Estas son ideas viejas: Fernando Vallejo hablando de lo que para él son vicios de la tercera persona (acá la entrevista completa):
Morirse en primera persona es muy difícil, en tercera persona es más fácil matar al personaje, pero en primera persona ¿cómo?, no se puede decir “yo me morí”.
O también:
El lenguaje todo es truco, lo que pasa es que hay procedimientos válidos e inválidos. Y la tercera persona es un truco miserable que se está arrastrando más de la cuenta. Esa narración va en contra de la realidad esencial de la vida de uno. Uno puede más o menos sospechar qué le pasa a los demás porque tienen también el lenguaje y por comunidad de sentimientos, pero nosotros estamos aislados, entonces esa novela es mentirosa.
Son ideas viejas porque se habla desde puntos de vista preceptivos y morales de la ficción, de lo que es supuestamente correcto o válido o miserable. También se podría decir lo mismo al respecto de los excesos de la primera persona. El cuento que la revista The New Yorker incluye en su edición de este mes –“Find the Bad Guy” de Jeffrey Eugenides– es un buen ejemplo.
Es la historia de un matrimonio en crisis. A pesar de que hay una restricción judicial, en el inicio del cuento vemos a Charlie D. espiando a su familia desde el jardín de la casa. Así es como esta primera persona presenta la situación:
Tengo prohibido acercarme a menos de cincuenta pies a mi amada esposa, Johanna. Es una medida T. R O. de emergencia (eso significa Orden de Restricción Temporal), ordenada por un juez. Mi abogado, Mike Peekskill, está en proceso de revocarla.
¿A quién le habla esta primera persona? Evidentemente no a sí misma, porque en tal caso no haría falta dar el nombre de la esposa ni el del abogado; no se necesitaría un paréntesis para explicar qué es T. R. O. ni, en todo caso, explicar la situación que el personaje ya sabe. Lo que hay aquí es una tercera disfrazada de tercera, un rasgo común en la prosa norteamericana contemporánea, en la que es necesario explicárselo todo al lector, generar empatía con los personajes (“mi amada esposa”), evitar que se pierda y propiciar que se enganche.
Un reto atractivo que se le puede poner a la primera persona hoy en día tiene que ver con la forma de representar el mundo de la ficción: dejar que las relaciones entre los otros y quien narra se entiendan como conclusión de la lectura y no como proposición del discurso; que se presenten como subtexto y no como frases subordinadas o directamente entre paréntesis.
También sucede que cuando hablamos de la ficción en términos morales nos olvidamos de que la única lógica a la que el texto se debe es a la que se propone en el texto mismo.
La idea de que un párrafo puede ser miserable relativiza la miseria que sí hay en el mundo, fuera de los libros. Pasa con eso y con muchas otras cosas: en más de una ocasión se escuchan las palabras “peligroso”, “arriesgado” o “potente”, para hablar de textos cuando en realidad lo que se quiere decir es otra cosa.
Esto mismo sucedió hace algunos meses, cuando en el periódico entrevistaron a un locutor de radio muy famoso. La pregunta era: ¿Cuál es tu placer culpable? Su respuesta enfatizó la facilidad con que se hablaba en esos términos: a mí me gusta comer chocolates– dijo– pero no creo que eso califique como placer culpable, como sí lo es, además de ser un crimen, la pedofilia.
Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.