Pasados incentados del psicoanálisis

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Señor director:
Es de agradecer que la sutil defensa del psicoanálisis y de su fundador, que lleva a cabo Blas Matamoro en su reseña de los libros de Hans Israëls y Richard Webster sobre Freud ("Intentos de incinerar a Freud", septiembre de 2002), la haya hecho con prosa elegante y persuasiva y con claridad y concisión expositiva, pese a recurrir de vez en cuando, como él mismo dice, a "silvestres incursiones freudianas" en los libros reseñados, cuando lo común en estos casos es el ditirambo verboso y florido y la jerga hermética del iniciado. Acierta también el reseñador cuando renuncia a reivindicar para el psicoanálisis la consideración de ciencia que indudablemente no tiene, lo que para él no es ningún demérito, y enfocar su disertación sobre la base de los aspectos literarios de la obra freudiana, la cual viene a ser como un gran relato, un "análisis interminable al cual se somete un enfermo incurable, que se define por el malestar y no lo soporta: la humanidad".
     En consecuencia, considera el psicoanálisis como un saber pragmático, lo que parece poner sus supuestas verdades a salvo de la posibilidad y necesidad de demostrarse o declararse falsas, como ocurre con los conocimientos positivistas, olvidando o desconociendo que el pragmatismo no excluye que se pretenda y se deba intentar alcanzar la verdad en cualquier campo —no sólo en la filosofía y en la ciencia— mediante descripciones y teorías objetivas de la realidad. Además, y tal vez para justificar la validez de un saber literario o religioso frente al científico, incurre en serios errores epistemológicos al intentar relativizar y desnaturalizar dicho conocimiento científico. Así, no es cierto, como dice, que "los supuestos de la ciencia no pueden ser científicos, sino de otra índole. Más claro: estéticos o religiosos", por mucho que nos intente convencer, en un rapto de lirismo, de que lo que hace verdaderos ciertos postulados indemostrables de la matemática (yerra también al elegir el ejemplo) es "su evidencia verbal, como la de los poemas". Asimismo, y para justificar el relato psicoanalítico inventado frente al hecho objetivo, Matamoro sostiene una versión muy literaria y poco acertada de la relación entre positivismo, realismo científico y lenguaje, más cercana al relativismo gnoseológico que a la pragmática de la moderna lingüística y de la filosofía cognitiva del lenguaje. Tampoco anda muy afortunado cuando, para justificar que también la ciencia tantea, acierta y se equivoca, al igual que el psicoanálisis, mezcla la mecánica de Newton con la alquimia, la astrología y la teoría del flogisto, a la hora de poner ejemplos de ciencias que lo fueron en una época y que han dejado de serlo, puesto que la mecánica newtoniana goza de espléndida salud como ciencia en el extensísimo dominio de aplicación que le es propio (si el ejemplo está tomado del libro de Webster, entonces hay que reprender al reseñador por no haber detectado el desliz).
     Empero, es posible que, a pesar de estos descuidos y fallos científicos y epistemológicos, la defensa del psicoanálisis estuviera bien argumentada, lo que no es el caso. Pues la cosmovisión teleológica que, según nos sugiere Matamoro, explora el psicoanálisis "desde una perspectiva del lenguaje sexuado" y desde la del ser humano "que es un animal que tiene un fallo de origen, y lo sabe" (un aserto bastante especulativo y arbitrario), no lo convierte en antropología digna de crédito, sino todo lo contrario, puesto que muchas de sus respuestas y aseveraciones han sido refutadas de forma convincente por la moderna antropología cultural científica, la biología evolutiva, la psicología cognitiva y las neurociencias.
     Pero hay algo mucho más grave y preocupante. Al aceptar como válido que el psicoanálisis no tiene como objetivo "reproducir un pasado perdido en el olvido o la censura, sino inventarlo", se abre la puerta a episodios tan dramáticos e irracionales como el del síndrome de la falsa memoria, una auténtica epidemia que empezó en EE. UU. a mediados de los ochenta del pasado siglo, con una oleada de recuperación de falsos recuerdos de víctimas de abusos sexuales infantiles, implantados en la memoria del paciente por el psicoterapeuta (la mayoría, psicoanalistas) en el curso de la terapia, y que acabó muchas veces en juicios escandalosos que arruinaron económica, social y emocionalmente a muchas familias inocentes. Además, los pasados inventados y míticos son a menudo la materia de la que están hechos los nacionalismos racistas, xenófobos e irreflexivos, sean violentos o no, y una de las causas principales de la falta de entendimiento entre pueblos y culturas. ~

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