Así que el ángel de la historia
era esto: el impuro percutir de un ala
contra las olas; rachas enloquecidas
de furia tramontana; luz de cal;
flores de caucho; tumbas en el aire
y un perro lejano, azul, mojado
en una cala, que le grita al mar,
día y noche gime junto al océano,
obteniendo un no por toda respuesta. ~
(En Portbou, 2012)
Me he parado a mirar una calle
que baja hasta el río, que baja o sube
según quien venga de tierra adentro o
de tierra afuera; calle con aires de mar
y rumores de oficios extinguidos:
lanero, calderero, herrero,
alfamarero, imaginero, poeta.
Calle platónica, ideal para ¿“aceptar
la infinitud del instante”? –como dijo
el gran Rainer Maria–. En todo caso,
aquí es donde la infinitud se nos desnudó
una noche, frente a un portal en ruinas,
para mostrarnos, como quien tiembla
en sueños, toda esa abundancia del animal
herido; como quien tiembla o vela
en una pensión de la que nunca, nunca
se ha visto entrar ni salir a nadie.
Ahora esta calle, que arroja falsos relumbros
de puerto, y tiene silencios milenarios
adheridos a la piel, con sus pasos de luto
se repite en mí, con sus piedras que sangran
se repite hasta olvidarse: acepta mi sombra. ~
(En Zamora, 2013)
(Buenos Aires, 1971) es escritor. Ha publicado, entre otros libros, Nostalgia y otros poemas (Huesos de Jibia, 2011).