¡Que viene el ave!

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Lunes 10 de marzo, 17:30. El AVE Madrid-Barcelona es una amenaza tanto tiempo pospuesta que aún la rodea un halo de irrealidad. Hacía tanto que oíamos el grito de “¡Que viene el ave! ¡Que viene el ave!” que pasó como con el lobo, que cuando ha llegado casi ni nos hemos dado cuenta. Pero los rumores circulan desde un par de semanas atrás, claro, y las sonrisas de superioridad de quienes ya lo han usado empiezan a resultar molestas. Incluso la tentación de sacarse la tarjeta de puntos del ave ha sido demasiado fuerte, y ya es hasta violento admitir que aún no se ha puesto el pie en el vagón.

Empecemos por lo obvio, es una maravilla emplear un tercio del tiempo (y del dinero) en llegar al punto de partida. Aparte del alivio que produce para tantos procrastinadores profesionales poder esperar hasta sólo dos minutos antes para acceder al tren. Un problema inmediato e igual de obvio es que nadie se paró a pensar que con el nuevo servicio muchos más taxis acudirían a depositar viajeros, así que a lo largo del día se van formando periódicos atascos para alegría de los taxistas, que le sacan beneficio y tema de conversación. Sirva de aviso para esos mismos procrastinadores.

Al llegar al control de seguridad, la visión del guardia y la cinta de rayos X para maletas certifican el condicionamiento pavloviano del usuario de aeropuertos, porque le cuesta aceptar que pueda pasar con zapatos, cinturón y ordenador. Por más que busca no hay arco detector de metales al que rendir pleitesía, y tiene que volver a guardarse, humillado, llaves, monedas, tarjetas de crédito, teléfonos móviles y chicles con envoltorio de aluminio en el bolsillo. Están locos estos ferroviarios.

Lunes 10 de marzo, 17:48. El desconcierto es grande al comprobar que la vía no aparece anunciada. Pero tras tan larga espera (al AVE se le espera desde 2002) la fe es tan grande que la posibilidad de un error o un retraso resulta sencillamente inasumible. Claro, como sólo hace falta estar dos minutos antes, tampoco es necesaria mucha antelación, se consuela uno. Sobrado de tiempo, es el momento de husmear la terminal de salidas, por usar el término aéreo.

Segunda falta de previsión: al otro lado del pseudo control de seguridad, el viajero encuentra algo más parecido a una estación de autobús de ciudad mediana que a los centros comerciales de alto standing que son los aeropuertos hoy día. Tiendas de chucherías y de complementos a bajo precio, un bar hostil y una librería-kiosco atestada. Dicho sea esto con todos mis respetos a las ciudades medianas, las tiendas de chucherías y los bares hostiles (sobre todo a los bares hostiles).

Lunes, 10 de marzo, 18:05 Confirmando la sensación de irrealidad, la vía del AVE de las 18:00 se anuncia a las 18:05 y una manada de gente se abalanza sobre la puerta anunciada, la 4. Para agilizar el acceso unas solícitas azafatas inician una confusa maniobra que culmina en la gente pasando por las puertas 3, 4 y 5 camino del tren sin que nadie mire ningún billete. Como no hay costumbre, parece que el caos fuera totalmente normal y planificado. Maravillas de los momentos inaugurales.

Lunes, 10 de marzo, 20:10. El vagón de turista va medio vacío, así que no hay problemas de espacio. Además todo está nuevo, da hasta respeto usar el baño. Unos griegos sentados delante ponen la nota exótica. El tren se ha parado dos o tres veces, durante las cuales todos hacemos como que no pasa nada y que entra dentro de nuestras habituales experiencias AVE, mientras recordamos aterrados las grietas, socavones y demás percances de las obras. Afortunadamente la llegada se anuncia para las 20:55, o sea los mismos 15 minutos de retraso con que salimos de Atocha. Ergo las paradas, como la guerra del Golfo, no han tenido lugar.

Martes, 11 de marzo, 14:45. Cuando ya estábamos todos acostumbrados al billete de avión, electrónico, virtual, intangible e imposible de perder, llega el AVE y en su materialidad, trae de vuelta el billete en papel, casi cartón de sólido que es, físico, tangible e insustituible. Por favor, cuídenlo, porque además, al no ser nominal, si desaparece sólo cabe pagar un billete nuevo. Y sé de lo que hablo.

En fin, con mi nuevo billete, esta vez en clase preferente para probar la comida, afronto el regreso. Como he pagado dos de los asientos del vagón, tendría derecho a dos comidas, pero me contengo. Mejor, porque el ajuste asiento-trayecto-tipo de refrigerio es de una complejidad cuántica. A saber, todos los pasajeros de preferente tienen derecho a algo de comer, pero el qué depende del trayecto. Así, el que hace Barcelona-Madrid, disfruta de dos platos y postre, pero el que hace Lleida-Zaragoza, vaso de agua y tres cacahuetes. Es más complicado aún, porque primero se sirven todos los cacahuetes de los que van a estaciones hasta Zaragoza, luego las comidas, y luego los cacahuetes restantes. Los diálogos “Para mí, zumo de naranja”, “Lo siento, es que usted se baja en Guadalajara” recuperan en su surrealismo lo mejor del humor español. Y ay del que se cambia de asiento buscando comodidad, el caos provocado puede tener entretenidos a un revisor y tres camareros un buen rato. Dos ingleses al fondo que van hasta Madrid no entienden por qué yendo en preferente no les dan un mal vaso de agua hasta mitad de trayecto. Como se me apagaba la batería del ordenador, pensé explicárselo, pero justo descubro que hay enchufe para portátiles bajo el asiento, así que lo conecto, anuncio que me bajo en Tarragona para que me den un whisky y le doy silenciosamente gracias a la Renfe. La espera ha merecido la pena. ~

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Miguel Aguilar (Madrid, 1976) es director editorial de Debate, Taurus y Literatura Random House.


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