Merecidísima pausa

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Pasé unos días en Guanajuato para dictar una conferencia en el marco del Vigésimo Coloquio Internacional Cervantino. Acepté, nuevamente, con las renovadas reservas a que me obliga ser apenas un aficionado a esa obra prodigiosa.

Y también acepté porque 1) releer El Quijote es cada vez más gratificante, 2) porque en ese coloquio siempre se encuentra uno con viejos amigos y/o siempre se hacen nuevos, y 3) porque Guanajuato es un sitio simpático, aunque exista en cada esquina el riesgo de morir atropellado por una estudiantina en celo (su estado natural).

La relectura rindió un ensayito sobre un tema de la novela que –estoy seguro– dirá mal algo que los eruditos ya habrán dicho y bien. Lo mismo que la vez pasada, me abstuve de consultarlos por temor a quedar mudo y a, en lugar de conferencia, leer una bibliografía.

No encontré viejos amigos, porque quiso el destino que yo saliera de Guanajuato el día en que ellos llegaban. Me perdí así de ver a mis queridas amigas Margit Frenk y Coral Bracho, y a mis queridos Bárbara Jacobs y Vicente Rojo. En cambio, me hice amigo de Belisario Betancur y de Dalita Navarro, su ojifulgurante esposa, ambos notablemente cordiales y chistosos. Con el viejo Betancur (tiene 87 años), conversador nutritivo, hablamos de reyes y calabazas, de amigos mutuos (sobre todo de Alvaro Mutis) y organizamos un concurso de latín que ganó él traduciendo así “cómo me río”: manduco me flumen.

Y me hice amigo de Luis Rafael Sánchez, cuya Guaracha del Macho Camacho leí hace años, y que es muy amable y tiene un ojo afiladísimo para registrar y comentar estilística urbana. Se encuentra enfrascado, a partir de sus lecturas de “paquines”, de las radionovelas lacrimosas y del cachondo cine mexicano, en recuperar su infancia en Puerto Rico. Le comenté que su proyecto me recordaba lo que Umberto Eco hizo en La Reina Liana, novela que él no conocía y, me dijo, no conocería mientras no acabara su propio libro. Hace bien.

Y me hice amigo también de Ana Sara Ferrer, que ha tomado con tacto y eficiencia la decisión de apoyar la preservación de las iniciativas cervantinas de su padre. Es la primera vez en veinte años que Eulalio no estaba presente en el Coloquio. La pena de no verlo amainó al adivinarlo en Ana Sara.

Qué raro lugar es Guanajuato, ciudad escenográfica y, me temo, ya demasiado estrepitosa. Me agrada y me aterra (hace 50 años estuve a punto de morirme ahí). Sólo se come spaguetti a los tres quesos, que les queda muy mal. La gente ahora construye casas en los copetes de los cerros para ver mejor la ciudad que ellas mismas afean. Afuera del templo de San Diego han puesto una estatua de Stalin tocando la guitarra. Los muchachos y las muchachas se besan por doquier por doquier. Se baila danzón los miércoles. Y ya hay emos.

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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