Si bien desde 1932 el Comité de Salud Pública no se dedicaba ya, exclusivamente, a purgar “curas”, sino también “razas inferiores” y elementos “degenerados”, su versión de 1934 aspira a ser además un sistema de vigilancia dotado de autoridad para revisar “la filiación política de los funcionarios y empleados de la federación y de los Gobiernos de los Estados,” es decir, la exigencia de carnet del PNR como requisito para ocupar un puesto público (otro requisito: no ser descendiente de familias porfirianas o de funcionarios del porfiriato).
En 1934 el Comité ha creado un mecanismo de delación y linchamiento que no tarda en involucrar a intelectuales maculados por su filiación política, su pasado, su raza, su religión o su sexualidad. Esta vertiente del Comité delata la riña por hacerse de cargos y nombramientos –con certificado de licitud revolucionaria- en la nómina oficial. En la avalancha de denuncias y despidos (que desde luego permitían colocar en las vacantes a parientes y amigos) los intelectuales no dejaron pasar la oportunidad de purgar rencores o humillar adversarios. Esto, no del todo diferente a lo que en los mismos años sucede en la URSS, en Alemania e Italia, incluye denuncias bochornosas. Por ejemplo, los escritores Enrique González Martínez y Genaro Estrada serán requeridos por el Comité para ser acusados de haber trabajado para el gobierno de Victoriano Huerta. Y el 31 de octubre de 1934, narra Alfonso Taracena:
Dirígense al Comité de Salud Pública de la Cámara de Diputados José Rubén Romero, Mauricio Magdaleno, Rafael Muñoz, Mariano Silva Aceves, Renato Leduc, Juan O’Gorman, Humberto Tejera, Jesús Silva Herzog, Héctor Pérez Martínez, Julio Jiménez Rueda –y otros que ya me han invitado a secundarlos pero a quienes rehúyo por sus acercamientos al gobierno–, para que, en vista de que se trata de purificar la administración pública, se hagan “extensivos sus acuerdos a los individuos de moralidad dudosa que están detentando puestos oficiales, y los que, con sus actos afeminados, además de constituir un ejemplo punible, crean una atmósfera que llega hasta el extremo de impedir el arraigo de las virtudes viriles en la juventud”. Agregan que si se combate la presencia del fanático, del reaccionario en las oficinas públicas, también debe combatirse la presencia del hermafrodita, “incapaz de identificarse con los trabajadores de la reforma social.”[1]
Unas semanas más tarde, el 20 de diciembre de 1934, Salvador Novo es renunciado como jefe del Departamento de Publicidad de la secretaría de Relaciones Exteriores…
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[1]En La verdadera Revolución Mexicana (1932-1934), México, Ed. Porrúa, 1992, pp. 452-453.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.