“No más”, decía Samuel Eto'o mientras abandonaba la cancha del estadio de La Romareda,harto de los gritos simiescos que venían de la tribuna cada vez que tocaba el balón. Se habían jugado apenas 30 minutos y el camerunés estaba determinado a obligar la suspensión del encuentro. Nada podía hacer un solo jugador contra una tribuna; era febrero de 2006.
Cánticos racistas, fanáticos que imitan el saludo nazi, hacen sonidos de mono y arrojan plátanos al césped. Nada se ha detenido. Los castigos en el futbol de Europa para una primera ofensa suelen limitarse a una advertencia, o una multa aunque clubes han sido forzados a jugar a puerta cerrada, sin apoyo de su afición.
La máxima sanción registrada hasta ahora fue impuesta alZenit de San Petersburgoen 2008. El monto: 43,983 euros por hostigamiento racista contra los jugadores de color del Olympique de Marsella por parte de una afición que por cierto ha dejado claro que no quiere “ni a negros ni a homosexuales” en la alineación, pues la ausencia de futbolistas negros en la plantilla “es una importante tradición que refuerza la identidad del club”.
En noviembre del 2013 Paulao, jugador del Betis, fue expulsado en un juego contra el Sevilla y fue ofendido por sus propios aficionados mientras caminaba hacia los vestidores. Neymar y Dani Alves, jugadores del Barcelona, fueron víctimas de grupos que buscaban provocarlos con insultos racistas en sus juegos de visitante de este año. En el minuto 76 de uno de esos partidos frente al Villareal, un aficionado le lanzó un plátano a Dani Alves que estaba por cobrar un tiro de esquina. El jugador lo tomó, le quitó la cáscara y se lo comió antes de jugar la pelota; al final del juego, Neymar subió una imagen a Instagram con el hashtag #todossomosmonos en la que sostenía un plátano, junto a su hijo que abrazaba un plátano de peluche.
El gesto se volvió un símbolo instantáneo que fue imitado de inmediato por cientos de jugadores y aficionados (Neymar tiene 6.7 millones de seguidores en su cuenta), alcanzando incluso a la presidenta brasileña Dilma Rousseff, que elogió la respuesta al insulto.
Más tarde se supo que esta acción aparentemente tan espontánea había sido planificada con publicistas que aportaron una idea contundente contra un acto de racismo que ya no podía calificarse de aislado; una campaña para vender nada y que planteaba simplemente de inicio “tratar a los racistas imbéciles con total desdén”. Aun si el racismo sobrevive a esta campaña, como siempre lo hace.
Lo más importante que plantean estos episodios es qué hacer con la indignación, cómo desarmar inteligentemente los estereotipos socialmente construidos, cómo involucrar a las marcas y empresas en iniciativas creativas contra el prejuicio.
El escritor Tahar Ben Jelloun tiene un bello libro contra el prejuicio en el que sostiene que nuestra humanidad la descubrimos precisamente en el otro, que lo que nos hace humanos es el trato humano que ofrecemos, pues vivir civilizadamente es convivir con los diferentes. En el prólogo, Fernando Savater abunda:“Hay ciertas perversiones de la inteligencia y de la sociedad humana contra las que es inútil predicar enfáticamente”, de modo que la única solución es educar para que nos resulten odiosas.
Hoy, merced a una posible sanción de la FIFA que acabó por no suceder, en nuestro país se discute si el “puto” usado como grito de guerra por los aficionados mexicanos en el futbol incita a la homofobia, e incluso se saca el diccionario para su revisión minuciosa. Encontré en Guillermo Sheridan, Álvaro Enrigue y Jesús Silva-Herzog Márquez las voces más inteligentes en los medios al acercarse al tema; por eso me resulta tan detestable la salida del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) a decirnos que el grito “refleja la homofobia, el machismo y la misoginia que privan aún en nuestra sociedad” y rematar con que “el futbol se gana con goles, no con discriminación”.
El grito estaba ahí desde el pasado Mundial Sub-17 jugado en 2011 en nuestro país, y antes en los encuentros de la selección mexicana en el Mundial de 2006 en Alemania. Y cada semana en los juegos de liga. La burocracia del Conapred llega al menos ocho años tarde, sin ideas ni sustancia, para hacer una aparición meramente testimonial, reclamando su parte de reflector en la coyuntura y jugando para una tribuna de incondicionales.
Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz, decía que más importante que levantar la voz es mejorar los argumentos, y consideraba que las autoridades y las figuras públicas han estado muy por debajo de las circunstancias actuales. “Yo habría esperado mucho más debate y discusión”, eran sus palabras exactas. Creer en algo, requiere estar listos para defenderlo racionalmente, con la esperanza de persuadir a otros a cambiar, pero hay que buscar la forma de involucrar a todos no solo para preguntarles si están a favor o en contra. Tutu proponía las acciones afirmativas, la transformación a través del deporte y confiaba en que debería ser posible hablar como adultos acerca de temas crudos, sin ceder al lenguaje encendido ni a las discusiones estériles.
Hasta ahora, tenemos lo último. Ruido. Una semilla estéril.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).