Para Lourdes Reynoso, hacedora de segundos infinitos.
La muerte, tan ordinaria como una puesta de sol, goza de un carรกcter de ineditez por demรกs sospechoso en un planeta cuyo ritmo de mortandad es proporcional a los mรกs de 6 mil millones de habitantes que lo sobrepoblamos. Cada jornada alguien se extingue, con su historia y sus deseos, a pocos metros de nosotros, sea de un paro cardiaco o bajo las llantas de un camiรณn, y tambiรฉn todos los dรญas ignoramos la muerte ajena, la esquivamos u ocultamos como si con ello difiriรฉramos nuestro destino comรบn, estrictamente humano y mortal.
Yo, que no gozo de parientes en primer grado muertos, y muerto de ganas como estaba de ver en dรณnde desemboca este rรญo que es la vida humana, asistรญ al SEMEFO, sucursal mรกs cercana, para ver quรฉ significa un muerto. Encontrรฉ dos cuerpos, ambos demasiado limpios: el primero, cuya รบnica anomalรญa era un punto rojo por donde se le habรญa salido la existencia entera, fue pinchado con un picahielos, herramienta de confecciรณn tan elemental que no parecรญa justificar su capacidad de asesinato, de terminaciรณn del inconmensurable esfuerzo de la vida; el otro, agujereado por tres balazos, tambiรฉn lรญmpidos y exactos, habรญa recibido uno de estos en su ojo izquierdo, desinflรกndolo como a un globo. Y vi o adivinรฉ, ademรกs de esto, otro inรฉdito: mi propia muerte.
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En un viaje por el sudeste asiรกtico encontrรฉ cierta composiciรณn de una estรฉtica invaluable a mitad de la calle. Debรญamos circundar la medianoche cuando el colectivo en que viajaba por Vietnam del norte se cruzรณ con la muerte: del lado derecho, un camiรณn de pasajeros entrรณ a escena y atropellรณ la motocicleta en que se transportaban dos personas, uno hombre, otra mujer. La deformaciรณn de los cuerpos, comรบn en los impactos de semejante magnitud, era tan efusiva que estos resultaban a simple vista cadรกveres; estaban ubicados al centro del encuadre, apenas unos metros mรกs allรก de donde quedรณ la motocicleta, tambiรฉn cadรกver, aunque de fierros. Pero eso no era todo: en esa negrura oriental, un manojo de caras redondas, situadas en media luna y a la izquierda de la composiciรณn, resultaban lo mejor iluminado del teatro, pues se aterraban frente a los cuerpos, y las luces del camiรณn, despiertas todavรญa, les apuntaban directamente a los ojos sorprendidos.
ยฟQuรฉ es morbo? ยฟLo fue mi visita al SEMEFO? ยฟLo era aquel espectรกculo vietnamita? ยฟSerรก acaso el goce simple y llano ante acontecimientos desagradables? ยฟO es, quizรกs, el anonadamiento natural frente a otro cuerpo, un cuerpo frรญo, que sentimos los mortales a quienes se nos ha privado de experimentar, siquiera como espectadores, ese gesto tan polรญticamente incorrecto, tan violento y fatal que es la muerte? ยฟO serรก que, en lugar de pensar gustosamente ante la sangre incontenida, los ansiosos asistentes pensamos, nos decimos a nosotros mismos: โMira, รฉste ya llegรณ a donde todos vamosโ?
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Hace poco, en Alemania, un hombre fue hallado en su departamento: llevaba 7 aรฑos muerto. A lo largo de ese lapso, mediante entre la muerte y el hallazgo, nadie reclamรณ su cuerpo. El tipo habรญa vivido sus รบltimos dรญas como desempleado y sobre su escritorio, frente al cual lo encontraron, aรบn quedaban centavos de marco alemรกn, la desaparecida moneda germana que fue suplida por el euro. Nadie, siquiera, se quejรณ de su hedor.
Claro ejemplo, por supuesto, de la dimensiรณn ridรญcula de la vida, es este hombre. Como con la hormiga que se pisa a conciencia, y que contiene tanta vida como el elefante protegido o el felino apreciado (pero que son mรกs grandes y necesitan mรกs gusanos y huelen mรกs y peor que la hormiga, y por lo tanto merecen mรกs nuestro luto), este hombre desapareciรณ de la forma mรกs pura y directa, casi agresiva de tan honesta: nadie pensรณ en รฉl. Por esto, tal vez, por el brusco deslumbramiento que suscita su contemplaciรณn, es que la muerte es negada con รฉnfasis, tanto como apreciada codiciosa y mudamente, โcon morboโ, como si fuera un gusto prohibido, ciertamente un gusto por el descubrimiento: el de sabernos tan poca cosa.
Quizรก neguemos la muerte no por la muerte misma: quizรก debamos negarla para no nadar en la ciรฉnaga de la Nada, para โtener sentidoโ o para creer, asรญ sea una falsedad, que algo queda, que de algรบn modo permaneceremos. Tal vez el morbo sea el sobresalto de quien por fin aprecia cรณmo se descompone, con quรฉ facilidad y a quรฉ tempo, con mayor facilidad que nuestra carne, nuestra adorada vanidad, que no es otra sino la vanidad del mundo; de ahรญ su condena.
Basta imaginar, sobre esta tesitura, todas las otras vanas pretensiones de permanencia (que no son sino la negaciรณn de la muerte como la terminaciรณn definitiva del yo), como lo son la trascendencia a travรฉs de la obra o la inmortalidad del alma, y contrastarlas con la idea mรกs pura de extinciรณn humana, retratada cabalmente en este video, para asรญ darnos cuenta de que el que habla sobre la tarima frente a 10 mil escuchas no es otro que aquel parado sobre otra forma de podio, el cadalso, quien ya le lleva ventaja al popular orador: muerto, por lo menos se tiene la certeza de que el tema ha sido expuesto.
– Jorge Degetau
es escritor. Colabora habitualmente en la revista Este Paรญs y en el diario El Nuevo Mexicano. Su cuento โNombres propiosโ ganรณ el XV Concurso de Cuento de Humor Negro.