn que esta condescendencia lo lastima e intento corregirla de inmediato. Lo beso en la frente y le tomo las manos frรญas, quietas, como las de un muerto, aunque su mirada, pese a la medicaciรณn, tiene ese fuego atribulado que a mรญ me parece bueno. Su psiquiatra dirรก lo que sea, pero es ese el fuego que lo mantiene aquรญ.
Le froto un poco los dedos. Saulo no hace el intento de responder a esta intervenciรณn fรญsica, pero tampoco se repliega ni se incomoda. Me gustarรญa que relajara los hombros.
Tardaste, dice. Se precisa puntualidad, dice lentamente. La saliva se le va acumulando en las comisuras de la boca. Pero en Poltergeist estรก todo bajo control y hay cajitas con paรฑuelos desechables por todas partes. Un jardรญn de paรฑuelos desechables, flores silvestres blancas que hasta hace unos momentos no existรญan, como un millรณn de cosas. Cosas que perviven en estado fantasmal hasta que la necesidad o el quiebre las toca como con las yemas de los dedos del rey Midas y cobran una realidad concreta, irrefutable.
Hace aรฑos luz que lleguรฉ, pero la enfermera dijo que estaba o limpiando o algo y me hizo esperar. Me morรญa por verte.
Se precisa puntualidad, dice Saulo. Y es eso y no la forma distinta en que se le han asentado los mรบsculos de la cara sobre los pรณmulos, sobre su amado esqueleto (no sรฉ por quรฉ siempre pienso en su esqueleto), lo que me atenaza el pecho con una angustia de siglos siempre capaz de actualizarse. Saulo habla con modos impersonales, separรกndose de los objetos, de los signos, de los afectos. Separรกndose de mรญ y, al mismo tiempo, llamรกndome a gritos desde ese despeรฑadero en que se ha convertido su espรญritu.
No se vuelve a repetir, prometo.
Nos quedamos en silencio un largo rato, yo frotรกndole los dedos donde la sangre, al parecer, se mantiene indiferente a mi entrega. Quizรกs Saulo tenga razรณn y haya comenzado amorirse por los dedos, como insistiรณ aquella primera vez del horror en que creรญamos que todo era un efecto perverso aunque pasajero de la cocaรญna. Luego aprendimos el lenguaje insolente y botรกnico de los doctores y supimos que se trataba de un “brote”. Saulo es eso, un รกrbol muy viejo de raรญces profundas que experimenta estacionalmente brotes. Brotes discretos en otoรฑo, brotes de rosas negras hambrientas en invierno, brotes crueles, con alguno que otro graznido de engaรฑosa alegrรญa, en primavera. Y tambiรฉn brotes de acnรฉ.
Voy hasta la mesa central donde nunca faltan una jarra de plรกstico con agua y una bandeja con frutas y galletas. Sirvo dos vasos de agua. Quiero que beba un poco. Deberรญa haber algunos sorbetes para los enfermos que apenas pueden contener la salivaciรณn.
Anoche volvieron, dice Saulo con una voz varonil, honda, sana. Si yo no lo conociera, si no fuera mi hermano y solo pudiera ver su espalda como en este momento, ignorante de los mรบsculos flรกcidos que le arrojan dรฉcadas sobre las mejillas, pensarรญa que ese hombre joven puede levantar ejรฉrcitos de fanรกticos religiosos. Ahora mismo apenas percibo el miedo en su voz. Pero los medicamentos tambiรฉn afectan la definiciรณn vocal; esterilizan sin piedad la mรบsica natural del habla. Solo puedo confiar en la confrontaciรณn minuciosa, descarnada, de mis sentidos con su existencia siempre sorpresiva.
¿Quiรฉnes volvieron?, pregunto, sentรกndome de nuevo frente a รฉl, intentando ponerle el vaso entre las manos, cerrando mis manos sobre las suyas para que oprima el metal –el vidrio es como la kriptonita en este sitio– y en alguna parte de su cerebro se formule nรญtida la certeza del tacto, la evidencia de un mundo que, no obstante su fealdad, es real.
Volvieron ellos. Todos. Querรญan mis ojos, dice Saulo.
Los ojos de Saulo me miran fijo por unos segundos, y luego la pupila dilatada busca una interioridad imposible. Este intento por volcarse hacia la cueva cerebral (¿serรก eso lo que sufre?, ¿el cerebro?, ¿o es el alma?) me trae imรกgenes impertinentes de Condorito en delirium tremens, con los enormes ojos de pรกjaro andino licuados en espiral. Si Saulo sufre ese calvario de los movimientos oculares debo llamar a la enfermera, es lo que me han indicado. Estoy por incorporarme cuando Saulo me aprieta las muรฑecas. Me sorprende la fuerza que se despierta en esa acciรณn.
Querรญan mis ojos. Y los tuyos.
¿Los mรญos?
Te los van a sacar con una cucharita. Papรก no podrรก hacer nada por evitarlo.
¿Tambiรฉn vino papรก?
Tony dice que no estรก bien seguirle la corriente a Saulo, que eso lo mantiene cรณmodo en su mundo falso. Ese es el lenguaje de Tony, que no sabe nada porque su especialidad son los autos de carrera y debe de creer que todo se arregla ajustando algunas tuercas o soldando latas. Quizรก si trabajara con menos metal y mรกs cuerpos y grasa orgรกnica autรฉntica –con boxeadores, por ejemplo– otro serรญa el cantar. No comprende, pobre Tony, que esto no se trata de seguirle o no la corriente a mi hermano enfermo. Si yo lo abandono, si dejo que se hunda en ese pantano, ¿cรณmo demonios voy a rescatarlo? Tony y sus tornillos pueden irse mucho a la mierda.
Mi nombre es Pablo, dice mi hermano. Los movimientos de las pupilas intentando ese salto interior para trepanar los sesos o lo que sea que estรฉ detrรกs de estas ventanas por las que nos invade la inmundicia son mariposas frenรฉticas heridas por la luz. Sin embargo, su espalda sigue rรญgida pegada a la silla.
Sรญ, sรญ, papรก decรญa que ese era tu nombre “profundo”. Yo lo recuerdo.
Se sabe que mi nombre es Pablo, dice Saulo, ahora en modo androide. Esta vez ha cerrado los pรกrpados y yo respiro aliviada.
Eso se sabe, le confirmo. Pablo o Saulo…, le digo luego, despacito, por pudor o por miedo de que la enfermera que viene a buscarlo escuche una promesa que le parecerรก gastada. Saulo o Pablo, supongo que sabรฉs que no voy a abandonarte.
Cuando รฉramos niรฑos, nos creรญan hermanos mellizos. Saulo nunca aparentรณ los cuatro aรฑos que me lleva. Petiso, de huesos flacos, Saulo transmitรญa una fragilidad perturbadora. Es decir, temรญas querer golpearlo y no parar hasta escuchar el crac crac de sus huesos haciรฉndose polvo, tan solo para darte cuenta de que Saulo no era eso, estaba detrรกs o antes o mรกs allรก de su propia corporalidad.
Pero papรก sabรญa cรณmo. รl sรญ podรญa llegar hasta Saulo y tomarlo como a un puรฑado de arena. Sin duda, comprenderรญamos despuรฉs, su enfermedad lo habรญa adiestrado para reconocer a sus hermanos en la desgarradura. Mรกs allรก de toda cronologรญa biolรณgica, Saulo era su hermano. De alguna manera yo tambiรฉn. Y uno, en realidad, no salva a sus hermanos, uno los acompaรฑa, que es aquello de lo que Tony no sabe un carajo.
Era comienzos de diciembre cuando Saulo, que acababa de cumplir doce aรฑos, porque Saulo es sagitario, es decir, mitad hombre y mitad bestia, fue hasta mi cama y me acariciรณ los pies. Trataba de despertarme sin sobresaltos. Papรก nos esperaba en el jardรญn con todo listo para el viaje. Desnudo en medio de las macetas que habรญan sobrevivido sin mamรก gracias a las lluvias, papรก se veรญa hermoso. Saulo y yo comprendimos que mamรก nunca habรญa tenido razรณn. Su aversiรณn a los amigos que papรก fue cultivando con la tenacidad obscena deun coleccionista –gente tuerta o, de plano, ciega– llegรณ a parecernos maldad bรกsica, falta de amor. Eso, falta de amor por todos nosotros. Ademรกs, no se trataba ya de tener razรณn, sino de tomar partido por alguien, de tomar partido sin medir ninguna consecuencia. De modo que sรญ, querรญamos embarcarnos o montarnos o desmaterializarnos con papรก en ese viaje que habรญa esperado durante aรฑos y que ahora se aprontaba a iniciar desnudo como un cosmonauta ingrรกvido, recibiendo a partes iguales la luz de la luna y del farol de la calle que papรก identificaba como un nuevo sol. Un sol que se habรญa desprendido de remotas galaxias.
Dijo que lo primero era bautizarnos. Comenzรณ con Saulo. Explicรณ que “Saulo” significaba “pequeรฑo”, el mรกs pequeรฑo de todos, el mรกs humilde, el insignificante y abyectoincrรฉdulo, el de corazรณn oxidado, pero que habรญa llegado la hora de ser “Pablo” y creer a ciegas, que es la mejor manera de creer y de amar.
Seguramente yo tambiรฉn tengo dos nombres, pero no lo recuerdo. Sรฉ que papรก se lastimรณ irreversiblemente la cรณrnea derecha en su intento por extirparla con una cucharilla. Sรฉ que Saulo dijo que hizo el viaje con papรก y sus dos guardianes, que luego olvidamos todo, nos obligaron a olvidar, que durante aรฑos ya no parecรญamos mellizos, que visitรกbamos a papรก por separado y quizรกs en esa escisiรณn comenzamos a perder fuerza, a desgajarnos. Sรฉ que Saulo siguiรณ frecuentando algunas amistades de papรก, que aprendiรณ a mirar con esa desesperaciรณn mordiente con que papรก nos miraba, exultante de fe y de dolor, sรฉ que despuรฉs de que papรก muriรณ Saulo comenzรณ a consumir cocaรญna hasta aquel primer brote. Y lรณgicamente despuรฉs, durante y a causa de todos los brotes. Colinas de cocaรญna y rรญos espesos de clefa en un platillito con canarios que mamรก habรญa pintado en la prehistoria de nuestra niรฑez.
Y asรญ se sucedieron todos los demรกs brotes, explosiones fantรกsticas de autodestrucciรณn. Tambiรฉn los brotes de acnรฉ. Volcanes colosales de acnรฉ.
Mientras cruzamos el patio hacia el pabellรณn C, la enfermera dice que Saulo es afortunado. A otros pacientes los abandonan; al principio vienen los familiares, pero luego las visitas se reducen a los cumpleaรฑos, que ya nada significan. A Saulo, en cambio, lo visita su hermana –tengo que pensar en voz alta mental “yo”, pues ella ha dicho “su hermana” como si yo no estuviera allรญ, como dirigiรฉndose a alguien mรกs, a una criatura que me excede o me anula–. Y por si fuera poco, hoy lo visitaron esos tres amigos extranjeros.
Ni siquiera pregunto sus nombres o de quรฉ lugar parecรญan extranjeros. Si de Parรญs o de Neptuno. En cambio la miro con una desconfianza nueva y por un instante quiero apretar su brazo robusto para comprobar que su charla estรก respaldada por la carne voluminosa. Carne real, de muchas hamburguesas.
Uno de ellos era tuerto, dice la enfermera.
Hay muchos tuertos en el mundo, digo.
La enfermera me mira de reojo, no dice nada. Pero es cierto. Papรก, por ejemplo, conocรญa muchos tuertos. Tantos tuertos que podrรญa creerse que la voluntad de Dios consistรญa en esa exclusividad anรณmala.
El pabellรณn C estรก en el tercer patio. Cruzamos fuentes de agua y una mesa de ping-pong. Dos pacientes juegan concentrados. Saulo nos obliga a detenernos. Intenta seguir la velocidad de la pelotita, pero sus pupilas se alocan nuevamente. Le cubro los ojos con mis manos. Siento en las palmas su piel lacerada, con suavรญsimos altorrelieves que el acnรฉ le ha forjado entre pus y costra, y sรฉ que darรญa mi vida por desarrollar algรบn superpoder, o mรญnimo la capacidad sublime de una mano santa que borre, que restaure, que suture y apriete y cierre por el resto de la eternidad aquello que fue desgarrado. Pablo o Saulo y todas sus pieles.
Mi hermano solloza. La enfermera dice “tranquilo, tranquilo”. Saulo, su temblor, ceden.
Los espasmos oculares son efectos inofensivos de la medicaciรณn, me explica la enfermera. De todas maneras, le va a comunicar la situaciรณn al jefe de piso por si hay que hacer nuevos ajustes “invisibles”. Ademรกs, dice, bajando la voz, aunque los doctores no quieran admitirlo, los enfermitos se ponen nerviosos con ciertos cambios de luna, yo llevo las cuentas y le juro que asรญ es. La enfermera saca de un bolsillo de su mandil una libretita con dibujos de la luna. En las lunas que parecen rajitas de limรณn ha escrito “contenido”, y en las lunas completas ha escrito “fuera de sรญ”.
“Fuera de sรญ”. No estoy de acuerdo, deberรญa apuntar: “dentro de sรญ”, “muy dentro de sรญ”, “perdido en sรญ”.
A veces creo, sin embargo, que soy yo la que atraigo la mala onda. Pienso “perdido en sรญ” y Saulo, que me lee con telepatรญa de alta fidelidad, se afana en pescar sus cรณrneas armando una pinza totalmente inoperante con el รญndice y el pulgar.
Pobrecito, dice la enfermera. Las alucinaciones los atormentan. Ven serpientes, tarรกntulas, muรฑecas diabรณlicas, todo tipo de amenazas. Si usted supiera lo que ven. Ni yo lo sรฉ, pero se las espanto igual y eso por lo general da resultado.
Me molesta que insista en ubicar a Saulo en una subespecie, “ellos”, los pobrecitos atormentados. Tengo que perdonarla. Es la reina bondadosa de Poltergeist.
Mi hermano insiste en hurgarse las cรณrneas. La enfermera le dice con un tono monocorde similar al de la gorda de Misery: Si no dejรกs de hacerte daรฑo, voy a inyectarte.
No lo amenace, le digo.
La enfermera resopla. Saulo levanta la vista, deja lo suyo por un ratito.
Una bandada de pรกjaros viaja bullanguera y disciplinada, en forma de flecha, sobre nuestras cabezas; buscan un mejor lugar. Mirรก, Saulito, mirรก los pรกjaros, dice la enfermera.
Arqueo mejor mi cabeza y, aunque todavรญa hay luz diurna, puedo distinguir entre las nubes, mucho mรกs allรก de los pรกjaros, el aro plateado y malรฉfico de la luna. Su plenitud es nefasta. Por ese aro cruzan los que vuelven. Eso, claro, segรบn papรก.
Segรบn yo, es hora de llevarme a Saulo y sus dos nombres a un lugar mรกs seguro. ~
(Bolivia, 1972) es escritora. Entre sus libros recientes estรกn las novelas Helena 2022: La vera crรณnica de un naufragio en el tiempo. (Puraletra, 2011) y 98 segundos sin sombra (Caballo de Troya, 2014