Negacionistas, escépticos, incrédulos

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Los eufemismos tienen un serio defecto de origen. Al querer suavizar una palabra a través de otra que se cree más inocua (o políticamente correcta), adquieren, sin querer, el universo de significados que flotan aparentemente invisibles, prohibidos, alrededor de la palabra cambiada. Algo así como el síndrome del miembro fantasma en el caso de los amputados. Quizás por eso, cuando la agencia de noticias Associated Press (ap) hizo pública su decisión de modificar en su manual de estilo los términos “escépticos” (skeptics) y “negacionistas” (deniers) del cambio climático por “incrédulos” (doubters) o, más extravagante aún, “aquellos que rechazan la ciencia climática mainstream” (those who reject mainstream climate science), se produjo un pequeño revuelo en los medios. La propia agencia tuvo que salir a dar explicaciones y es preciso recalcar que sus razones tienen tanto que ver con las posturas de ambos bandos y lo políticamente correcto como con la pura semántica.

A estas alturas es del conocimiento público que en la discusión sobre las causas del cambio climático pueden distinguirse, principalmente, dos bandos: quienes sostienen que es un efecto del desarrollo industrial y de la acción humana y quienes afirman que se trata de un proceso natural y cíclico que se ha producido en el planeta varias veces antes de que el homo sapiens hubiera llegado siquiera a frotar dos rocas para producir fuego. Entre estos dos extremos, se abre todo un mundo de subcategorías: por ejemplo, el que sí cree que el cambio climático ha sido causado por el hombre pero duda de la gravedad que estima la media de los científicos, o aquellos que piensan que es un evento natural y cíclico pero que se ha agravado por la acción humana, por mencionar otras dos posturas. Y esas visiones divergentes merecen los términos adecuados, que expresen más fiel y rigurosamente las sutilezas que separan a unos de otros.

Es curioso que la palabra doubter, escogida por ap, en español se traduce también como “escéptico”. Fue la comunidad científica, digamos los escépticos profesionales, la que durante años se quejó de que se aplicara su prestigiosa etiqueta a un grupo que representa casi lo contrario a su riguroso método, algo más bien parecido al creacionismo y a la generación espontánea. Llamarlos escépticos, dice Ronald Lindsay, presidente y ceo del Center for Inquiry, es “dotarlos de una legitimidad intelectual que no poseen”, lo que podría inducir al público general a confundir la opinión de “las figuras públicas que basan su opinión en la realidad y aquellas que no”.

Con el término “negacionista” ocurrió algo diferente: los exquisitos editores de ap descubrieron que, además de ser incorrecto, poseía una connotación condenatoria (equiparable al “negacionismo” del Holocausto). Qué mejor que rebautizarlos como “incrédulos”: no solo elimina el sesgo negativo sino que además es más acertado puesto que su postura se basa simplemente en el hecho de no creer lo que dice la comunidad científica, no tanto en negarlo.

¿Y qué hay de la expresión larguísima que jamás ocupará un titular? Seth Borenstein, reportero de ciencias de ap, explica que la expresión “aquellos que rechazan la ciencia climática mainstream” nació como respuesta a ese grupo intermedio que sí cree que el cambio climático es producto del hombre, pero que difiere en cuanto a causas, proporciones, etcétera. Cuestión de límites y sutilezas que parecerían ociosas, como la mayoría de las discusiones lingüísticas, si no fuera por la figura del editor, ese ser que necesita echar mano tanto de un whisky como de nuevos términos, siempre ligeramente escurridizos, incorrectos, nunca precisos, para intentar siquiera rozar la realidad o borrarla de un plumazo. Por suerte los manuales de estilo quedan de testigos. Es tarea del reportero esparcir la semilla del nuevo eufemismo. ~

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es editora y periodista. Es editora de redes sociales de Letraslibres.com.


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