Camino a la Universidad a dar clase, me acosa una hambre canina. Apuro el paso, allรก en Tezonco me espera una quesadilla al comal con quesillo derretido y salsa verde, mordisqueada al tiempo que hundo la cuchara en una buena sopa caliente de fideos, la mรกs mexicana de las sopas. Entonces recuerdo el hambre bestial en el horroroso asedio de Leningrado por las fuerzas nazis, sobre el que acabo de volver a leer algunas pรกginas francamente atroces, y siento no sรฉ quรฉ vaga vergรผenza de que voy a nutrirme razonablemente bien antes de pasar al salรณn. Una de las mรกs asombrosas capacidades humanas es la de sentir culpas inmotivadas, inauditas a veces.
En la Revoluciรณn, cuando el populacho asaltรณ las tumbas de los zares, Lenin los dejรณ saquear y destruir, pero prohibiรณ que se tocara la tumba de Pedro el Grande, a quien respetaba.
Y pienso en Leningrado, hoy de nuevo San Petersburgo, Venecia del norte y del Siglo de las Luces. Una Venecia europea, sin elementos orientales, y rigurosamente prevista, id est, dibujada en plano por el activismo del zar (voz que viene de Cรฉsar) Pedro, una Venecia con banquetas de granito rojo, piedra con la que se esculpieron siglos atrรกs los faraones hierรกticos y los dioses zoolรณgicos de los egipcios. Ahรญ dos cosas:
Una maรฑana de domingo, temprano, salimos rumbo al Museo de Dostoievski, y al pasar por un pequeรฑo jardรญn que enmarca un edificio de apartamentos no muy alto, mi mirada encontrรณ a cuatro viejos, un hombre y tres mujeres que estaban ahรญ sentados, conversando. La reposada escena me pareciรณ muy europea, y luego de pronto pensรฉ: โlo que habrรกn vivido estos viejos, debe haber sido tremendoโ.
Primero la suspicacia de Stalin y sus muchachos en la loterรญa del gulag, luego la invasiรณn alemana, con aquel asedio que dio principio cuando en septiembre de 1941 tres millones de seres se vieron atrapados en Leningrado y empezรณ el sitio mรกs cruento de aquella guerra. Poco menos del millรณn de muertos, la mayorรญa de hambre o la debilidad consecuente. Luego, regreso de Stalin, triunfal y vigilante, luego se suavizรณ el rigor loco y entonces, cuando todo era un poco menos invivible, la casa se vino abajo y surgiรณ, con el capitalismo salvaje, el derecho del mรกs listo a imperar sobre mansos y lentos, de la manita de los nuevos y tan cruentos gรกngsters, en la vida durรญsima de hoy en dรญa.
Sรญ, ahรญ estรกn los cuatro viejos, acostumbrados a aguantar, sobrevivientes, y sin embargo, en el instante en que los veo, al pasar, estรกn riendo, no a carcajadas, sino maliciosa, alegremente, como si se burlaran de algo.
Ermitage. El joven en cuclillas de Miguel รngel Buonarroti es ante todo obra maestra de unidad โcon lo que digo simplicidadโ. Viene entonces esa gloriosa muestra de la versiรณn anatรณmica de lo humano, โla materia, susurra el mรกrmol, tiene algo de divina pues fue hecha por Dios y la forma humana es sagrada porque en ella encarnรณ el Seรฑorโ. Materia es tanto mรกrmol blanco como hueso, mรบsculo y piel. Y al mirar el arco del encorvado dorso del muchacho, perfectamente acabado por Buonarroti, entendemos la perfecciรณn de nobleza palpitante que puede haber en toda espalda. Este pequeรฑo trabajo del maestro toscano es en verdad un gozo inacabable, la mejor pieza del Ermitage y razรณn suficiente, su contemplaciรณn, de comprar el boleto y hacer el viaje hasta allรก.
Y en ese momento de mi divagaciรณn, llego al comal de las quesadillas y saludo a la marchante.~
(Ciudad de Mรฉxico, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y acadรฉmico, autor de algunas de las pรกginas mรกs luminosas de la literatura mexicana.