Una deriva de la actual querella sobre el otorgamiento de un premio literario a un escritor proclive a firmar con su nombre textos de otros ha sido cuestionar, de nueva cuenta, la moralidad del escritor. Alguien que es una persona mala, ¿puede ser un buen escritor?
La pregunta confunde al artista con su arte. Desde Platรณn entendemos que ingresar a una obra de arte supone un alejamiento, una obnubilaciรณn de la realidad. Lo explica Levinas glosando a Platรณn: en tanto que la experiencia estรฉtica no sucede en la realidad, la realidad no espera moralidad del espectador o el lector.
El argumento adquiriรณ especial relevancia cuando al Estado le dio por perseguir escritores “inmorales” como Baudelaire, Flaubert, Oscar Wilde o James Joyce, por mencionar a los mรกs famosos. “Un libro no es moral o inmoral”, escribiรณ Wilde en su defensa, “los libros estรกn bien o mal escritos. Es todo.”
La idea de que una obra de arte no es moral ni inmoral, puesto que existe en sรญ mismo –como la ciencia, el sexo o la naturaleza– y, por tanto, tiene al desinterรฉs en su esencia, aportรณ el sedimento รฉtico sobre el que descansa la libertad de expresiรณn artรญstica y sobre el que se ha erigido toda legislaciรณn en los paรญses libres. Es un principio que, en Mรฉxico, defendiรณ temerariamente Jorge Cuesta en su osada batalla contra revolucionarios, comunistas y ultramontanos que, unidos, le asestaron acto de formal prisiรณn por publicar “literatura inmoral”. (Narro y documento esa historia en Malas palabras, libro publicado hace poco por Siglo XXI Editores.)
No se implica con esto que un autor o su obra gocen de una dispensa รฉtica especial, al contrario: discutir y criticar la moralidad (o la รฉtica, o la justicia) de una obra es imperativo, pero un imperativo que sรณlo es posible, precisamente, porque antes el artista tuvo la libertad de explorar esa moralidad.
Un escritor o un artista puede llevar una vida reprobable y hasta criminal. Ha habido, y habrรก, artistas que son ladrones, asesinos, racistas, sexistas, adรบlteros, usureros, traficantes de influencias, diputados, etc. El prรญncipe Carlo Gesualdo, por ejemplo, asesinรณ a su mujer y a su amante. Casanova violรณ seรฑoras y saqueรณ tumbas. Cervantes cometiรณ peculado. El Marquรฉs de Sade fue (entre otras cosas) pederasta y proxeneta. Jean Genet fue ladrรณn. Burroughs matรณ a su esposa, igual que Althusser. Y, desde luego, los escritores que defendieron (y defienden) ideologรญas tirรกnicas o racistas son innumerables. No se trata de que los escritores y artistas sean “decentes” o “morales”. Eso es un utilitarismo tan tonto como la de creer que el arte y las letras son un seminario de superaciรณn personal que predica bondad o justicia social impartido por escritores buenos y justicieros.
La manera de ser รฉticamente reprobable de un escritor es siempre menos relevante que su manera, singular y รบnica, de explorar y expresar sus tiranteces interiores. Creo que Cรฉline y otros antisemitas cometen un grave error moral, pero en un buen escritor las veleidades morales terminan por ser mรกs relevantes, como escritura, que deleznables sus conductas. Claro que me apenan la signora Gesualdo y su amante, hechos jirones a espadazos en pleno flagrante delicto. Una pena muy inferior a la que Gesualdo arrastrรณ el resto de su vida y nutriรณ su mรบsica prodigiosa. Los cadรกveres aquรญ; los Tenebrae responsoria acรก. El infierno y el cielo se abrazan en el arte: son imposibles el uno sin el otro.
La รบnica moralidad que se puede, y se debe, exigir a un escritor para que esa paradoja conserve significaciรณn y gane relevancia es que la aborde desde su absoluta, รบnica, total singularidad. Al renunciar a ese definitorio imperativo moral, al usurpar la singularidad de otro escritor, el plagiario comete la รบnica falta moral posible en su oficio: dejar de ser รฉl mismo.
Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.