Los papeles de Amaral

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Los textos que ahora presentamos fueron escritos cuando el autor había alcanzado la preferencia de un público cada vez más vasto y gozoso y el reconocimiento de la crítica, que ha encontrado en sus libros ejemplos únicos de inteligencia, malicia y buena escritura. Ibargüengoitia había abandonado la escritura y la crítica de teatro, luego de practicarlas con denuedo y con relativo éxito, sobre todo en el primero de los casos (en el segundo, sus textos fueron buscados inclusive por lectores divertidos y ajenos a aquel medio). Entre sus obras teatrales continúan representándose Susana y los jóvenes, El atentado, Clotilde, el viaje y el pájaro. Incurrió luego en la narrativa con notable fortuna: su habilidad para dar con las composiciones exactas se alió con la natural fluidez de su prosa y la singular intuición de su mirada, sin falta dispuesta a atrapar en las palabras justas los gestos, los tics, las costumbres de personajes tan cercanos a lo paródico como a la más estricta realidad. Con Los relámpagos de agosto, Ibargüengoitia remata de la manera más seria y eficaz el ciclo de las novelas de la Revolución: elige el humor para contar las desventuras del general Arroyo, que son las desventuras de todo el movimiento y, en gran medida, de todo el país. Su interés por los asuntos históricos —por desensillar a los héroes y caudillos y devolverlos, con sutil sarcasmo, a los negocios de la vida diaria, a andar a pie— prosigue en Maten al león y en Los pasos de López. La primera, como se sabe, registra la vida y la muerte de un tiranuelo de alguno de nuestros países; la otra novela demuele los monumentos de piedra y oro de los héroes (y una heroína, ciertamente) de los comienzos de la Revolución de Independencia. En Las muertas, y sirviéndose de la papelería judicial que se allega en su natal Guanajuato, reconstruye el horroroso caso de Las Poquianchis, madrotas que invadieron y triunfaron y fueron perseguidas y mataron y fueron hechas prisioneras en la zona del Bajío. Aquella novela de non-fiction encuentra a un autor ya en plena madurez, en el grado mayor del dominio de su oficio en el planteo de situaciones y en el registro de la vida cotidiana de personajes más que tenebrosos. En Estas ruinas que ves, Ibargüengoitia recupera la probable paz de su lugar de nacimiento, una paz aparente, que cubre deseos y modos de ser que no terminan de salir a flote o de perderse en la dura monotonía. Algo de aquella paz reaparece y se rompe en la última de sus novelas, Dos crímenes, que puede leerse como la pérdida de la inocencia, el despliegue de la codicia, la prisa de las máscaras. El autor publicó también un libro de cuentos: La ley de Herodes, efectivos retratos de los perennes e involuntarios ridículos del mundo clasemediero. Gracias al ojo crítico y paciente de Guillermo Sheridan, los lectores podemos disfrutar también numerosas crónicas y artículos acerca de la vida mexicana principalmente: Autopsias rápidas, Instrucciones para vivir en México y La casa de usted y otros viajes se han unido en años recientes a colecciones hechas en vida del autor: Viajes en la América ignota y Sálvese quien pueda.
     Dos materiales hay en los apuntes que ahora presentamos. El primero y más extenso corresponde a lo que el propio autor llamaría “Los papeles de Amaral”. Es el esquema de un relato, que bien podría ser también un guión de cine, según Ibargüengoitia, y donde se retorna a la sombra de la Revolución. Pero esta vez el conflicto mexicano deja su lugar a una trama en la que los personajes se confunden, ignoran cosas, malinterpretan, son conducidos por intuiciones erradas. Hallamos en estos apuntes celos posibles, deseos cumplidos fugazmente, mantenidas sospechas y avaricia permanente. Se ha abandonado el tono paródico de Los relámpagos de agosto, pero no la ironía con que se mira la formulación de propósitos de apariencia tan natural como terrible. Uno podría recordar aquí el tema de la impostura que haría célebre Rodolfo Usigli, maestro de Ibargüengoitia, y el del visitante en una comunidad y una familia cerradas (presente en Estas ruinas que ves y en Dos crímenes especialmente). Pero llama la atención sobre todo el proceso de dudas e hipótesis que despliega el narrador en la concepción de su obra. ¿Cuánto tomaría de la realidad real, no de la ficticia, el autor? Atrae también la deliberación de Ibargüengoitia: “Los tres personajes deben ser simpáticos e inmorales” y, en consecuencia, el relato tendrá un saludable aire de cinismo. Personajes, conflicto, caminos posibles del nudo y el desenlace: el narrador va perfilando y reuniendo los elementos de su obra.
     El segundo material anuncia un retorno al plano autobiográfico, unrelato que tendría “entre cuarenta y cien páginas sobre San Roque”, lugar del terruño natal. En él, Ibargüengoitia rompería toda distancia y relegaría los elementos imaginarios en favor de un registro en el que seguramente no habría pocas sonrisas frente al espejo. Junto a aquel texto habría ido “El encargo de Amaral”, ahora rebautizado así por fidelidad a su núcleo.
     “Clósets” se llamaría el relato de “la vida y milagros del comité de redacción” de una revista cultural. Ante su proyecto, Ibargüengoitia sepreparaba para hallar “alguna razón para que lo admitan”, ya que el texto “sería una transformación profunda de mi experiencia en Vuelta“. A la vez pensaba que “Clósets” “debe ser muy chistoso”. Con los materiales anteriores se armarían los Recuerdos ficticios, cauces de inteligencia, buen humor y sabiduría. ~

— J.J.R.

LOS PAPELES DE AMARAL
Relato

10-VIII-81

La historia se podría contar más o menos así: Época: 1927, La frontera.
     El viajero cruza la frontera sin pasaporte (o con un pasaporte que no ha sido visado de salida) —mejor dicho llega al lado americano sin pasaporte—, con una carta de un cónsul de los Estados Unidos en México que dice que le consta que la vida del portador está en peligro por motivos políticos y pide que se le conceda asilo. El empleado de migración lo hace jurar que mientras viva en los Estados Unidos no se dedicará a ninguna actividad que ponga en peligro las relaciones entre los Estados Unidos y México.
     En la aduana el agente abre el baúl, ve que debajo de las camisas hay muchos papeles.
     —¿Qué es esto?
     —Los papeles del general Amaral.
     —¿Trae chorizo, carne, plantas?
     —No.
     El viajero tiene una dirección en un sobre, hace que el chofer de un taxi lo lleve al lugar.
     Es una casa modesta en las orillas de la ciudad. Desde el porche alcanza a verse el río y más lejos, en la imagen opuesta: México.
     El chofer lo ayuda a bajar el baúl, el viajero paga con una mezcla de monedas, unas mexicanas y otras americanas. Se apena, pide perdón y corrige. Abre una mujer la puerta, es bella pero callada y serena.
     El viajero le entrega una carta. Ella lo deja en el porche y lleva la carta a su marido, cerrando la puerta tras sí. Es entonces que el viajero mira a su alrededor y descubre los nopales del lado mexicano.
     El marido abre la puerta ahora y recibe al viajero cordialmente. La carta es de Amaral, el marido es un antiguo ayudante de Amaral, el viajero es un nuevo ayudante de Amaral, quien acaba de ser vencido y anda a salto de mata.
     El nexo entre los dos hombres es el recuerdo de su vida revolucionaria. Los dos han militado en el mismo ejército.
     Recuerdan acciones en las que los dos participaron. Es el nexo, pero también el punto de discordia.
     —¿Cómo es que nunca lo vi?
     —Es que yo era un muchacho. Pero yo lo vi a usted ¿No iba en un caballo tordillo?
     —Es verdad.
     El joven tiene una visión más irónica —al otro le parece “cínica”— de las batallas en que ambos pelearon.
     Al cabo de un rato de conversación —parece interrogatorio— el marido acepta al viajero lo que dice, hace que su mujer prepare un cuarto.
     Ambos hombres cargan el baúl.
     —¿Qué es esto?
     —Los papeles de Amaral.
     Los dos hombres pretenden estar luchando por la revolución de Amaral y preparando el regreso.
     Ambos se inventan misiones —dónde conseguir armas, cómo hacerlas cruzar la frontera, etc. Están esperando, dicen, el momento preciso, la orden de Amaral. En realidad están huevoneando y se entretienen.
     Una noche el viajero abre el baúl, saca los papeles de Amaral, quita el doble fondo y saca los fajos de billetes que cuenta como avaro, y vuelve a guardar. Tiene pesadillas recurrentes; es la balacera en que vivieron la mayoría de los acompañantes de Amaral.
     La suerte de Amaral es un misterio, hay quien afirma que ha muerto, hay quien afirma que no. Los dos hombres pretenden creer que está vivo pero creen que está muerto.
     Esto lo sabemos por lo que el marido dice a la mujer, y por lo que el viajero no hace con el dinero: no compra las armas —finge no tenerlo. Ve coches caros, que le gustaría comprar, trajes.
     En las noches cuenta el dinero y luego tiene la pesadilla.
     Para matar el tiempo va al cine y ve en el cine balaceras parecidas a las que sueña en la noche.
     La mujer lo espía y hace cuentas. Cada mes le da dinero para su manutención. Ese dinero no está en el cuarto, no lo recibe por correo, luego tiene que estar en el baúl. Confía a su marido sus sospechas, pero el marido tiene confianza en el otro: si dice que no tiene el dinero de Amaral es que no lo tiene.
     La mujer sigue sospechando que el otro lo tiene. En las tardes se sientan, el viajero y la mujer; en el porche de la casa, ven los nopales que crecen en México y platican de la tierra y del pasado.
     (Nota: el marido tiene que tener una razón para irse unos días. Es cazador.) Recibe una carta que le manda el departamento del interior —tiene que renovar sus papeles de migración en la capital del Estado.
     El marido se va de viaje dejando al viajero al cuidado de la mujer. Lo ven irse y después se van a la cama y cogen gloriosamente. De postcoito platican y él hace un comentario que indica que tiene otras fuentes de ingresos. Discuten el porvenir, él le propone partir, ella quiere pensarlo.
     El marido regresa. Ella le dice que el otro le dijo algo que indica que el dinero está en el baúl. El marido se encela. ¿Por qué le dijo eso? ¿Estuvieron juntos?
     El marido observa a los otros y no tarda en encontrar comprobaciones de su sospecha: hay algo entre ellos.
     (Nota: el marido empieza a aparecer maléfico y la mujer no es suficientemente importante.)
     —A este hombre ya no le tengo confianza, voy a cargar la pistola —dice a la esposa y pone la pistola en un cajón.
     Esta frase no la dice el marido en este momento. Es algo que la mujer sabe.
     No es un pleito directo sino emboscado: es una discusión sobre una batalla, luego una partida de cartas, los hombres se van a un paseo y juegan lucha libre. Es en realidad un duelo del que el marido gana.
     Regresan los hombres del duelo, con el viajero medio muerto. La mujer trata de revivirlo llena de compasión.
     —Va a matarte —le dice al viajero— pero hay una pistola en el cajón.
     El otro se levanta, va al cajón, saca la pistola, quiere matar al marido pero la pistola no funciona, está descargada, el marido lo mata. Entre los dos lo echan al río. El marido deshace el cuarto en busca del dinero —no encuentra el secreto del doble fondo—, vuelve a poner todo en su lugar.
     Pasan años, llega Amaral, quiere sus papeles. El marido le entrega el baúl del muerto. Amaral tira los papeles, saca el dinero del doble fondo y se va muy agradecido.

Comentario:
     Es mejor que el odio del marido por el otro no dependa de los celos sino del dinero. En el viaje descubre que desaparecieron millones de pesos cuando desapareció Amaral.
     El viajero muere por seguir un consejo de la mujer —que ella le da con buena intención—, pero no asesinado por el marido sino en una de las competencias del duelo. Es algo que puede pasar fácilmente por accidente. Por eso no se los llevan al bote.
     Los tres personajes deben ser simpáticos e inmorales. Como he contado la historia, el viajero tiene más rasgos personales que los otros dos. Hay que trabajarlos.
     Esta obra debe ser ligeramente cómica. Incluyendo —quizá sobre todo— la muerte del viajero. Una de las razones por las que el viajero es más simpático es que lo conocemos mejor que a los otros —sabemos lo que tiene, lo que guarda y lo que sueña. De la mujer, en cambio no sabemos nada.
     Si son tan pocos deben estar bien presentados.
     El viajero muere a consecuencia del duelo, no porque lo mate el marido. Muere, eso sí, gracias a la convivencia de un consejo que le da la mujer —erróneo— y un acto del marido. Algo que equivalga a lo que había pensado: ella le dice “allí tiene la pistola”, él saca la pistola y dispara, pero ésta no funciona. Algo por el estilo.
     El baúl y su contenido.
     Hay dos soluciones —o ésas veo. Una es que el marido esté obsesionado con lo que hay en el baúl y que su violencia sea producto de su avaricia —o bien, para el marido el baúl son los papeles de Amaral, los mismos que Amaral tirará a la basura para llevarse los fierros.
     Nota: Si el libro se llama Los papeles de Amaral, el baúl debe ser muy importante en el desarrollo de la trama. Puede haber diversas interpretaciones de lo que debe hacerse con aquellos papeles —o bien puede el marido creer que hay dinero en juego. Si un hombre deshace un cuarto para buscar el dinero es muy improbable que no dé con el doble fondo de un baúl.
     Puede ser que en el baúl, muy evidente, esté un número de una caja de caudales. Es más probable. O bien, el marido guardó los papeles varios años sin saber que en el baúl había un doble fondo —según esta versión es la mujer la que sospecha, el marido que le reclama y la mujer que no lo ve.
     Los papeles de Amaral

13 – VIII – 81

El viajero y el marido cruzan la frontera —a nado— para emborracharse e ir a un burdel.
     Escena de mexicanos oyendo cantar mariachis, etc.
     De regreso, el viajero dice a la mujer que el marido estuvo en un burdel y se cogió a una puta. Es un infiel.
     —¿Y tú qué hiciste?
     —Me cogí a otra (or words to the same effect).

Procedimiento de composición. Tenemos que resolver, para empezar, las siguientes preguntas:
     a) ¿Quién es el viajero, quién es el marido, quién es la mujer y quién es Amaral?
     b) La naturaleza del conflicto: siendo un triángulo amoroso.
     

Viajero – Marido – Mujer

El conflicto va a ser doble porque el viajero tiene los papeles de Amaral, que son la envidia del marido. La mujer tiene curiosidad —y ambición— por lo que hay entre los papeles, lo que ella sospecha que hay entre los papeles: el dinero.
     El conflicto de celos nunca se llega a plantear como tal, porque el marido nunca sospechará del viajero.
     Sus dificultades son de celos profesionales: ¿por qué, piensa el marido, Amaral, que fue su jefe, maestro y casi su padre, no le entregó a él sus papeles, sino que se los entregó al viajero, un hombre que a todas luces —piensa el marido— es menos macho que él?
     c) El duelo: el marido y el viajero se enfrentan en lucha desigual —las “armas” las escoge el marido. Es un duelo informal. Éste es el verdadero problema de la novela. El duelo debe ser interesantísimo y hecho de tal manera que la muerte del viajero no eche a perder la película —o el cuento.
     d) Respuestas elementales. El marido es un héroe de la pelea pasada.
     14 – VIII – 81
     En la mañana, después de ver anoche El árbol de los suecos (Des sabots, clogs) decidí que Los papeles de Amaral o La pendenciera sería un esfuerzo superfluo. Pura invención que, como dijo Castañón con cierta razón, implica cerrar los ojos para ver lo que hay alrededor —or words to that effect. En efecto: con el fin de hacer interesante la trama, necesito imbuir a los personajes de una vida que tendría que sacar de la real. En cierto sentido desvirtuándola, lo cual es en rigor mentir y pondría en tela de juicio Dos crímenes y Los pasos de López, que están basados en la misma premisa. Es decir que no se puede rechazar “en principio” la hechura de Los papeles. Digamos que por el momento se me ocurre que, dado que he estado “inventando” personajes para acomodarlos a situaciones históricas, conocidas o medio reales, lo mejor sería, por el momento, escribir una obra enteramente recordada. Sin patitas ni manitas. De allí viene la idea de escribir mi relato de entre cuarenta y cien páginas sobre San Roque. Éste formaría parte de un libro probablemente invendible que se llamaría Ejercicios de memoria, que sería un buen preámbulo —el relato, no el libro— para Isabel Cantaba y el nuevo ciclo de novelas que se presenta en el horizonte. Tres o cuatro novelas sobre “la capital” con personajes basados en la realidad pero con tramas ligeramente —o más— ficticias.

Ahora que examino lo que he pensado, decido que está bien. Hacer algo rigurosamente autobiográfico que sea interesante de por sí, de un tamaño elástico, y no tiene ni la obligación ni la pretensión de ser vendible. Mejor dicho, que será por definición un libro invendible excepto como una guía de mi personalidad. En este caso escribir un libro o un relato sobre San Roque, que es un paréntesis de mi vida, está bien. Adelante.

Memorial de San Roque
Preguntas: punto de narración: yo
     Orden: Cronológico
     Empieza: A mi llegada en 1949
     Termina: A mi salida en diciembre de 1950 (no completamente. El fin debe ser la muerte de Marcos: i.e. el fracaso de la lotificación. Que es quizá la parte más importante del relato).
     Ni siquiera allí: termina cuando le vendí a Darío la casa.
     Mi madre dijo “sí, pero que se queden con todo”.
     Cuando salí, Darío empezaba a pintar la puerta de verde —con una mezcla de sobras de pinturas verdes.

Memorial de San Roque

15 – VIII – 81

Chez Laguna
     Trini —en dos épocas.
     1. Cuando era mulero—
     Mi mamá lo escogió entre el personal (andaba sacando agua del pozo). Era muy bueno para barrer. Le compró un trousseau que nunca se puso.
     Tenía una camisa color salmón. Íbamos a comer al campo con mucha frecuencia. Me llevaba a dar la vuelta en la mula—
     2a época
     Era el trojero
     Joaquina— sus hijos—
     La historia de Martín y don Reyes. El día que llegó Martín en el coche a tocar y yo salí a decirle: “Cállate pendejo”.
     Viaje a México con una loca —
     Noticia de su muerte. Noticia de la muerte de don Reyes.

Chez Zamora
     Víctor y Jose. Tenían dos hijas y un hijo, Pepe, que tocaba el clarinete.
     La parabélum—
     La curandera
     El día en que llegó el cocinero de Gaona. Historia del cabrito al pastor. Víctor salió a tirar balazos para que el otro supiera “que no estábamos desprotegidos”. Viajé en la mañana para alcanzar el tren.

Interludio olvidado por mi madre. Yo he de haber tenido once a doce años, porque fue la temporada en que nos tocó la caída de Francia. (No necesariamente.) Invitamos a Mari Obregón y Pedrito Vargas. No hay manera de acercarnos más. Podemos suponer que la época en que mi madre fue a Guanajuato a arreglar la casa que estaba cayéndose es la misma en que fuimos a Comanjilla, y la misma también en que mi mamá invitó a Lola Reyes a pasar una semana en San Roque. Todo esto, sospecho, ocurrió en 1940.
     Aunque no sé si en esa época fuimos al rancho propiamente. En 1942 (diciembre), mi tío Fede había muerto, fuimos con Mario Uribe y estuvimos en Guanajuato. Es posible que esa temporada haya mi mamá arreglado la casa de la Presa con el maestro Macedonio.
     Hay otra temporada anterior, que corresponde a una foto que me tomaron con los cadetes en que me veo la salud misma.
     Los Soto estaban entonces en el Unión, de Irapuato. Ellos estuvieron en San Roque cuando menos un día, Lola Reyes, varios, y Mari y Pedrito, también. Quizá ésta fue la temporada en que mi mamá fue a buscar timbres notables y aprovechó para quemar todo lo que había en los “mundos” de papeles del bisabuelo.
     Yo tengo la impresión de que el suceso de La Chonda, es decir el interludio, corresponde a 1938 o thereabouts.
     La ausencia prolongada del rancho debe coincidir con la expropiación. En Navidad o año nuevo de 1939 mi mamá recibió la noticia de que habíamos perdido el rancho. Es decir que no había a qué ir. En cambio, había que buscar nuevos rumbos.
     En 1940 es posiblemente cuando estuvimos en Guanajuato, Comanjilla y no en el rancho, que mi madre habría borrado de su mente, giving it up.1
     Las fotos de yo en el rancho corresponden a las que mi mamá tomó en Av. Chapultepec 680 y son anteriores a las de Acapulco, en donde yo crecí bastante.
     A la muerte de don Jesusito —un cadáver ambulante—, Víctor fue ascendido a mayordomo.
     Interludio 1938.
     Había una mula que tenía ataques epilépticos.
     El camino estaba inundado. Fuimos por Buenavista para no perder el tren. Es la época más próspera del rancho. Mi tío tenía un caballo y una yegua. (La Chonda debe corresponder a una época anterior.)
     La hacienda estuvo en manos del ejidatario un tiempo no muy grande. En 1943 ya ha de haber todo vuelto a la normalidad. Yo era entonces un muchacho brabucón y muy crecido que a veces se meaba en la cama.
     En 1937 y 1938 vinimos en cambio a Dolores. En 1939 estuvimos en [las calles de] Acapulco, luego vivimos en Versalles. En 1940, a fines, yo entré en los scouts. Ya estábamos o estábamos a punto de estar en Av. Chapultepec 225-C. En diciembre fuimos a un campamento, mi abuela se murió en febrero. (No sé si en enero fuimos a Veracruz.) Yo entré en el Colegio México en 1941. Es el principio de mi salud mental —relativa—. Antes, en 1940, yo estuve realmente mal. En el Grosso.
     But, then, this has nothing to do with the ranch.

Nota 29-8-81
     Todo lo anterior fue relegado o suspendido indefinidamente por deprimente.
     El día 22 de agosto comencé Los papeles de Amaral, que quizá sería mejor llamar El encargo de Amaral. Es lo que antes se intitulaba La pendenciera.
     Narrado por el marido, que nunca descubre lo que realmente ocurre entre su esposa Margarita y Francisco Montero —el enviado de Amaral.
     Sigo pensando hacer de este relato unas treinta o cuarenta páginas fácilmente convertibles en guión cinematográfico.
     Para completar el libro de cuentos se me ocurren los siguientes:

Clósets
     Trata de la vida y milagros del comité de redacción de Clósets, una revista cultural vista por uno de sus más entusiastas colaboradores.
     Hay que buscar alguna razón para que lo admitan. Esto sería una transformación profunda de mi experiencia en Vuelta.
     Debe ser muy chistoso. Si es reconocible o no importa poco. Se me ocurre que este cuento podría ser la base para un libro sobre costumbres culturales mexicanas entre los 50 a 1980.
     Dentro de este libro —que podría llamarse Clósets— entraría una nueva versión del Episodio cinematográfico y otra de La vela perpetua.

El encargo de Amaral
Comentario:
Aunque en cierto sentido este cuento parece innecesario, es lo que tengo más adelantado. Igual de innecesaria parecía Los pasos cuando fue concebida. Lo innecesario es lo mal hecho, lo bien hecho nunca lo es. La idea de presentar el relato por boca de Carcaño parece buena. La idea de que no se dé cuenta de lo que pasa entre Margarita y Montero también lo es, aunque se corre el riesgo de ser demasiado “chistoso”. Es preferible ser vago y tenue y quizá incomprensible para algún lector pendejo que demasiado obvio.
     La carta de Amaral no sirve, es demasiado como de Los Relámpagos y esto debe ser más sutil. Recordar lo que dice este cuaderno en otra parte: Montero tiene pesadillas recurrentes.
     Pero Amaral está vivo.

Nota del 10 de septiembre / 81
     Lo de Amaral queda en suspenso. Trabajaré estos días haciendo notas sobre la otra idea, la de Tableaux de moeurs artistiques et littéraires.

1a. nota: estos Tableaux o cuadernos no constituyen un libro, sino que servirán como fondo para los Recuerdos ficticios. Ésta es mi vida profesional, todas estas pendejadas son mi escuela, y mi carrera se desarrolla entre ellas.
     Los cuadros son la línea profesional del narrador, en contrapartida con la emocional o sexual, que formaría el meollo. En el primer libro: Isabel cantaba. ~

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(Guanajuato, 1928-Madrid, 1983) fue uno de los escritores clave del siglo XX mexicano.


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