La tentación para los gobiernos y para los gobernantes de aplicar una política económica expansionista que desemboque en inflación (con todos sus males) tiene incluso evocaciones bíblicas. El caso se asemeja metafóricamente al del fruto prohibido –la “manzana”– que Eva le ofrece tentadoramente a Adán y que este, sin poder resistir, acaba por morder y al hacerlo hace perder irremisiblemente el derecho de la especie humana a permanecer en el paraíso.
Las fuerzas de la inflación –explicaba en sentido figurado el legendario banquero central mexicano Rodrigo Gómez– son poderosas, diversas y sutiles. Esta combinación de fuerza, dispersión y engaño se ha vuelto en ciertos periodos históricos imposible de contener y por ello se han gestado en nuestro pais espirales inflacionarias con costos sociales muy elevados. La historia económica mundial abunda en casos de inflación epidémica, sobresaliendo el episodio de la hiperinflación alemana posterior a la Primera Guerra Mundial y de la cual Keynes consideraba a Hitler su “niño de pecho,” a quien amamanto generosamente. México, es bien sabido, no ha sido una excepción a sufrir accesos de inflación con sus secuelas de caída de los salarios, devaluaciones en cascada y destrucción de los ahorros internos. Aunque hubo otros competidores destacados en esa lamentable galería de gobernantes gustosamente inflacionistas, los campeones fueron Luis Echeverría y José López Portillo en sus respectivos sexenios. Mal aconsejado por algún economista con convicciones inflacionistas –ya Rodrigo Gómez había dicho que las fuerzas de la inflacion también son sutiles– López Portillo llego a proclamar que la inflación era inexorablemete “el costo que había que pagar por crecer”.
Al parecer, en esta materia de sugerir y promover políticas económicas expansionistas que generan inflación la historia, Cicerón dixit, no es suficientemente ilustrativa para operar preventivamente como “maestra de la vida”. Tampoco son todos lo suficientemente clarividentes para sacar las conclusiones debidas de la experiencia ajena. Así, reiteradamente surgen en nuestro medio y en el exterior movimientos que debidamente rodeados de adherentes y promotores y provistos de argumentos sofisticados con una vestimenta tecnica, pretenden influir para que vuelvan a adquirir certificado de respetabilidad y eventualmente aplicación las estrategias económicas que, probadamente, producen inflación.
Recientemente en México, en tiempos previos al inicio del sexenio de Enrique Peña Nieto, estuvo en circulación y recibió muchos apoyos una propuesta para imponerle al Banco de México un mandato dual. El proyecto era muy peligroso, particularmente en México en donde las corrientes exóticas de pensamiento económico tienen bastante arraigo, pues hubiera podido colocar al instituto central en una situación de esquizofrenia entre los objetivos de mantener la estabilidad e impulsar el empleo, además de abrir la puerta a una posible intrusión de las prácticas inflacionistas, que es precisamente lo que se quiere impedir mediante la figura de la autonomía. Un argumento muy socorrido para impulsar esa propuesta fue que el banco central de Estados Unidos, o sea la Reserva Federal, tiene un mandato dual. Sin embargo, en una conferencia celebre sobre tan complicado asunto Ben Bernanke, antecesor como cabeza en el Fed de Janet Yellen, explico con todo pormenor que el instrumento clave con que cuenta esa institución para “maximizar el empleo” (como se especifica textualmente en su ley orgánicas) es mediante el mantenimiento de la estabilidad de precios. Es decir, evitar la inflación no únicamente es un objetivo de la Reserva Federal sino también el principal instrumento para alcanzar sus metas legales complementarias que son maximizar el empleo y también garantizar la estabilidad financiera.
En un momento muy complicado de la historia política de México, cuando Miguel de la Madrid recibió de los gobiernos de la llamada Docena Trágica un país en quiebra, rompiendo mitos y tabúes explico con toda claridad que la causa de las severas inflaciones que había padecido México no provenía del exterior ni era el resultado de fuerzas ocultas que conspiraban contra nosotros, la inflación era causada por el déficit publico financiado mediante el crédito del banco central. Precisamente en el ámbito del presupuesto gubernamental se encuentra la razón que explica que las fuerzas de la inflación sean poderosas. Ello, porque en palabras de Rodrigo Gómez, “es muy explicable, por ser natural y humano, que los funcionarios gubernamentales… quieran, cada uno de ellos, avanzar lo más posible en el campo que les corresponde durante su mandato… con independencia de que se provoquen déficit presupuestales que pueden conducir a inflación…” Y el hecho de que los funcionarios en esa circunstancia sean varios y además de que nunca falten financieros y economistas “técnicos” dispuestos a avalar doctrinalmente las políticas inflacionistas explica también porque esas fuerzas son múltiples. Y este último elemento, el más complejo, es el que permite explicar porque esas fuerzas son también “sutiles”. En el fondo, los economistas que de buena fe promueven la política inflacionista suponen que los ahorros faltantes pueden ser suplantados con el dinero que emite el banco central.
Decía nuestro multicitado Rodrigo Gómez que no son proyectos de inversión sólidos y promisorios lo que falta, sino ahorros reales para financiarlos. Los economistas pro inflación, ya se ha dicho, suponen que ahorro real y la emisión de dinero por parte de la banca central son lo mismo. Ahí es donde está la gran falacia y el génesis de todas las grandes inflaciones: no es lo mismo ahorro que emisión monetaria. El ahorro se acumula como una consecuencia del proceso productivo. Cuando como resultado de la generación de riqueza las familias perciben ingresos en la forma de salarios, rentas, intereses o dividendos y deciden ahorrar una porción de los mismos, detrás de esos ahorros ya existe una riqueza real que se ha producido. A diferencia y en contraste, no existe detrás del dinero que emite el banco central tal riqueza ya producida. Esto no quiere decir que el dinero que emite el banco central no tenga una utilidad social o un uso necesario. El dinero es requerido por los ciudadanos principalmente como medio de cambio para realizar sus compras y ventas cotidianas. Pero la necesidad de dinero que tiene la sociedad es limitada y cuando el banco central lo pone en circulación en exceso, el dinero redundante, por así decirlo, ya no satisface ninguna necesidad monetaria y solo genera presiones alcistas sobre los precios. Para evitar esa situación inflacionaria es que el banco central únicamente debe proveer dinero a la economía en la cantidad que se le requiera.
Es tal vez por esa idea falaz de que dinero y ahorros son la misma cosa que los economistas que se ostentan como “progresistas” son tan proclives a proponer una política económica abiertamente inflacionista. También es quizá por una difusión amplia de esa creencia que en los círculos de la izquierda política la banca central y su autonomía, la política monetaria y la búsqueda de la estabilidad de precios sean todas etiquetadas como cosas de la derecha y que incluso, en situaciones extremas, se les tache de reaccionarias. ¿Reaccionarias la banca central, la política monetaria que aplica y la estabilidad de precios que debe procurar? La experiencia ha comprobado hasta la saciedad que cuando se desata inflación los ciudadanos más perjudicados resultan ser los que se encuentran en los estratos bajos y mayoritarios de la población. En términos más sencillos, a quien más dañan las espirales inflacionarias es a los más pobres y los más indefensos: a los que viven de percibir un salario, a los empresarios muy pequeños o que se mantienen mediante un trabajo independiente, a las amas de casa que administran con gran sabiduría un presupuesto familiar limitado. Si ese es el caso, debería de ser parte esencial de la plataforma electoral de los partidos de izquierda proponer que no haya inflación mediante la aplicación de las políticas económicas conducentes a que se logre la estabilidad de los precios. A manera de ejemplo, en la Gran Bretaña fue un gobierno laborista (o sea de izquierda) el que logro que se la restaurara su autonomía al Banco de Inglaterra. En México, por desgracia, estamos a mucha distancia de que los grupos de la izquierda promuevan la estabilidad de precios brindando apoyo a la existencia de un banco central autónomo con el mandato de procurar que no haya inflación.
En un momento de graves dificultades para México, Miguel de la Madrid rompió tabúes arraigados al explicar que la inflación no provenía del exterior ni era causada por fuerzas oscuras y perversas; la inflación era resultado de que el gobierno le ordenaba al banco central que financiara con emisión de moneda el déficit presupuestal que existía. Pero esta explicación de las causas de la inflación no necesariamente satisface a todos los grupos de la opinión pública que se interesan en el tema. Otra corriente de opinión insiste en que la inflación es más bien resultado de factores estructurales que existen en la economía, de cuellos de botella en ciertos sectores productivos, de insuficiencias de producción. Ello, a pesar de las poderosas evidencias empíricas que muestran que en la realidad, en muchos paises, el expansionismo monetario (o sea, un crecimiento muy rápido de los medios de pago) y las presiones alcistas presentan una correlación cercana.
La inflación es perjudicial para la sociedad al menos por tres razones de mucho peso. Primeramente, porque hace más riesgosos los proyectos de inversión causando quiebras y dando lugar a una paralización del crecimiento económico. (De ahí la famosa caracterización de “estanflación”: estancamiento con inflación). Asimismo, cuando hay inflación los pobres se vuelven más pobres, aumenta su número y tiende a acabarse la clase media. En muy buena, esto ocurre porque con inflación los precios tienden a crecer más rápido que los salarios y la inmensa mayoría de los perceptores de ingreso en todo país son los asalariados. Otros efectos dañinos de la inflación es que destruye los ahorros que se conservan en moneda nacional y propicia el atesoramiento, la especulación y sobre todo la fuga de capitales al exterior. A fin evitar esos males, es que en su momento Pedro Aspe y Miguel Mancera promovieron la reforma para concederle autonomía al Banco de México con el objetivo prioritario de procurar la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda nacional. Evitar la inflación no es y no puede ser, una finalidad en sí misma. La finalidad última es lograr una economía prospera en que el progreso sea lo más incluyente posible con un crecimiento autosostenido. Es indudable que en un momento dado puede conseguirse acelerar el crecimiento mediante la aplicación de una política inflacionista; el problema es que la expansión producida en esa forma no es sostenible.
En tiempos recientes hemos sido testigos en México de una preocupación intensa porque la economía mexicana pueda crecer de manera más acelerada. Incluso, el tema ha desatado un debate, que como todo debate, incita a la difusión de ideas extremas y extravagantes. Una de ellas es que desde hace tiempo la política monetaria restrictiva aplicada por el Banco de México ha sido una de las causas del bajo crecimiento de la economía. Una política monetaria restrictiva habría implicado que el suministro de moneda a la economía fuera insuficiente para satisfacer su demanda. Ni remotamente ha sucedido lo anterior, y por la tanto carece de fundamento el argumento de que el precio de la consecución de la estabilidad monetaria haya sido un crecimiento económico raquítico. La estabilidad de precios es una condición necesaria para un crecimiento sano y sostenido de la economía, pero hay otras precondiciones que tambien tienen que satisfacerse y que no son del orden monetario ni financiero. Dadas las circunstancias recientes en que ha vivido México, conviene destacar la importancia para el desarrollo económico de la seguridad y la observancia de las leyes. Últimamente se ha notado cierta desesperación y desconcierto porque el deseado crecimiento económico no termina por advenir. Asi, la coyuntura puede convertirse en caldo propicio para la penetración de las clásicas recetas inflacionistas a fin de impulsar el crecimiento en forma sintética. El crecimiento económico de México merece una reflexión amplia en la cual deben participar todos los mexicanos pensantes, facilitando en particular la intervención de los empresarios. Es de esperarse que en el proceso dialectico correspondiente, mediante la confrontación de las ideas, se vaya dando la depuración de tesis que tanto necesita México. En el orden de la moneda y de la política monetaria, sería deseable que en México pudiera llegarse –como desde hace años sucede en Alemania y Japón– a un sólido consenso nacional de repudio a la inflación y a las políticas económicas que la propician.