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A ver. El miércoles 3 de noviembre el Ministerio de Cultura español anuncia la concesión del Premio Nacional de Artes Plásticas al artista Santiago Sierra. Que porque su obra “reflexiona sobre la explotación y la exclusión de las personas, y genera un debate sobre las estructuras de poder”. Que porque “el arte de Sierra, cargado de reivindicaciones sociales y políticas desde sus comienzos, intenta evidenciar lo absurdo de las relaciones de poder establecidas y destacar los problemas que acarrea para la población la economía capitalista”. Etcétera.

Dos días después, el viernes 5, Sierra publica, en el blog Contraindicaciones, esta carta:

Estimada señora González-Sinde,

Agradezco mucho a los profesionales del arte que me recordasen y evaluasen en el modo en que lo han hecho. No obstante, y según mi opinión, los premios se conceden a quien ha realizado un servicio, como por ejemplo a un empleado del mes.

Es mi deseo manifestar en este momento que el arte me ha otorgado una libertad a la que no estoy dispuesto a renunciar. Consecuentemente, mi sentido común me obliga a rechazar este premio. Este premio instrumentaliza en beneficio del estado el prestigio del premiado. Un estado que pide a gritos legitimación ante un desacato sobre el mandato de trabajar por el bien común sin importar qué partido ocupe el puesto. Un estado que participa en guerras dementes alineado con un imperio criminal. Un estado que dona alegremente el dinero común a la banca. Un estado empeñado en el desmontaje del estado de bienestar en beneficio de una minoría internacional y local.

El estado no somos todos. El estado son ustedes y sus amigos. Por lo tanto, no me cuenten entre ellos, pues yo soy un artista serio. No señores, No, Global Tour.

¡Salud y libertad!

Santiago Sierra

Ya se ve que la carta no es una obra maestra de la resistencia: es más bien (como ha mostrado María Virginia Jaua) elemental y maniquea. Para empezar: ¿cómo es posible que un artista de la fama de Sierra, representado por diversas galerías y presencia constante en bienales y ferias, no se incluya entre los profesionales? Después: ¿qué diablos es un “artista serio” y por qué un hombre como Sierra, cuyas obras intentan perforar el muro que separa al arte de la vida social, presume de serlo? ¿Que no se trataba, al fin y al cabo, de reventar la institución del arte? Además: ¿para qué emplear esa retórica política tan abstracta y gastada, y por lo mismo tan ineficaz, cuando el escenario parecía puesto para propinar un golpe limpio, preciso?

Ya se puede adivinar que el rechazo de Sierra al premio ha creado ruido y polarizado al medio cultural español entre aquellos que, en un extremo, celebran el acto y ya esperan que el Estado español se derrumbe tras esa carta y aquellos que, en el otro, aprovechan la oportunidad para volver, una vez más, contra las estrategias del arte contemporáneo –que si eso es arte, etcétera.

Lo que me asusta de esta historia no es, claro, la obra de Sierra –de hecho, hace unas semanas me topé en una galería con Los penetrados (su polémico video de 2008, mecánicas sesiones de sexo anal entre blancos y negros) y la obra me pareció apenas perturbadora, casi pudibunda. Tampoco me alarman esas contradicciones que atraviesan, tan visiblemente, a sus piezas –por ejemplo: tatuar una línea en la espalda de “seis personas remuneradas” para exponer la explotación social o prohibir la entrada de los extranjeros al pabellón español en la Bienal de Venecia de 2003 para mostrar el absurdo de los retenes y los pasaportes y las fronteras. Por el contrario: creo que en esas tensiones –en la disposición del artista a aparecer como verdugo y no sólo como denunciante– descansa la rara densidad de su trabajo, a veces atenuada por el discurso simplista que lo acompaña. Lo que me asusta es eso que se asoma detrás de las reacciones de algunos de sus críticos (aquí y aquí y aquí): esa aparente convicción de que la resistencia es, hoy, sencillamente imposible; de que no hay manera de decir no, verdaderamente no, a ninguna fuerza porque nuestra negativa se vuelve pronto pasto de otras fuerzas y es siempre relativa y circunstancial y mejor haríamos en dejarnos de falsas rebeldías y aceptar las cosas como son ya que, a fin de cuentas, todos estamos del mismo lado y no queremos sino lo mismo: apapachos.

Se manejan, para probarlo, dos argumentos:

Primero: que el no de Sierra es un no interesado, propagandístico; que su fin no es tanto esquivar el premio como generar escándalo y ganarse el aplauso de los espectadores radicales. Como prueba de su supuesta vanidad se presentan, justamente, los aplausos que Sierra ha ganado a propósito de su carta. (Ya se ve, el hombre no quería otra cosa.) Dicho de otro modo: se sugiere que cualquier no que provoque la adhesión de otras personas es un no falso, publicitario. Al parecer el disenso sólo existiría en un universo paralelo donde los actos no acarrearan consecuencias, no generaran daños o beneficios a quien los realizara. Pues bueno: aquí un o un no tienen peso y provocan solidaridad o repudio y uno, es cierto, puede ganar prestigio y público tanto diciendo como diciendo no y resistiendo a estas o aquellas instituciones. ¿Qué hay de malo en ello?

Segundo: que el no de Sierra es un no caprichoso, voluble; que ahora dice no pero que otras veces (como en aquella Bienal de Venecia de 2003 en que representó a España y aceptó dinero del Estado) ha dicho y que, carajo, así no se puede: o se es coherente o no se es nada. Es decir: se impone a todos los que quieran disentir aquí y ahora la condición de haber disentido antes en todo momento y en todas partes; se demanda una absoluta, improbable coherencia. Es como si uno le hubiera dicho a Octavio Paz en 1968: su renuncia a la embajada de la India es un gesto valiente, señor, pero no vale porque usted antes fue embajador; usted no puede salirse porque ya antes estuvo dentro. Es como si sencillamente no hubiera forma de realizar actos únicos y fulminantes ni de romper, de golpe, con aquello que uno arrastra. Pero desde luego que hay forma: se puede decir a algo y no a otra cosa; se puede participar en el juego del adversario e intentar descomponerlo desde dentro; se puede mantener uno al margen y joder desde afuera; se puede ser rápido e imprevisible e incoherente.

Esa idea de que hoy es imposible decir no yo nada más no me la compro. No.

-Rafael Lemus

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es escritor y crítico literario. En 2008 publicó 'Informe' (Tusquets) y 'Contra la vida activa' (Tumbona).


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