Noticia del Hades

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El calor me despertó en medio de la noche

y bajé a la quebrada en busca de la fresca brisa

que viene de los páramos. Sentado bajo un frondoso guadual

un hombre esperaba, oculto en la esbelta sombra de las matas.

Permaneció en silencio hasta cuando le pregunté

quién era y qué hacía allí. Se levantó para responderme

y desde la oscuridad vegetal que lo ocultaba llegó su voz

y sus palabras tenían la afelpada independencia,

el opaco acento de una región inconcebible.

“Vengo –me dijo– de las heladas parcelas de la muerte,

de los dominios donde el cisne surca las aguas serenas

y preside el silencio de los que allí han llegado

para esperar, en medio de las altas paredes de granito,

la inefable señal, la siempre esperada y siempre postergada

señal de su definitiva disolución en la nada bienhechora.

Ni la pulida superficie de las rocas, ni el helado espejo

de las aguas, guardan signo alguno de esa presencia innumerable.

Sólo la nielada estela del perpetuo navegar

del ave que vigila y recorre esas regiones, anuncia

cuáles son los poderes y quiénes los habitantes que pueblan

el ámbito sin designio ni evasión del que vengo a dar noticia.

Cada cual existe allí por obra de su propio y desolado

apartamiento. Sólo el cisne, en su tránsito sin pausa,

con breves giros de su albo cuello majestuoso,

nos reúne bajo el mismo gesto de un hierático despojo.

La brisa callada que baja a menudo de las cimas de granito

no basta para inquietar la superficie del lago. Nos llega

como una última llamada del mundo de los vivos,

de ese mundo en donde apuras, en distraído goce,

los dones que nosotros, allá, en nuestros parajes,

ya hemos olvidado. Observa cómo ninguna piedra es

muda en este tu mundo. Aquí te acogen voces, ecos y llamadas

todo te nombra, todo existe para tu protección y alivio.

Como presente no pedido y que no mereces vine a revelarte

lo que te espera. No saques apresuradas conclusiones,

nada de lo que puedas hacer se tendrá en cuenta

entre nosotros. La estancada y dura transparencia

de nuestro reino no es propicia a los recuerdos y esperanzas

que tejes y destejes en el tropel sin norte de tus días.

No creo que llegues a entender lo que he narrado.

Pertenece a una materia y a un tiempo que sólo los muertos

tenemos la lenta y gélida paciencia de habitar.

La huella del cisne sobre las aguas nos mantiene

a la espera de nada, apartados y ajenos, presos

en la neutra mirada del centinela de radiante blancura

en cuyos ojos se repite la teoría de los acantilados

que a trechos macula el óxido estéril de un liquen inmutable”.

Esto dijo y al extender la mano desde la tibia penumbra,

pareció iniciar un gesto ambiguo con el cual, al tiempo

que se despedía, me estaba indicando que, en alguna forma,

para mí indescifrable, yo me estaba iniciando en sus dominios. ~

 

© Vuelta, 85, diciembre de 1983

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