Un amigo y yo quedamos de encontrarnos el fin de semana pasado. Me llamó bien temprano para cambiar la cita a la noche, para poder llevar a su hijo a perseguir pokemones por la ciudad. ¿A qué cosa? Un videojuego, gratuito, de realidad aumentada, del que ahora es imposible no saber, basta con ver las noticias o abrir cualquier red social para enterarse, en el que el jugador busca y captura unos feísimos seres amarillos escondidos en el mundo real, con una tableta o el celular. Un juego que no quiero ni intentar jugar porque no vaya a ser que me guste.
Así que ese día los dos se fueron a caminar por la ciudad. En el fortuito recorrido encontraron a muchos otros jugadores, niños, jóvenes y adultos, con los que hasta platicaron, y que también debieron terminar agotados de haber ¿paseado? a donde los pokemones los llevasen. Mi amigo terminó tan cansado que no nos vimos.
Resulta que Pokemon Go, con 26 millones de jugadores en Estados Unidos, que está siendo más usada que Facebook, Tinder o Snapshat en todo el mundo, tiene un efecto afortunado: está revelando qué tan caminables son las ciudades que habitamos. Y qué tan acostumbrados estamos a trasladarnos a pie e incluso a explorar por los espacios públicos. O, como lo plantea Kate Abbey-Lambertz, “Hemos tratado de hacer las ciudades caminables por años y Pokemon Go lo logró de la noche a la mañana”.
¿Qué podemos aprender nosotros y los urbanistas de la activación del espacio que ha logrado Pokemon Go?
¿Cómo es el juego?
Mi amigo me contaba que en el juego hay 9 huevos que recolectas y los huevos solo pueden madurar una vez que el jugador camine 2, 5 y 10 kilómetros. Si quieres hacer trampa subiéndote a un transporte, la aplicación lo sabe y no toma en cuenta esa parte del recorrido. Puesto que hay gyms y pokemones distintos, el jugador está obligado a recorrer distintos lugares.
Su hijo está de vacaciones, se despierta todos los días con ganas de caminar y llevan 12 kilómetros en 10 días. Un niño, dice mi amigo, con una tableta o un teléfono es una provocación, pero no dejaremos de hacerlo. Mi amigo se ha convertido. Lo tienen. Él también lo juega, aunque le llama animalitos a los pokemones; dice que hay más adultos que niños haciéndolo, a pesar de que la aplicación no abre oficialmente en México todavía. Y me cuenta con entusiasmo que museos, escuelas, parques y tiendas van a abrir puntos de pokemones; que quienes desarrollan la aplicación, en la cual llevan trabajando unos quince años, permiten que se abran puntos en casi cualquier lado, pero deben de ser dados de alta y aquí todavía no se puede.
El propietario de una pizzería en Queens, Nueva York pagó diez dólares por activar un punto y reportó que sus ventas aumentaron en un 75%. En estos días, McDonald's Japón será el primer patrocinador oficial del juego y activará unos tres mil puntos para el juego dentro de sus franquicias. La idea es sencillísima: ya buscando pokemones ahí, te echas una hamburguesa.
Le pregunto a mi amigo si cree que cuando este juego pase de moda, su hijo seguirá caminando y me dice que probablemente no. Sin embargo, la realidad aumentada, donde la realidad física y la virtual se entretejen, no terminará con Pokemon Go, es una probadita. Un “ejemplo” de cómo será en un futuro no muy lejano es este video de Keiichi Matsuda en Medellín, Colombia:
La realidad aumentada revela el problema de lo complicado que es recorrer las ciudades a pie, pero no lo soluciona. Eso le toca a quien está diseñando ciudades para lo contrario.
Ciudad de México